Jelly amor
img img Jelly amor img Capítulo 4 La silla de las confesiones
4
Capítulo 6 El mensaje que no debí responder img
Capítulo 7 Uñas rotas y corazones también img
Capítulo 8 Reputación en juego img
Capítulo 9 El beso que arruinó todo img
Capítulo 10 Spoiler de Instagram img
Capítulo 11 Esmalte rojo, bandera roja img
Capítulo 12 La tentación entra por la puerta img
Capítulo 13 El precio del silencio img
Capítulo 14 Promotoras en guerra img
Capítulo 15 El catálogo de chicas img
Capítulo 16 La cena que nunca fue img
Capítulo 17 Cierra el puño, abre los ojos img
Capítulo 18 La noche de las uñas negras img
Capítulo 19 Bajo la mesa de manicura img
Capítulo 20 Marcada img
Capítulo 21 Glow por dentro img
Capítulo 22 El cuarto de la bebé img
Capítulo 23 Cuando me toques, sabrás img
Capítulo 24 Confesión entre acrílicos img
Capítulo 25 Cartas bajo la mesa img
Capítulo 26 El nombre de mi hija img
Capítulo 27 La fiesta de las mentiras img
Capítulo 28 Brillo falso img
Capítulo 29 Vientre expuesto img
Capítulo 30 La tercera en discordia img
Capítulo 31 Huida al silencio img
Capítulo 32 La marca de una madre img
Capítulo 33 Glow comienza a temblar img
img
  /  1
img

Capítulo 4 La silla de las confesiones

En el spa Luna, la cabina de uñas era un pequeño templo para la vanidad... y para los secretos. Tenía paredes color crema, una lámpara circular que bañaba todo en luz suave y una silla reclinable con tapizado de cuero blanco donde, sin saber por qué, las mujeres hablaban de todo. A veces, más de lo que deberían.

Aitana ya la había bautizado: la silla de las confesiones.

Esa tarde, el ambiente olía a crema de mango, acetona y un poco a drama. Como siempre.

-¡No sabes lo que me pasó este fin de semana! -exclamó una clienta rubia, de labios inflados y uñas quebradas, que pedía "algo discreto pero con brillo".

Aitana alzó la vista desde su cajita de glitter holográfico. Reconoció a la chica. Había venido dos veces. Siempre con un escote generoso y la energía de alguien que se sabe mirada. Pero esta vez tenía una urgencia en los ojos. Una necesidad de ser escuchada.

-Cuéntame -dijo Aitana, como si fuera una terapeuta en vez de una manicurista.

-Fui a la fiesta de una agencia de modelos, ¿sabes cuál? Glow, la de Iker Valverde.

Aitana sintió un pequeño nudo formarse en su estómago, pero mantuvo la compostura.

-Ah, sí... me suena.

-¡Dios! Ese hombre es una maldita fantasía. Pero también un desastre emocional. Nos miramos tres veces y terminé yéndome con él. Literal. En su coche negro, con música de Rauw Alejandro a todo volumen. ¿Sabes lo que me dijo? Que odiaba a las mujeres celosas.

Aitana intentó mantener su expresión neutra mientras desinfectaba las herramientas.

-¿Y qué pasó después?

-Lo típico. Cama de hotel, luces tenues, y luego el clásico: "no estoy listo para algo serio". Me dio un beso en la frente y se fue antes del desayuno.

¿Cama de hotel? ¿Cuántas veces ha dicho eso mismo? -pensó Aitana.

-Pero lo más fuerte no es eso -continuó la chica-. Es que, en su baño... encontré una pulsera de hilo rojo. Una de esas que dicen que alejan la mala energía. Y no era de él. Era claramente femenina.

Aitana sonrió con los labios apenas curvados. Ella también usaba una igual. Una que Iker le había dicho que le quedaba "mística".

-Quizás era de alguna otra invitada -dijo, intentando sonar indiferente.

-Eso pensé. Pero luego, vi su teléfono. Tenía un mensaje anclado de una tal "Naty Uñas Spa". Me metí a stalkear... y ¡boom! otra chica guapísima que sube fotos con frases como "Cuando me besa, se detiene el tiempo". ¡Estoy segura que se refiere a él!

Aitana tragó saliva. El gel que estaba aplicando parecía endurecerse más lento.

-¿Y qué hiciste?

-Nada. Obvio que fingí que no me importaba. Pero desde ese día lo sigo por todas sus redes con una cuenta falsa. Y no sé si estoy más enamorada o más obsesionada. ¿Crees que estoy loca?

-No, para nada -dijo Aitana, aunque por dentro se sentía enredada en una telaraña. Iker tenía más mujeres que tonos de esmalte jelly.

La rubia suspiró mientras revisaba sus nuevos diseños: uñas almond rosa pálido con puntas metálicas en oro líquido.

-Estas me encantan. Tienen clase, pero igual son picantes -dijo con una sonrisa traviesa.

-Como tú -le respondió Aitana, mientras le aplicaba aceite de cutícula.

Cuando la clienta se fue, Aitana se quedó sola en la cabina. Encendió la lámpara UV solo por tener algo que mirar mientras ordenaba pensamientos.

¿Naty? ¿Cama de hotel? ¿Pulseras rojas? ¿Cuántas somos en realidad?

El celular vibró. Era un mensaje de Iker:

"¿Almuerzo mañana? Te quiero mimar un poco, mi artista de las uñas."

Aitana lo leyó sin responder.

Se apoyó en la mesa y cerró los ojos.

Flashback.

Tres semanas antes.

La misma silla.

Otra mujer. Morena. Tonalidad de piel caramelo. Uñas largas como garras.

-Yo con Iker estoy jugando, ¿sabes? Él cree que tiene el control, pero la que manda soy yo. El truco es no enamorarse.

Entonces, en ese momento no lo entendió. Ahora todo empezaba a hacer sentido. Todas esas frases sueltas, detalles que parecían inofensivos. Pedazos de un rompecabezas que iba tomando forma.

La puerta se abrió. Era Camila, la recepcionista.

-Tienes un espacio libre de media hora. ¿Quieres un café?

-Sí, con leche de almendras, por favor. Y... ¿puedes decirle a la próxima clienta que pase un poco más tarde?

-Claro. ¿Todo bien?

Aitana solo asintió.

Cuando se quedó sola, sacó su cuaderno de diseños, ese que tenía escondido entre las toallas. No iba a dibujar uñas. Esta vez, escribió nombres.

Naty.

La de la pulsera.

La morena con garras.

La rubia obsesiva.

¿Y yo?

Subrayó la palabra "yo" varias veces.

No sabía si estaba celosa, dolida o simplemente furiosa con ella misma por haberse dejado llevar. Iker era todo lo que una chica ambiciosa podía desear... y todo lo que una mujer inteligente debía evitar.

Pero el corazón no es la cabeza.

Y Aitana, por más firme que quisiera ser, ya estaba enganchada.

Encendió su celular. Entró al perfil de Iker. Las últimas historias mostraban a modelos en una piscina privada, risas y tragos. Pero una foto la hizo detenerse.

Unas manos apoyadas sobre un lavamanos. Uñas en tono lavanda satinado, con un pequeño detalle blanco en espiral. Su diseño.

¿Otra más?

No, peor. Esa era su foto. Su diseño. El que se hizo para salir con Iker, cuando pasaron juntos aquella noche en su departamento y le pidió una "foto artística" de sus manos juntas para guardar como recuerdo. Él la había subido... sin etiquetarla, sin su cara, como si fuera anónima. Como si lo que compartieron no fuera real.

El teléfono se le resbaló de las manos. Se estrelló contra el suelo con un golpe sordo.

Volvió a mirar la silla.

"La silla de las confesiones".

Lo que no sabía era que también podía romperte un poco el alma.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022