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CEO Maverick

amanda lagos perez
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Capítulo 1 un día frío

tres coches en distintos estados de deterioro: uno aparcado con el capó abierto, otro enganchado a alguna maquinaria y otro en un polipasto con un mecánico debajo. Reconocí el cuerpo delgado de Steve y sus jeans holgados y sucios. Estaba ocupado y el chico que trabajaba para él estaba de vacaciones, así que supongo que por eso estaba trabajando un domingo. Salí por la puerta principal abierta. Brr. Era un día frío y sombrío en Brooklyn. Me envolví con mis brazos. Debería haber cogido mi chaqueta, pero por suerte no iba muy lejos.

Fui a la casa de al lado de la casa de ladrillo de dos pisos y abrí la puerta. El metal crujió. La casa tenía un apartamento en el sótano, donde Steve vivía con su hija de cuatro años, Kaylee. Subí corriendo las escaleras hacia la casa principal y abrí la puerta. - ¡Hola! -Estamos aquí. -Dijo una voz femenina. Encontré a Mamá Alma en la cocina. Por supuesto ¿dónde más estaría? Kaylee estaba en el suelo tomando té con sus muñecas y osos. -¡Remi! -La princesita rubia saltó y corrió hacia mí. La levanté y ella me envolvió con sus brazos y piernas. Inhalé su champú con aroma a manzana. - Hola, KayKay. ¿Estás siendo bueno con mamá? Kaylee sonrió y asintió. Entonces ella se retorció y la dejé en el suelo para regresar con sus invitados a la fiesta del té. Mamá sonrió y me incliné para besar su delgada y oscura mejilla. Ella olía a casa. Durante los primeros ocho años de mi vida, no sabía qué significaba esa palabra. Entonces los ángeles me sonrieron y enviaron a una niñita enojada a un hogar de acogida dirigido por mamá. Ella fue propietaria de esta casa en Sunset Park, Brooklyn durante años. La pequeña tienda de al lado pertenecía a su marido.

Al no poder tener hijos propios, se convirtieron en padres adoptivos. Big Mike murió un año antes de que yo llegara, pero Alma nunca dejó de abrirnos su casa. Y algunos de nosotros ni siquiera nos habíamos ido. Cumpliría 27 años en mi próximo cumpleaños y no había llegado muy lejos. Steve fue uno de los primeros hijos adoptados de mamá. Kaylee era la hija de Steve, pero mamá todavía tenía tres hijos con ella: dos niños de nueve y diez años y una adolescente. - Nos serviré un poco de té. -Dijo mamá. Me dejé caer en la destartalada silla del escritorio. La cocina no había cambiado en décadas. - Preferiría tomarme un trago de bourbon para celebrarlo. Acabo de terminar un trabajo. Mamá hizo un sonido con la garganta. - No hay ningún Borbón en esta casa. Tomé una galleta del plato que estaba sobre la mesa. Mmm. Chips de chocolate, mis favoritos. Ella colocó una taza de té delante de mí. A mamá le encantaba coleccionar tazas de té delicadas y floreadas en los mercados al aire libre. Ninguno de ellos coincidía. Como siempre me decía mi familia, mamá. Cuando terminé mi galleta, observé a mamá: parecía cansada y su rostro estaba demacrado. Hice una mueca. Mamá siempre decía que era una mezcla de lo mejor: afroamericana, con un toque hispano y algo de duro origen irlandés. Supongo que por eso me gustó a primera vista. Yo también era una mezcla. Mayoritariamente hispanos, aunque no tenía idea de quiénes eran mis padres. Probablemente también tuve un antepasado afroamericano en algún lugar del árbol, y se colaron otras cosas (quién sabe qué). Mamá tenía una hermosa piel morena oscura y un cabello negro rizado. Ella también era dos pulgadas más alta que yo. Suspiré y bebí mi té. Yo era curvilínea y menuda, es decir, bajita, de un metro sesenta y cinco, bueno, casi un metro sesenta y cinco. Y tenía caderas, culo y pechos. Mi cabello castaño oscuro obtendría algunos reflejos dorados en el verano, especialmente si pudiera salir al sol. -¿Estás bien, mamá? -Está bien, chico, está bien. - Ella no me sostuvo la mirada. Mi corazón se hundió. Ella estaba mintiendo. Mamá nunca mintió. A veces prefería no responder, pero nunca mentía. -¿Mamá? -Apreté mi mano sobre la de ella. ¿Cuando te volviste tan frágil? Ella miró hacia otro lado, hacia Kaylee. Fue entonces cuando me di cuenta de los papeles sobre la mesa

. Lo agarré. - Remina, no... Yo hice el escáner. Era una carta de un médico. Vi las palabras y mi pecho se apretó. Mirando a la mujer que había sido mi madre, mi padre, mi amiga y mi salvadora, negué con la cabeza. -¿Tumor cerebral? -Mis palabras fueron un susurro áspero. Mamá frunció los labios y asintió. No. No. Mamá era el pegamento de nuestro pequeño mundo. Miré a Kaylee, tragué saliva con dificultad y me encontré con la mirada oscura de mamá. -Entonces, ¿cuál es el tratamiento? ¿Quimio? -Se me revolvió el estómago al pensarlo, pero haríamos lo que fuera necesario para curarla. -Sí... -Mamá se aclaró la garganta. -El médico dijo que la quimioterapia no ayudará. - ¿Qué? - El pánico era resbaladizo y feo en mi garganta. -Entonces, ¿qué? - Nada, hija mía. Nada. Miré la carta sin comprender y vi lo que decía. -¿Seis meses? Mamá se movió en su silla, sus ojos cubiertos por un brillo de lágrimas. -Nadie lo puede decir con seguridad. El Señor siempre tiene un plan. - Al diablo con eso. -Me levanté y vi a Kaylee estremecerse de sorpresa. -Lo siento, Kaylee. -Tomé otra hoja de papel y mamá intentó agarrarla. Respiré profundamente. -Hay una operación. Mamá se enderezó. -Es experimental, Remi. No hay garantía de que funcione. -Una pausa. - Y es muy caro. Miré hacia abajo. Cuando vi el monto en dólares, sentí como si mis pies se hubieran caído del suelo. Agarré el borde de la mesa. - Mamá... La puerta principal se cerró de golpe, seguido del sonido de pies corriendo y voces jóvenes. - ¡Mamá! Llegamos del parque. Dos chicos entraron corriendo y tiraron sus mochilas al suelo. Charlie, que tenía un cuerpo robusto, cabello rojo y pecas. Jamal siguió un paso atrás. Era delgado, de piel oscura y tenía una sonrisa tímida. Ambos eran uña y carne. -Charlie. Jami. -Kaylee llamó. Los chicos abrazaron a mamá, a mí y a Kaylee. Naomi entró a un ritmo más lento. A los quince años, ya era demasiado mayor para correr y jugar como los niños y la conectaron quirúrgicamente al teléfono. Le iba bien en la escuela, se mantenía alejada de los problemas y le encantaba cocinar y hornear. -Mamá, estoy haciendo galletas. -Dijo Noemí. -Ya lo hice, niña. -Veo que a Remi le gustan. Necesitamos más.

Saqué la lengua. Naomi medía un metro setenta y cinco: todo lo que alguna vez pude haber soñado. -Tengo que correr. - Abracé a mamá, un poco más fuerte de lo habitual. -Hablamos más tarde. Todo estará bien. -Te amo, Remi Solano. - Yo también te amo. - Luché por ponerme las pilas y regresé a mi loft. Conseguí evitar a Steve. Me dejé caer en la silla de mi escritorio y me senté frente a mi computadora portátil, mirando fijamente a la pared. Pensé en los niños, Steve y Kaylee. No podíamos perder a mamá. Fue tan injusto. Mi cara se contorsionó. Ella había dado mucho. Ella era tan amorosa y desinteresada. Quería gritar o tirar algo. Sin parar a pensar, abrí mi portátil. Hice clic rápidamente y fui a una parte oscura de la web. Yo era un hacker de sombrero blanco. Él pirateó legalmente para probar los sistemas del cliente. Los sombreros blancos generalmente eran empleados por el gobierno o por empresas de seguridad. Bueno, yo era un hacker de sombrero blanco con un toque de gris. Los Sombreros

            
            

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