Sin embargo, el peso de la conversación con Adrián seguía presente en su mente. No tanto la parte profesional -que había sido fluida-, sino la tensión no verbal que había comenzado a formarse entre ellos. En su interior, sentía que esa relación podría ir mucho más allá de los proyectos que compartían. Pero no quería pensar en eso ahora. No quería ser una más que se dejaba llevar por la tentación de lo que Adrián representaba: poder, control, pero también un deseo de intimidad que la desconcertaba.
La noche se acercaba y con ella, la reunión con su familia. Emilia siempre había tenido una relación difícil con sus padres. Aunque los quería, sabía que ellos no compartían sus ideas sobre la vida ni sobre lo que significaba tener una carrera exitosa. A menudo la criticaban por sus decisiones, por no seguir la misma trayectoria que su hermano mayor, un hombre de familia, casado con hijos, y con un trabajo "seguro" en la empresa familiar. Mientras él cumplía con las expectativas tradicionales, ella luchaba por crear su propio camino, uno que no siempre era comprendido.
Emilia se miró al espejo antes de salir. Sabía que, por mucho que se preparara, nada podía evitar lo que venía. No era solo una reunión casual. Era el momento en el que sus padres pondrían a prueba sus decisiones, especialmente la reciente relación con Adrián. Sabía que no sería fácil.
Cuando llegó a la casa familiar, la atmósfera pesada la recibió. La puerta, siempre abierta en señal de bienvenida, se cerró tras ella con una rigidez que ya no pasaba desapercibida. Su madre estaba en la cocina, como siempre, y su padre estaba sentado en el salón, mirando su periódico. Emilia sintió que la tensión se acumulaba en el aire.
-Hola, mamá, papá -saludó con una sonrisa tensa mientras caminaba hacia la sala.
-Hola, hija -respondió su madre, con una sonrisa que no alcanzaba a ser genuina. Sabía que algo no estaba bien. La observaba con una mirada llena de preguntas no formuladas. Los ojos de su padre, siempre tan evaluadores, ya la habían analizado de arriba a abajo. Sintió cómo el juicio comenzaba incluso antes de que dijera una palabra.
Se sentaron a la mesa, y como siempre, su padre no perdió tiempo en lanzar la primera indirecta.
-Entonces, ¿cómo va todo con el proyecto? -preguntó, con una tranquilidad que no encajaba con el tono de la conversación.
Emilia asintió y comenzó a hablar del trabajo, de los avances, de los planos. Quería mantener la conversación profesional, pero su padre no parecía estar interesado en eso. Sabía que iba a llegar el momento en el que la tensión no se podría contener más.
-Y, ¿qué pasa con ese... hombre? -su madre, siempre más delicada, no pudo evitar preguntar. Sabía que Emilia estaba molesta por la insistencia, pero no podía dejar de intentar entender lo que estaba pasando-. ¿Adrián Vega, cierto? ¿Todo bien entre ustedes?
Emilia dejó de comer. La pregunta estaba más cargada de lo que parecía. Era la constante vigilancia de sus padres, sus intentos por indagar más allá de lo que ella estaba dispuesta a compartir.
-Está bien, mamá. Estamos trabajando juntos -respondió con calma, manteniendo la compostura.
Pero su padre, siempre más directo, no tardó en intervenir.
-¿Trabajando juntos? ¿No crees que es un poco arriesgado? -dijo, con la voz cargada de juicio-. Ese hombre es un tiburón, Emilia. No es alguien con quien se pueda mantener una relación profesional sin que se complique. Sabes lo que quiero decir. Es un hombre poderoso, que no juega limpio. No quiero que termines atrapada en una red que no podrás desenredar.
La rabia comenzó a hervir en el estómago de Emilia. Esa mirada de superioridad que su padre siempre había tenido, esa sensación de que no era capaz de tomar decisiones por sí misma, la irritaba más de lo que podía soportar. Pero no quería perder la compostura, no frente a ellos.
-No estoy atrapada, papá. Y Adrián no es lo que tú piensas. No todo tiene que ser tan blanco o negro -su voz tembló ligeramente, pero lo dijo con firmeza.
Su madre suspiró, tratando de calmar la situación, pero la mirada de desaprobación de su padre seguía clavada en ella como una espada.
-Es que no entiendo por qué te empeñas en hacer las cosas tan complicadas. Tienes un futuro brillante por delante. ¿Por qué perderlo todo por un hombre? -dijo su padre, sin mirarla a los ojos, como si no pudiera entender el camino que ella había elegido-. Este no es el tipo de relación que nos hubiera gustado para ti.
Emilia se levantó bruscamente de la mesa, con las manos temblando de frustración.
-¡No lo entienden! -gritó, dejando caer la silla que había estado ocupando. El ruido del golpe hizo que todos se callaran por un momento-. ¡No todo se trata de sus expectativas! ¿No ven que estoy intentando vivir mi vida? ¡No quiero hacer las cosas como ustedes quieren que las haga! ¡Soy yo quien tiene que tomar las decisiones!
Su madre la miró con tristeza, pero fue su padre quien rompió el silencio.
-¿Crees que puedes manejar esto sola? -dijo, levantándose también-. Nosotros te hemos dado todo para que tengas éxito. ¿Y ahora te vas a arruinar por alguien como él? ¿Un hombre que no tiene principios, que usa a la gente para escalar más alto? No es eso lo que queremos para ti.
Emilia sintió una punzada de rabia. El rechazo que sentía por parte de ellos, por no ser capaz de comprender sus decisiones, era insoportable. Sabía que sus padres solo querían lo mejor para ella, pero ese "mejor" estaba basado en una idea que ya no compartía. Esa visión estrecha, llena de miedos y dudas sobre el mundo, la ahogó.
-¡Basta! -gritó, incapaz de contener sus emociones-. Estoy harta de que me digan lo que tengo que hacer. Harta de que cada decisión que tomo sea analizada, criticada y destruida antes de que pueda siquiera entender lo que significa para mí. No soy ustedes. ¡Y no voy a vivir mi vida de acuerdo a lo que ustedes piensan que es lo correcto!
Al darse cuenta de lo que había dicho, se quedó en silencio, la rabia transformándose en algo más sombrío: una sensación de dolor, de separación, de que las barreras entre ella y su familia se estaban volviendo insalvables.
Su padre la miró fijamente, pero no dijo nada más. Solo dio media vuelta y salió de la habitación. Su madre se levantó lentamente, y aunque trató de acercarse a ella, Emilia la apartó con una mano.
-No quiero hablar más de esto -dijo con voz quebrada.
Sin esperar más, salió de la casa, dejándola atrás. La noche estaba fría y silenciosa, pero Emilia no podía dejar de sentir el peso de la tensión que había creado. No solo con sus padres, sino con ella misma. Sabía que, por mucho que intentara alejarse de las expectativas de los demás, la batalla interna seguiría siendo la más difícil de todas.