Jelly amor
img img Jelly amor img Capítulo 5 No eres la única
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Capítulo 6 El mensaje que no debí responder img
Capítulo 7 Uñas rotas y corazones también img
Capítulo 8 Reputación en juego img
Capítulo 9 El beso que arruinó todo img
Capítulo 10 Spoiler de Instagram img
Capítulo 11 Esmalte rojo, bandera roja img
Capítulo 12 La tentación entra por la puerta img
Capítulo 13 El precio del silencio img
Capítulo 14 Promotoras en guerra img
Capítulo 15 El catálogo de chicas img
Capítulo 16 La cena que nunca fue img
Capítulo 17 Cierra el puño, abre los ojos img
Capítulo 18 La noche de las uñas negras img
Capítulo 19 Bajo la mesa de manicura img
Capítulo 20 Marcada img
Capítulo 21 Glow por dentro img
Capítulo 22 El cuarto de la bebé img
Capítulo 23 Cuando me toques, sabrás img
Capítulo 24 Confesión entre acrílicos img
Capítulo 25 Cartas bajo la mesa img
Capítulo 26 El nombre de mi hija img
Capítulo 27 La fiesta de las mentiras img
Capítulo 28 Brillo falso img
Capítulo 29 Vientre expuesto img
Capítulo 30 La tercera en discordia img
Capítulo 31 Huida al silencio img
Capítulo 32 La marca de una madre img
Capítulo 33 Glow comienza a temblar img
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Capítulo 5 No eres la única

El esmalte se deslizaba con suavidad sobre la uña, formando un delicado tono rosa cuarzo. Aitana lo conocía bien. Era uno de los favoritos del Spa Luna. Las clientas lo pedían cuando querían proyectar "elegancia inocente", ese aire de ternura calculada que, al final, casi siempre terminaba revelando una historia turbia detrás.

-¿Sabes quién me escribió ayer? -dijo la chica frente a ella, cruzando las piernas mientras hablaba por encima de su teléfono-. Iker Valverde.

Aitana parpadeó una vez, dos. El nombre todavía le provocaba esa sensación tibia de calor que se mezcla con escalofríos. No levantó la vista. Solo movió la brocha con precisión quirúrgica.

-¿Quién? -fingió.

-¡Iker! El de Glow Agency, el dueño. Me escribió directo a Instagram. Dijo que había visto mis fotos y quería que participara en una campaña exclusiva. -La clienta soltó una risita-. Aunque la "campaña" suena a excusa. Lo que quería era otra cosa, si sabes a lo que me refiero...

Aitana apretó los dientes, con el pincel a medio camino entre el frasco de esmalte y la uña.

-¿Y tú fuiste?

-Obvio. ¿Tú no lo harías? Está riquísimo. Tiene ese tono arrogante que te hace querer destruirlo... o besarlo.

Las palabras le cayeron como piedras. Dentro de su pecho, algo se rompía, aunque el exterior de Aitana seguía impecable: una sonrisa mínima, una mirada profesional, un tono neutro.

-Fue... ¿Ayer?

-Ajá. A las diez. En su departamento. ¡Vista al mar, amiga! ¡Y esas luces! Todo tan... íntimo.

Íntimo. Qué palabra más sucia cuando no se es la única.

La clienta, ajena al terremoto interno que provocaba, hablaba sin filtro.

-Me dio vino, me puso una playlist con canciones de The Weeknd, y luego... bueno, ya sabes. -Se rio, bajando la voz-. No diré más. Pero te juro que pensé: este hombre debe tener muchas chicas. Es demasiado bueno para ser exclusivo.

Y ahí estaba la ironía: Iker no era exclusivo. Era un universo abierto lleno de habitaciones con nombres distintos... y Aitana solo había sido una puerta más.

Diez segundos, pensó, activando la lámpara UV.

Diez segundos para no llorar.

Diez segundos para que se seque el esmalte y también el corazón.

Cuando la clienta se fue, dejando propina y promesas de "volver pronto", Aitana se encerró en el diminuto baño del personal. Apoyó las manos sobre el lavamanos y se obligó a mirarse al espejo.

Ojos apagados.

Cejas perfectamente perfiladas.

El rímel estaba comenzando a ceder.

-¿Qué hiciste, Aitana? -susurró, bajito, como si la pregunta pudiera ser respondida por el reflejo.

Y entonces vino el recuerdo.

FLASHBACK

Una semana antes.

Evento privado.

Velas aromáticas, uñas en vivo, modelos caminando en ropa interior. La fiesta Glow.

Aitana había sido contratada para pintar uñas rápidas, de "impacto visual", a chicas que luego serían fotografiadas con anillos, copas y accesorios. Una estrategia publicitaria de belleza viral.

Y él estaba ahí.

Iker Valverde.

Con camisa negra, gafas de diseñador y ese aire de peligro suave que embriagaba.

-Me gusta cómo haces los detalles -le dijo mientras ella decoraba con pincel fino una uña estilo "jelly" en un tono durazno vibrante.

Ella, halagada pero nerviosa, solo respondió:

-Gracias.

-¿Y haces visitas a domicilio?

-Solo si me cae bien el cliente.

-Entonces tengo esperanza.

Desde esa frase hasta la copa de vino que compartieron dos horas después, todo fue una secuencia de movimientos sutiles, miradas lentas, sonrisas que se demoran. Nada fue torpe, todo era calculado. Y ella, tonta o humana, cayó.

Después vinieron más citas. Tardes en su oficina, desayunos a escondidas, mensajes a la medianoche.

Y una noche, esa noche, sin condón.

"Tranquila, controlo todo", le dijo él con una voz suave, posando las manos en su espalda desnuda.

De regreso en el presente, Aitana buscó su pequeño cuaderno de citas. Allí anotaba todo. Todo. Y entre las páginas marcadas con stickers de flores, resaltadores y clips, estaban también sus fechas personales: ciclo menstrual, ovulación, malestares.

Día 14. Justo esa noche.

Sintió que el mundo giraba sin ella. Se dejó caer en una de las sillas del vestidor del spa, la cara entre las manos, el corazón pensando en el pecho como una piedra mojada.

-¿Y si estoy embarazada? -se dijo en voz alta, sin querer escucharse.

La puerta se abrió de golpe. Era Camila, la recepcionista, con su uniforme blanco inmaculado y el celular en la mano.

-¡Aitana! ¡Iker está aquí! Vino a preguntar si puedes atenderlo. Dice que quiere armar una sesión exclusiva de uñas para sus modelos y que tú eres "la mejor".

Aitana sintió que le faltaba el aire.

¿Ahora venía a usarla como si nada? ¿Después de usar también a media ciudad?

-Dile que no estoy disponible -dijo, levantándose despacio-. Que estoy ocupada.

-Pero...

-Díselo, Camila. Por favor.

Camila asintió, aunque sus ojos se quedaron un segundo más sobre ella. Sabía. Algo sabía. Todas empezaban a sospechar.

Aitana se quedó sola otra vez. Caminó al fondo del spa, donde el sol entraba por una claraboya y todo olía a lavanda y acetona. Allí había un rincón donde a veces descansaba, con una silla de terciopelo rosa.

Se sentó. Cerró los ojos. Apoyó la cabeza contra el respaldo.

Y lloró.

No solo por la traición. No solo por el engaño. Lloró por ella misma. Por su ingenuidad. Por haber creído en palabras disfrazadas de promesas. Por haber confundido caricias con compromiso.

Lloró por todas las que, como ella, pensaron ser la única.

Y mientras se secaba el rostro, una idea se instaló como una semilla:

"Esto no se queda así."

Se pondría de pie.

Terminaría su jornada.

Pero no sería la misma.

Ahora tenía una enorme duda.

Y tal vez, solo tal vez, no quería saber la respuesta.

                         

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