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La mañana siguiente, Valeria llegó puntual. Blazer beige, labios rojos. Más elegante que ayer. Más segura también.
Adrián ya estaba en su oficina. La puerta entreabierta. Hablaba por teléfono.
-No, papá. No quiero ir. Ya te lo dije. No me interesa ver a Guillermo ni a sus logros perfectos... -Pausa-. Sí, sí, adiós.
Colgó con fuerza.
Valeria se quedó un segundo quieta, sin querer interrumpir. Luego tocó.
-¿Molesto?
-Ya estás dentro. Supongo que no.
Le entregó la agenda del día.
-A las once, junta con Vázquez Group. Vienen a presentar la nueva propuesta.
-¿Vázquez? ¿Otra vez ese imbécil?
Valeria se encogió de hombros, como si no supiera nada.
-Lo pidió usted mismo la semana pasada.
Él no dijo nada. Solo la miró. Como si buscara algo en su cara.
-¿Lo vas a volver a ver?
-¿Perdón?
-A Marcelo.
-Es un socio. Lo veré si es necesario.
-No pareció muy "negocios" ayer en la cafetería.
Valeria sonrió, sin ganas.
-¿Está insinuando algo?
-Estoy advirtiendo.
-Gracias por su preocupación, señor Montes.
Ella se giró para salir. Él habló antes de que cruzara la puerta.
-No juegues con fuego, Valeria.
Ella se detuvo. No volteó.
-¿Y si el fuego soy yo?
Cerró la puerta tras de sí.
La reunión con Marcelo fue tensa. No por él. Marcelo era encantador. Pero Adrián estaba en modo silencioso, con esa sonrisa falsa que todos sabían que era peligrosa.
Valeria tomó notas. Marcelo la miraba de vez en cuando. Hasta le guiñó un ojo. Ella, profesional, lo ignoró. Pero sabía que Adrián lo había notado.
-¿Les parece si tomamos un descanso de diez minutos? -propuso Marcelo.
Todos asintieron. Algunos salieron por café. Marcelo se acercó a Valeria.
-¿Tienes un minuto?
-Claro.
La llevó a un costado de la sala. Adrián los observaba desde lejos, sin moverse.
-Te ves increíble hoy.
-Gracias.
-Quería invitarte a una gala benéfica este viernes. Va a estar toda la élite. Y sería bueno tener a alguien interesante a mi lado.
Valeria sonrió, pensativa.
-¿Y si digo que sí?
-Entonces me harías la noche.
-Te aviso mañana.
Marcelo se inclinó, como si fuera a decir algo más, pero solo le rozó la mano al despedirse.
Esa noche, Valeria trabajaba en unos informes. Ya todos se habían ido. La oficina estaba en silencio.
Cerró su laptop y se estiró. Fue a la cocina por un café. Al volver, se cruzó con Adrián en el pasillo.
Él también seguía ahí. Corbata floja, mangas remangadas. Cansado.
-¿Seguís trabajando?
-Estaba terminando un informe.
-No tenés que matarte así.
-Tranquilo. Sé lo que hago.
-¿Siempre fuiste así?
-¿Así cómo?
-Tan... desafiante.
Ella sonrió.
-¿Le molesta?
-Me intriga.
Se miraron por un segundo. Largo. Incómodo. Cargado.
-¿Ya decidiste si vas a la gala con Vázquez?
-¿Le interesa?
-Solo quiero saber si tengo que cambiarte el horario del viernes.
-Entonces sí. Voy a ir.
Adrián apretó los labios.
-¿Sabés que él solo te invitó para fastidiarme?
-¿Y usted me está diciendo eso porque le fastidia?
Él se quedó callado. Se acercó un poco. Muy cerca.
-Me molesta que no vea lo que está haciendo.
-¿Y si lo veo perfectamente?
Ella dio un paso hacia atrás.
-Buenas noches, Montes.
Se fue sin mirar atrás.
En el ascensor, sola, Valeria sonrió.
Hoy, gané yo.
Escribió en su bloc de notas:
Día 2: Le duele. Aunque no lo diga, le duele. Perfecto.
Viernes por la noche. Hotel Imperial. Salón de mármol, luces doradas, camareros con bandejas de champán flotando entre empresarios, políticos y modelos.
Valeria llegó de la mano de Marcelo Vázquez. Vestido negro, espalda descubierta, labios color vino. Ni una joya. No le hacían falta.
Adrián ya estaba ahí. En un rincón, con su grupo de siempre. Traje oscuro, copa en mano. Cuando la vio entrar, se quedó quieto. Literalmente. Casi se le cae el vaso.
-¿Estás bien, Montes? -preguntó uno de sus socios.
-Perfectamente.
Mentira.
Valeria parecía de otro mundo. Sonreía, hablaba bajito al oído de Marcelo. Lo tocaba sutilmente en el brazo. Sabía que Adrián la estaba mirando. Y eso lo hacía aún mejor.
-¿Querés algo de tomar? -le preguntó Marcelo.
-Champán, por favor.
Mientras él iba por las copas, Valeria se quedó sola. Y fue ahí cuando Adrián apareció. Como un lobo. Sin anunciarse.
-¿Siempre tan teatral?
-¿Siempre tan pendiente?
-No vine a verte.
-Entonces mirás muy seguido para este lado.
Adrián bajó la vista. Y la subió despacio. Como si la recorriera con los ojos.
-Ese vestido... no es muy "secretaria", ¿no?
-Esta noche no soy tu secretaria.
-¿Ah, no? ¿Quién sos entonces?
-La mujer que va a hacer que te arrepientas de cada palabra dicha.
Adrián sonrió. Esa sonrisa torcida que usaba cuando estaba perdiendo el control.
-¿Te divertís haciéndome esto?
-¿Esto qué?
-Jugar. Probarme.
-No te estoy probando nada, Montes. Ya sé cómo sos.
-¿Y qué ves?
-A alguien que quiere aparentar que no siente. Pero hoy... estás temblando.
Adrián apretó la mandíbula. Dio un paso más. Ella no se movió.
-Te odio -le dijo, bajito.
-No más de lo que te gustó verme entrar esta noche.
Y justo en ese momento, Marcelo regresó.
-Todo bien acá?
Valeria sonrió y le tomó la copa. No miró más a Adrián.
-Perfectamente.
Durante la gala, Adrián no dejaba de seguirla con los ojos. Valeria se reía con Marcelo, bailaba lento con otro ejecutivo, y cada tanto cruzaba una mirada fugaz con él. Una provocación silenciosa.
En un momento, la encontró sola, junto a una columna, viendo su celular.
-Tenés talento para desaparecer -dijo él.
-Y vos para aparecer cuando menos se te espera.
-Marcelo no es para vos.
-¿Y vos sí?
Silencio.
-Tal vez -dijo él.
-Tarde.
Se giró para irse, pero él la detuvo, tomándola del brazo. Suave, pero firme.
-No terminamos de hablar.
-No sé si quiero hablar.
-Entonces escuchá.
La arrastró -sin violencia, pero sin opción- hasta un rincón del salón, más oscuro. Cerca de la terraza.
-Desde que llegaste, no puedo pensar en otra cosa. Y odio esto.
-Buen comienzo.
-No vine a rogarte nada. Pero esto que estás haciendo... me está enloqueciendo.
-¿Y si eso era la idea?
-Lo lograste.
Ella lo miró. Y por primera vez en semanas... no supo qué decir.
Él se acercó más. Peligrosamente cerca.
-Si me besás ahora, no hay vuelta atrás -susurró.
Ella lo miró. Los labios entreabiertos. El corazón golpeando.
Y entonces... sonó el teléfono de él.
Adrián miró la pantalla. Maldijo en voz baja.
-¿No vas a contestar?
-Es mi hermano. Está en la ciudad. Urgente.
Ella se apartó. El hechizo se rompió.
-Vas a tener que decidir, Montes.
-¿Decidir qué?
-Si esto es un juego... o no.
Y sin esperar respuesta, se fue.
Esa noche, ya en su departamento, Valeria se quitó los zapatos y se dejó caer en el sofá. Abrió su bloc de notas:
Día 5: Me quiere. No lo dice. Pero me quiere.
Apagó el celular. Cerró los ojos.
Y por primera vez... no estaba segura de quién llevaba la delantera.