Aquella mañana, recordé como bien temprano, apareció su amigo, lleno de tatuajes y con un pelo negro largo por los hombros, que le daba aspecto de chico rudo, sobre todo por la cicatriz en su hombro. Mi amiga había perdido el norte y la virginidad aquella noche con el.
Al día de hoy, se veían cada noche. El se colaba en el patio trasero y ella no faltaba a ninguna cita.
Por ahí mismo salimos y volvimos ambas aquel día, primero en la noche y luego en la mañana y milagrosamente, nadie nos descubrió. Además de contar con la ayuda de Sor pepita, una monja joven y dulce que nos ayudaba siempre. Decía que debíamos ser lo que ella temía haber sido... Libres y jóvenes.
Esa mañana de domingo nuevamente, era el único día en el que no teníamos labores en el convento. Era el día de descanso y eso, en un convento es sagrado.
Dios dijo que el domingo es para descansar y no hay mejor lugar para cumplir la palabra del señor que un convento.
- Tengo novedades - decía Sofie saliendo de misa.
- No sé si quiero saberlas - susurré, porque siendo ella como era, asumía que eso de novedades era un nuevo reto.
Nos dirigimos al jardín y sentadas en un columpio doble, de espaldas a la entrada pero de frente a la edificación para evitar ser descubiertas, me confesó...
- Está noche iremos a las peleas.
- Lo siento pero no iré y tú no deberías hacerlo tampoco, terminarás expulsada de aquí y nos veremos separadas Sofie.
Ella era muy irreverente y a veces eso me superaba. Yo era una amante de la paz, soñadora del amor y adoradora del respeto. No me gustaba estar incumpliendo normas constantemente.
Además del hecho de que aquello, era peligroso, un tanto asqueroso y hasta violento para mí gusto.
- No puedes decir que no, Furia quiere verte - dijo ella y detuve el columpio en seco.
Los cabellos sueltos de ambas, los míos oscuros y los de ella dorados, se alborotaron por la parada.
- ¿Ese es su nombre? - le venía muy bien, de ser el caso; pero tenía que preguntar para estar segura, aunque, ¿ quien más que el podía conocerme allí?
- Es un apodo obviamente, todos le conocen por Furia, nadie suele decir su nombre y no he preguntado cuál es tampoco.
- Da igual, no iré - me levanté y ella me detuvo, tirando de mí para que me sentara de nuevo.
- ¿Sabes cuántas mujeres se mueren porque el siquiera les dirija la palabra? Tienes que ir - ella insistía y me miraba como si yo fuese una impura por renegar del creador.
Ni que fuera Dios quien me hubiese llamado y yo me estuviera negando.
- Prefiere no tener el dato, de cuantas mujeres están a su disposición, pero yo no soy una de ellas.
- Por supuesto que no - me miraba ella con ojitos deslumbrados y me parecía de lo más idiota que podía proyectar - tu eres la que el quiere. La que exigió ver y la única que ha dormido en su cama, a su lado y ha sido protegida por el. Ninguna ha tenido ese privilegio.
¡ Oh por Dios! Que idiotez estaba escuchando.
- He dicho que no voy. Que no quiero verlo, que no me interesa y que no tiene porqué llamarme porque no estoy interesada en ese hombre.
Estaba prácticamente gritando, a riesgo de ser escuchada por alguna monja de allí o por el mismísimo padre Alejandro.
- Espero que sea yo, el hombre del que hablas.
Ambas nos quedamos paralizadas. No era común que hubiese un hombre en el convento y aquella voz autoritaria y con personalidad oscura no tenía pérdida, era el... Furia.
Pude verlo caminar lentamente, con las manos cruzadas en su espalda y luciendo un perfecto traje negro, sin corbata y una camisa blanca debajo que le daba un aire refinado y elegante. Se veía divino. Maravilloso. Espectacular.
- No quiero pensar que haya otro hombre detrás de tí. Otro que te haya llamado. Otro que desee verte y otro que te interese más que yo y te atrevas a mentir al respecto.
Me había quedado sin habla.
Ni mi amiga decía nada y todavía estaba procesando en mi cabeza, lo que quería acotar.
- Dí que te alegras de verme. Que vendrás esta noche y que soy ese único hombre al que sí, deseas ver.
Parecía que me hubiese leído la mente.
Era demasiado imponente y me ponía demasiado nerviosa.
No pude responde nada, pues detrás de el ví venir a la madre superiora, casi corriendo y casi me desmayo cuando la escuché decir, bajo la atenta mirada de Furia, sobre mí...
- Sea usted bienvenido swrñor Tuzdav. Le estabamos esperando ansiosos.
El clavó su mirada entrecerrada sobre mí y relamió sus labios antes de decir...
- La ansiedad es toda mía...