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-No vuelvas a buscarme nunca más, zorra mentirosa. -Se marchó con el peso de la culpa sobre sus hombros, sabiendo que Amira jamás lo perdonaría.
Con el corazón destrozado, Amira salió corriendo, sumida en un dolor insoportable. Quería cancelar la boda, desaparecer de todas sus vidas... Pero luego se detuvo. Tal vez casarse era la solución: nunca más tendría que ver el rostro de su madrastra o de su traidora media hermana. Además, ahora no sentiría remordimientos por dejar atrás al hombre que amaba, quien resultó ser un vil mentiroso. Secó sus lágrimas con determinación y continuó con los preparativos nupciales.
La boda se celebró exactamente como Amira siempre la había soñado... excepto por el hombre a su lado. Aunque la ceremonia era perfecta, la ausencia de amor verdadero la hacía sentirse vacía. Sin embargo, siguió adelante, convencida de que era lo mejor para su futuro.
Al mirar a Assim, su nuevo esposo, contuvo un sollozo. Ahora estaba atada a un hombre que bien podría ser su padre, a quien jamás llegaría a amar.
Durante la ceremonia, se firmó una cláusula especial: Assim aceptaba abstenerse de tener relaciones sexuales con Amira hasta que ella cumpliera veinte años. Él firmó sin objeciones, lo que convenció al padre de Amira de que todo estaría bien: su hija recibiría educación, un hogar estable y una vida digna, cosas que él no podía proporcionarle.
Para el padre de Amira, el futuro parecía prometedor.
Dos años después, la realidad era muy diferente. Amira seguía viviendo con su esposo, pero las promesas de educación y bienestar nunca se cumplieron. En cambio, comenzó a sufrir maltratos constantes. En dos ocasiones, la desesperación la llevó a intentar quitarse la vida, pero carecía de la fuerza necesaria para completar el acto. Ahora, cada día se arrepentía de lo que había sido la peor decisión de su existencia.
En su último intento de suicidio, su esposo la encontró. Al darse cuenta, la sujetó con fuerza, le arrebató las píldoras y la obligó a vomitarlas. Luego, furioso, la golpeó brutalmente hasta dejarla tendida en el suelo, ensangrentada. En ese momento, se acercó y le dijo con voz fría:
-Jamás me dejarás. Ni siquiera la muerte te separará de mí.
Mientras la observaba con una mirada vacía, esbozó una sonrisa cínica.
Amira permaneció en el suelo, paralizada por el pánico, esperando que él se fuera. Poco a poco, logró levantarse, aturdida por un leve mareo. Cada movimiento que hacía le provocaba un dolor agudo por los golpes que cubrían su cuerpo y su rostro. Temblando, se miró al espejo y, al ver la sangre y los moretones, rompió en llanto.
Cada día sentía que sus fuerzas se desvanecían, estaba completamente cansada de los fuertes golpes que ese mostro le ocasionaba, solo pensaba en poder morir de una vez por todas, en ese instante comenzó a limpiarse y a ocultar las heridas como pudo. La rabia y la desesperación la consumían, pero no podía contárselo a nadie; sabía que todo empeoraría.
Después de maquillar sus heridas a escondidas, se acostó y rompió a llorar en silencio. Mientras cerraba los ojos, recordó el rostro de su padre y su hermano la última vez que los vio, pues su esposo le había prohibido verlos desde el día de su matrimonio.
Un año después, Amira quedó embarazada. A pesar de todo, sintió una efímera felicidad y por un momento creyó que, con la noticia, su matrimonio mejoraría y su esposo cambiaría. Pero no fue así.
Cuando le dio la noticia, él estalló de furia. Golpeó la pared con rabia y le gritó:
-¡No puedes estar embarazada! ¿Por qué permitiste que esto pasara? ¿No entiendes que firme una cláusula y puedo perder todo mi dinero si no la cumplo? ¡Claro! Lo único que quieres es meterme en problemas. Eso es lo que buscas para deshacerte de mí, ¿verdad? - gritó, mientras los nervios y la desesperación lo invadían, alimentando su odio hacia Amira.
Ella quedó paralizada por su reacción. Aunque intentó explicarse, no sirvió de nada. En un arranque de furia, él la golpeó con saña hasta derribarla. Luego, comenzó a patear su vientre sin piedad, hasta que la sangre brotó de su boca. En ese instante, ella perdió a su bebé.
Amira yacía en el suelo, encogida en posición fetal. Lloraba desconsoladamente mientras acariciaba su vientre, sintiendo un dolor desgarrador en el cuerpo y el alma. Sabía que algo iba muy mal. Los calambres en su bajo vientre eran insoportables. Gritó pidiendo ayuda, pero nadie podía oírla.
Assim, indiferente, se sentó en el sofá a fumar. Observó cómo Amira se retorcía de dolor, sin hacer nada. Solo aspiró el humo del cigarrillo con calma, hasta que ella perdió el conocimiento.
Entonces, su ira estalló de nuevo. Molesto por no haber terminado su cigarrillo, llamó a Emilio, uno de sus empleados. Al entrar, el hombre vio a Amira bañada en sangre y palideció.
-Deja de mirarla -rugió Assim- Aquí no ha pasado nada. Ve al establo y trae al veterinario. Necesito que solucione este... inconveniente.
Emilio, aturdido, balbuceó:
-¿Pe-pero señor... un veterinario? ¿Para qué?
Assim lo fulminó con la mirada.
-¿Te pagué para hacer preguntas? Haz lo que digo. Y si se te ocurre hablar de esto, enviaré tus ojos y tu lengua a tu familia ¿entendido? ¡Ahora, lárgate!
Temblando, Emilio lleno de pánico salió corriendo desesperado hacia el establo a buscarlo. Minutos después, regresó con Jim, el veterinario. Assim lo recibió con un gesto impaciente.
-¡Jim, arregla esto!
El veterinario, alarmado, se acercó a Amira.
-Dios mío... ¿Qué le pasó a su esposa?
-Nada, solo se tropezó y cayó al suelo. Por lo visto, perdió al bebé. ¡Arregla esto ahora! -ordenó mientras seguía fumando con indiferencia.
Jim quedó paralizado por las palabras de Assim. Con voz temblorosa, respondió:
-Señor, lo siento... pero soy veterinario. No sé cómo atender esto.
-Ese no es mi problema -espetó Assim, arrojando el cigarrillo al suelo- Acaba de abortar y no quiero que muera aquí. Y levántala ya de ahí, está arruinando mi alfombra nueva. -Su mirada recorrió el cuerpo ensangrentado de Amira con repulsión.
Mientras Assim salía de la casa, Jim, con las manos temblorosas, miró a Emilio. -Necesito tu ayuda -susurró.