Casada por Contrato con el CEO Mafioso
img img Casada por Contrato con el CEO Mafioso img Capítulo 5 Un Mundo de Sombras
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Capítulo 6 Rebelión Silenciosa img
Capítulo 7 Primeras Grietas img
Capítulo 8 El Juego de la Rebeldía img
Capítulo 9 La Primera Advertencia img
Capítulo 10 Una Sombra en la Mafia img
Capítulo 11 Primeras Grietas en la Máscara img
Capítulo 12 Un Beso Robado img
Capítulo 13 El Falso Amigo img
Capítulo 14 Un Secreto en la Oscuridad img
Capítulo 15 Un Escape Frustrado img
Capítulo 16 La Ira del Monstruo img
Capítulo 17 La Mariposa del Mafioso img
Capítulo 18 La Otra Cara de la Mafia img
Capítulo 19 Una Propuesta Oscura img
Capítulo 20 ¿Quién es la Presa img
Capítulo 21 El Fin de una Amistad img
Capítulo 22 El Atractivo del Esposo img
Capítulo 23 Una Invitación al Baile img
Capítulo 24 Un Baile con el Diablo img
Capítulo 25 Un Enemigo en la Oscuridad img
Capítulo 26 Un Ataque Inesperado img
Capítulo 27 La Prueba del Fuego img
Capítulo 28 El Límite Borroso img
Capítulo 29 El Miedo en las Sombras img
Capítulo 30 Un Beso de Advertencia img
Capítulo 31 Un Secreto del Pasado img
Capítulo 32 Cicatrices Invisibles img
Capítulo 33 La Prueba de Lealtad img
Capítulo 34 Primer Asesinato img
Capítulo 35 La Huella del Peligro img
Capítulo 36 El Juego del Deseo img
Capítulo 37 Una Sombra del Pasado img
Capítulo 38 Un Asalto a la Mansión img
Capítulo 39 Una Alianza Forzada img
Capítulo 40 La Noche que Todo Cambió img
Capítulo 41 Un Enemigo en Casa img
Capítulo 42 El Punto de Quiebre img
Capítulo 43 Un Pacto de Dolor img
Capítulo 44 Más Allá del Odio img
Capítulo 45 Una Llamada del Infierno img
Capítulo 46 La Mujer de la Foto img
Capítulo 47 Un Cautiverio Compartido img
Capítulo 48 Una Noche, Un Secreto img
Capítulo 49 El Escape Sangriento img
Capítulo 50 El Castigo del Traidor img
Capítulo 51 Una Noche de Catarsis img
Capítulo 52 Al Día Siguiente... el Arrepentimiento img
Capítulo 53 La Promesa que Nunca se Rompió img
Capítulo 54 Un Plan para Destruirlo img
Capítulo 55 El Beso de la Traición img
Capítulo 56 Una Venganza Dolorosa img
Capítulo 57 Un Dolor Inesperado img
Capítulo 58 Rescate o Dominio img
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Capítulo 5 Un Mundo de Sombras

Estaba siendo arrestada. Los policías me esposaron y me arrastraron fuera de la empresa, tratándome como una criminal cualquiera. Lo merecía. En el fondo, sabía que todo esto era lo que merecía, incluso la humillación de ser observada por los trabajadores, que detuvieron su paso solo para ver el espectáculo.

Al llegar a la salida, me subieron a un auto policial, que arrancó rumbo a la estación. No tardamos mucho en llegar. Aún esposada, me sentaron frente a un escritorio de madera, donde un policía comenzó a interrogarme. Curiosamente, lo sabía todo. No necesitaba decirle nada. Él no preguntó, solo afirmó, basándose en pruebas que indicaban que nosotros habíamos irrumpido en la empresa. Pero había algo que él no sabía: quién robó la pulsera.

Mi mente trabajó rápido. De inmediato comprendí que el maldito Damon había enviado las grabaciones de otras cámaras de seguridad, las que nos mostraban entrando al edificio, pero no las de la cámara que captó a Ray robando la joya. Quería dejar la duda en el aire, culparme a mí.

Cuando me preguntó por la joya, la respuesta salió sin pensar. "No lo sé", dije con indiferencia. No podía mentirles mucho, no servía de nada. ¿Qué más podía decirles? Delatar a mi amigo no era una opción.

–¿Si confieso, los demás quedarán libres? –pregunté, observando al oficial que me miraba con desconfianza.

–Sí. Lo máximo que tendrán es una multa, pero si confiesas, ellos no serán procesados por complicidad.

El peso de la decisión me aplastó el pecho. No sabía si estaba haciendo lo correcto, pero lo que estaba claro es que había tomado el camino más difícil.

–Lo hice yo –dije con firmeza, casi sin pensarlo. –Robé la joya. Usé a todos para entrar en el edificio.

El oficial me miró con desdén.

–¿Y dónde está la pulsera?

–No lo sé. Estaba tan borracha que probablemente la perdí –respondí con una sonrisa falsa, encogiéndome de hombros.

–¡Mientes! –gritó el oficial, golpeando el escritorio.

–Digo la verdad. ¿Por qué mentiría si ya confesé? No recuerdo nada bien, estaba demasiado ebria.

–Pues te arrojaremos a las celdas para ver si eso refresca tu memoria.

Una hora, tal vez más, pasaron antes de que finalmente me encerraran en una celda fría y oscura, al final de los calabozos. El lugar, por decirlo de algún modo, era poco acogedor. Mi compañera de celda, una mujer con una mirada peligrosa, me observaba fijamente. Su rostro estaba marcado por cicatrices, y sus brazos cubiertos de tatuajes mal hechos. Todo en ella gritaba peligro, y su forma de mirarme me hacía sentir incómoda. Parecía que en cualquier momento me atacaría.

Un chirrido metálico anunció la llegada de alguien. El mismo abogado que me acusó de ladrona apareció, escoltado por un oficial que, tras dejarnos solos, se retiró.

–¿Qué quieres, regodearte en mi miseria? –pregunté, mirando al abogado con rabia.

–He hablado con los oficiales. Ya veo que más que insensata, eres estúpida –respondió y bufé en respuesta a su ofensa–. No puedo creer que te hayas echado la culpa del robo para proteger al verdadero ladrón.

–Veo que ustedes, los ricos, no tienen escrúpulos ni códigos. Para nosotros, la amistad es lo primero.

–¿Amistad? –se burló él–. Su amigo robó sabiendo que los metería a todos en este lío. Así que sus "códigos morales" no son precisamente los más acertados.

–¿A qué viniste? –pregunté, sintiendo cómo la culpa me carcomía. Ray nos había traicionado de la peor manera, y sabía que tenía razón.

–Vine a repetir la propuesta de mi jefe –dijo, aclarando la garganta–. Él dice: "Estoy dispuesto a liberar a mi esposa, Anel Knight, pero Anel Cross puede pudrirse aquí para siempre. Y, si no cumple, puedo hacer que todos sus compañeros terminen aquí también. No olvides que tenemos las grabaciones de seguridad".

–¡Son unos desgraciados! –grité, golpeando los barrotes con furia. La ira me inundaba. Ya no podía soportarlo más.

–Piénsalo bien. No volveré a hablar de esto. Si decides quedarte aquí, tu vida será como la de ella –dijo señalando a mi compañera de celda, cuyo aspecto demacrado me hacía querer salir corriendo–. Pero si aceptas el acuerdo, todo terminará y te llevaré a un lugar mucho mejor.

Me quedé en silencio. No estaba pensando en aceptar. Estaba considerando las consecuencias de rechazar la oferta. Ese acuerdo era una soga atada a mi cuello, atándome a normas y compromisos absurdos. Pero la prisión, estar rodeada de criminales, perder mi libertad... eso era aún peor. Entre dos infiernos, era más sensato elegir uno del cual podría escapar. Y eso era lo que realmente tenía en mente: casarme con un desquiciado manipulador, pero salir de aquí.

¿A quién culpar? ¿A la vida? No, no tenía derecho. Yo había entrado allí sabiendo que estaba mal, que era incorrecto. Yo firmé. Nadie más era culpable. Ni siquiera Damon, que trataba de sacar ventaja. Aceptar estar con él no sería una realidad, sería solo mi carta de escape, mi salida de esta prisión. Una vez libre, me alejaría de él para siempre. No podría someterme. No iba a ser su esposa.

–Está bien –susurré, resignada–. Acepto el acuerdo. Seré la esposa que quieren. Ahora sáquenme de aquí.

–Sabía que tomarías la decisión correcta –respondió él, satisfecho.

El abogado abandonó la celda, y unos minutos después regresó con la noticia de mi liberación inmediata. Cuando pensé que podría irme a casa, me llevé una sorpresa desagradable. Un coche estaba aparcado frente a la estación, esperándome.

No tuve opción. Subí al auto, acompañada por el anciano. Al instante, me extendió un teléfono.

–El señor Knight quiere hablar contigo –dijo mientras ponía el aparato en mi mano.

Con desgano, llevé el teléfono a mi oído, resoplé y hablé.

–¿Qué quieres? –pregunté, tajante.

–Ya supe que aceptaste el acuerdo, qué buena chica –dijo, burlándose con su característico acento británico–. Me alegra saber que reconsideraste tus opciones.

–No es como si me hubieras dejado muchas, bastardo –respondí con veneno en la voz.

–Cuida esa boca –me reprendió–. Mi esposa debe hablar correctamente.

–No soy tu esposa –le corregí, mordaz.

–Claro que lo eres. Y ahora estoy empezando a entender tu manera de ser. Por eso no volverás a tu casa mugrienta, ni tendrás contacto con esos amigos delincuentes.

–¿Qué? No puedes prohibirme eso.

–Claro que puedo. Lo estoy haciendo ahora mismo. Te llevaré a mi casa, donde vivirás bajo mi supervisión. No pienso arriesgarme a que intentes escapar.

Me frustraba saber que parecía leerme la mente.

–Te odio tanto –susurré, casi con veneno.

–Lo sé, pero no me importa. Te faltan muchos motivos para odiarme aún más –dijo con un tono peligroso. Fue una advertencia sutil–. Y antes de que pienses siquiera en el divorcio, te dejo claro que pagué una fianza con unos pocos miles de dólares para sacarte de la prisión. Si intentas algo, deberás pagarme tres veces el precio. Pero esas minucias no son nada comparado con lo que te pasará si mi abogado deja de representarte. La prisión aún te espera.

–Ya lo tengo claro –gruñí, apretando los puños con tal fuerza que temí que el teléfono se rompiera–. Deja de intentar someterme. A pesar de todo, no lo lograrás.

–No necesito someterte. Tú ya eres mía, Anel. Tengo todo lo que necesito. Eres y serás mi esposa. No tienes que amarme, solo debes entender que nunca te dejaré ir.

No me dio tiempo a responder. Colgó el teléfono, y su última frase quedó resonando en mi cabeza. Algo en ese hombre no era normal. Su comportamiento rayaba en la demencia. Era demasiado oscuro, demasiado manipulador. Algo en él me aterraba, y lo sentía en lo más profundo de mis entrañas.

                         

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