Cuando el Tiempo se Detiene
img img Cuando el Tiempo se Detiene img Capítulo 5 Los pacientes también curan a sus médicos
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Capítulo 6 El peso de lo no dicho img
Capítulo 7 La línea que separa el riesgo de la esperanza img
Capítulo 8 Heridas que no se curan con medicina img
Capítulo 9 Las sombras no se van con la luz img
Capítulo 10 Sombras entre los cristales img
Capítulo 11 Verdades veladas img
Capítulo 12 El reencuentro inevitable img
Capítulo 13 Alianzas frágiles img
Capítulo 14 La verdad que quema img
Capítulo 15 Este futuro, lo construiremos juntos img
Capítulo 16 El ocaso de Catalina img
Capítulo 17 Fortaleza en la tormenta img
Capítulo 18 La amenaza img
Capítulo 19 Bajo la luz del juicio img
Capítulo 20 El umbral del dolor img
Capítulo 21 El mapa de las verdades img
Capítulo 22 Falsos aliados img
Capítulo 23 El peso de esa decisión img
Capítulo 24 El Legado de la Sangre img
Capítulo 25 Recuperar aquello que realmente amaba. img
Capítulo 26 Una historia que aún estaba por escribirse img
Capítulo 27 La esperanza en su corazón img
Capítulo 28 Una segunda oportunidad img
Capítulo 29 Sus propios miedos img
Capítulo 30 Estoy aquí img
Capítulo 31 El amor, la traición y el poder img
Capítulo 32 Nada que valga la pena img
Capítulo 33 El Silencio que Cura img
Capítulo 34 El peso de lo no dicho img
Capítulo 35 Cicatrices que no sanan img
Capítulo 36 El hijo no contado img
Capítulo 37 Lo que no se dice img
Capítulo 38 Verdades que sangran img
Capítulo 39 Cenizas del legado img
Capítulo 40 Secretos bajo la superficie img
Capítulo 41 A trazar el camino img
Capítulo 42 El Viaje hacia la Esperanza img
Capítulo 43 Voces en la Oscuridad img
Capítulo 44 Llegar hasta el fondo img
Capítulo 45 Listo para enfrentarla img
Capítulo 46 Secretos y traiciones img
Capítulo 47 En pie para enfrentar lo que vendría img
Capítulo 48 Encontrando la esperanza img
Capítulo 49 Encrucijada de decisiones img
Capítulo 50 Decisiones bajo la tormenta img
Capítulo 51 La sombra del miedo y la luz de la esperanza img
Capítulo 52 Cuando el alma busca refugio img
Capítulo 53 La verdad oculta en las sombras img
Capítulo 54 Voces en la penumbra img
Capítulo 55 Encuentro en la sombra img
Capítulo 56 El ambiente cambió img
Capítulo 57 Una señal silenciosa img
Capítulo 58 Un antes y un después img
Capítulo 59 La desactivaremos... y se la devolveremos img
Capítulo 60 No era solo una cacería img
Capítulo 61 ¿Y fingiste tu muerte para esconderte img
Capítulo 62 Acostumbrados al infierno. img
Capítulo 63 Seguimos avanzando img
Capítulo 64 La batalla definitiva. img
Capítulo 65 Sombras en Viena img
Capítulo 66 La Batalla por el Núcleo img
Capítulo 67 La Sombra del Traidor img
Capítulo 68 Vamos a ganar esto img
Capítulo 69 El peligro estaba más cerca img
Capítulo 70 En la cuerda floja img
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Capítulo 5 Los pacientes también curan a sus médicos

La tarde cayó como una neblina espesa sobre los bosques que rodeaban el Instituto Ardent. Desde su habitación, Andrés observaba el paisaje sin mirar realmente nada. La conversación con Henrik había removido algo que intentaba mantener enterrado. No era sólo una intuición. Era un malestar sutil, como si los recuerdos se deslizaran por su espalda sin pedir permiso.

Laura Stenersen.

El nombre le sonaba ajeno, pero había algo en su voz, en su forma de pronunciar ciertas palabras, que lo inquietaba. Era como si el eco de un tiempo perdido lo visitara sin aviso.

Tomó su laptop. Revisó los informes clínicos, los datos del día, los indicadores que tanto había aprendido a descifrar en su lucha constante por alargar su vida. Pero no buscaba eso. Deslizó los dedos hasta abrir una pestaña nueva. Y sin pensar mucho, escribió:

"Laura + neurología + Alemania + Noruega"

Los resultados arrojaron artículos médicos, entrevistas científicas, notas académicas. Una mente brillante. Publicaciones reconocidas. Premios por innovación en neuroregeneración. Pero ninguna mención a América Latina. Ninguna fotografía donde pudiera verla en otra época. Solo la versión pulida, profesional, distante. Nada que explicara por qué él sentía que la conocía.

Volvió a cerrar el portátil con frustración. No era el tipo de hombre que se obsesionaba con intuiciones. Era lógico, metódico, exacto. Pero eso había cambiado desde que la muerte se instaló como una sombra en su espalda. La lógica se había erosionado con cada diagnóstico, con cada recaída. Ahora, empezaba a escuchar más a su instinto. Y su instinto le decía que esa mujer no era una desconocida.

En el laboratorio subterráneo, Laura caminaba sola entre las cápsulas de aislamiento. El silencio aquí era diferente. No era el mismo que llenaba los pasillos del instituto; este estaba cargado de electricidad invisible. Cada sala tenía su propio murmullo, su propio pulso. Aquí se libraban pequeñas guerras celulares.

En la mesa de acero, frente a su terminal, estaba el frasco con la muestra de tejido neuronal que Andrés había donado días antes. Laura lo miró como si fuera una reliquia. Sabía lo que podía lograr con esa muestra. Sabía también lo que estaba en juego.

Unos pasos alertaron su atención. Era Nadia, una de las técnicas del centro.

-Doctora -dijo ella en voz baja-. ¿Está bien?

-Sí. Solo necesitaba unos minutos a solas con los datos.

-¿Está todo en orden con el paciente Belmonte?

Laura asintió, pero no dijo nada más. Nadia vaciló antes de retirarse. Laura se quedó un rato más, observando el monitor. Los patrones de respuesta neuronal de Andrés eran erráticos, pero no terminales. Aún había ventanas. Pequeñas, inestables... pero ventanas al fin.

Y aún no había tenido el valor de contarle todo.

No solo que él era el primer paciente que respondía parcialmente al protocolo.

Sino que, años atrás, había sido también el primero que le rompió el corazón.

Dos días después, durante la segunda ronda de estimulación cerebral controlada, Laura ajustaba los electrodos con manos precisas. Andrés, tumbado en la camilla, observaba el techo blanco, aunque sus pensamientos estaban a años luz de ese lugar.

-Tu acento... -dijo de pronto, rompiendo el silencio clínico- no es completamente europeo.

Laura detuvo el movimiento de su mano solo por una fracción de segundo. No lo suficiente para que pareciera evidente... salvo para alguien como él.

-Estudié en varios países -respondió, sin mirarlo-. Supongo que mi acento es una mezcla.

-No. No es eso. Hay algo... familiar. Como si antes dijeras las palabras con otra boca. Como si hubieras hablado español en algún momento.

Laura forzó una sonrisa que no llegó a sus ojos.

-Tal vez. El cerebro a veces inventa conexiones para cosas que no entiende.

-¿Como cuando sueñas con alguien que no has visto en años?

-O como cuando crees conocer a alguien que nunca has conocido.

Ese cruce de palabras dejó el aire cargado. Por unos segundos, el zumbido de la máquina fue lo único que se escuchó. Luego, Andrés desvió la mirada.

-No me estás diciendo todo -dijo finalmente.

Laura apretó los labios, bajó la mirada a los electrodos, y se limitó a responder:

-No vine aquí para hablar del pasado.

-Entonces sí hay un pasado.

Ella lo miró, esta vez sin máscaras.

-Hay un presente que estamos intentando salvar. Es suficiente por ahora.

Esa noche, Andrés no durmió.

Soñó con un banco de piedra en una universidad olvidada. Con una chica de cabello castaño recogido en un moño desordenado, riéndose mientras le explicaba filosofía con una taza de café en la mano. Soñó con un beso bajo la lluvia, y con una promesa que nunca se cumplió.

Se despertó agitado.

Ya no tenía dudas.

Ella no solo lo conocía.

Ella había sido su todo... en otro tiempo.

Y ahora era su única esperanza.

Andrés llegó al comedor del instituto poco antes del anochecer. El lugar estaba casi vacío, salvo por un par de pacientes silenciosos y algunos investigadores que apenas alzaban la vista de sus bandejas. A diferencia de los hospitales que había visitado antes, el Instituto Ardent tenía una atmósfera monástica, como si todo se desarrollara en una constante vigilia.

No tenía hambre, pero necesitaba salir de la habitación. Necesitaba moverse, respirar, pensar sin los muros clínicos de su cuarto ahogándolo. Mientras removía con desgano el contenido de su plato, escuchó una voz que lo obligó a alzar la vista.

-¿Puedo sentarme?

Era Henrik, con una taza de café y su andar siempre sobrio.

-Claro -respondió Andrés, haciéndole un gesto.

El asistente dejó su taza con suavidad sobre la mesa.

-Vi que no solicitaste los sedantes esta noche -comentó sin rodeos-. ¿Todo bien?

Andrés dudó un segundo antes de hablar.

-No. No está todo bien. Necesito saber algo, Henrik. Y quiero una respuesta honesta.

Henrik lo miró fijamente.

-Si está en mi poder, la tendrás.

-¿La doctora Stenersen ha trabajado antes en Latinoamérica?

Henrik no respondió de inmediato. Pasó su dedo por el borde de la taza, como si sopesara cada palabra.

-Hasta donde yo sé, no hay registros formales. ¿Por qué la pregunta?

-No lo sé... -Andrés frunció el ceño-. Pero siento que la conozco. No es un simple presentimiento. Es una sensación... visceral. Como si algo dentro de mí supiera que ella no es una desconocida.

Henrik entrecerró los ojos.

-¿Te ha dicho algo que te lo sugiera?

-No. Pero su forma de hablar... cómo evita el contacto visual... Hay algo más ahí. Y no quiero que me lo niegues.

Henrik guardó silencio, pero esta vez no apartó la mirada.

-Andrés, estás en un lugar delicado. Médicamente hablando, emocionalmente hablando. La doctora Stenersen es una profesional ejemplar. Si existe una conexión previa, te aseguro que ella sabrá cómo manejarla con ética.

Andrés apoyó los codos sobre la mesa, frustrado.

-¿Eso quiere decir que sí?

Henrik se levantó con calma. Tomó su taza y antes de irse, dijo:

-A veces, lo que necesitamos no es una respuesta, sino tiempo para reconocer la pregunta correcta.

Andrés lo miró marcharse, sintiendo que acababa de recibir una confirmación en forma de evasiva.

Horas más tarde, el pasillo que conducía a los laboratorios subterráneos estaba iluminado con luces tenues. Andrés sabía que el acceso a esa hora era restringido, pero también sabía que los protocolos no eran inviolables cuando se trataba de él.

A medida que se acercaba, reconoció la silueta de Laura frente a una pantalla luminosa. Estaba sola, de pie, leyendo una secuencia de imágenes cerebrales. Su perfil estaba iluminado por el monitor, revelando un rostro más cansado que antes, más humano.

Él no hizo ruido, pero ella lo sintió. Se giró lentamente, como si supiera que ese momento llegaría.

-No deberías estar aquí -dijo con voz baja.

-Tampoco deberías seguir fingiendo que no me conoces -respondió Andrés.

Laura cerró los ojos. El aire entre ellos pareció crisparse.

-No es tan simple...

-Lo es para mí -insistió él, dando un paso al frente-. Dímelo, Laura. ¿Nos conocimos antes?

Silencio.

Ella lo miró por fin, sin escudos.

-Sí.

La palabra cayó como un disparo amortiguado. En su interior, Andrés sintió que algo encajaba y se quebraba al mismo tiempo.

-¿Dónde?

Laura apretó los labios.

-Universidad de Boston. Programa de intercambios. Tú estudiabas administración. Yo, neurociencia. Fue hace más de diez años.

Andrés intentó recordar. Cerró los ojos. No era una escena clara, sino retazos: una risa bajo un árbol, un cuaderno con anotaciones, una discusión sobre el alma y el cuerpo en un café. Un beso.

Un adiós sin palabras.

-¿Por qué no me lo dijiste desde el primer día?

Laura respiró hondo, como si las palabras le pesaran.

-Porque no sabía si tú me recordarías. Y porque esto... este proyecto, tu tratamiento... no puede contaminarse con lo que fuimos.

-¿Lo que fuimos? ¿Qué fuimos, Laura?

Ella bajó la mirada. Tocó el borde metálico de la mesa, conteniendo algo que aún no quería decir.

-Fuimos jóvenes. Fuimos un accidente hermoso. Pero también fuimos una promesa rota. Tú tenías un mundo esperando por ti. Yo tenía una beca, una madre enferma, y un país al que volver. Nunca fue el momento.

Andrés tragó saliva. El dolor de una herida vieja, nunca cerrada, lo atravesó como un cuchillo. Y sin embargo, algo más lo impulsaba.

-¿Y ahora?

-Ahora eres mi paciente -respondió Laura con dureza-. Y si hay una mínima posibilidad de salvarte, no voy a arruinarla cruzando líneas que no debo.

Él la miró largo rato.

-No eres tú quien decide eso sola.

Laura bajó la mirada, pero su voz salió firme:

-En este lugar, sí. Aquí mando yo. Y tu vida depende de que yo mantenga la cabeza fría.

Andrés no respondió. Solo la observó. Ya no había duda. Esa mujer había sido importante. Tal vez lo fue todo. Y ahora, el destino los había devuelto al mismo punto... solo que con el reloj en su contra.

Antes de marcharse, dijo una última cosa:

-No te escondas detrás de tu bata, Laura. A veces, los pacientes también curan a sus médicos.

Y se marchó, dejándola temblando bajo la luz azulada del monitor.

                         

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