ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.
img img ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO. img Capítulo 5 Inocencia
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Capítulo 6 Mi mejor img
Capítulo 7 ¿Seran celos img
Capítulo 8 Tentación img
Capítulo 9 Promesa img
Capítulo 10 Juliana img
Capítulo 11 Tanta calma asusta img
Capítulo 12 No me arrepiento img
Capítulo 13 Conociéndole un poco img
Capítulo 14 Quería más img
Capítulo 15 Esos eran mis planes img
Capítulo 16 Todo se desmorona img
Capítulo 17 Lo quiero todo img
Capítulo 18 Un mal presentimiento img
Capítulo 19 Morí img
Capítulo 20 Maldita suerte img
Capítulo 21 Lo disfrute img
Capítulo 22 Por qué img
Capítulo 23 Por qué img
Capítulo 24 El libro se cerró img
Capítulo 25 Narrador img
Capítulo 26 No queda nada img
Capítulo 27 Creí que era mejor odiarlo img
Capítulo 28 Todo es tan difícil img
Capítulo 29 Duele img
Capítulo 30 El amor no es suficiente img
Capítulo 31 No soy como tú img
Capítulo 32 Soltar duele img
Capítulo 33 Es lo mejor img
Capítulo 34 Por qué img
Capítulo 35 Quería caer img
Capítulo 36 Una más img
Capítulo 37 Es hora de soltar img
Capítulo 38 Unos amigos que se aman img
Capítulo 39 El último adiós img
Capítulo 40 Final img
Capítulo 41 Epílogo img
Capítulo 42 Extra img
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Capítulo 5 Inocencia

ME ENAMORÉ DE UN AMOR QUE NO ERA MÍO.

Capítulo 4.

-Eres demasiado curiosa -negué.

Hizo un puchero.

-Soy tu hermanita, vamos preséntame.

Me tomó de la mano llevándome casi a rastras, mamá solo me miró. Ella saludó con una sonrisa. Papá la saludó y yo aproveché para presentarla. Ella tendió la mano sonriendo.

-Es un placer. Ana me ha hablado mucho de ti. Yo soy como su hermana.

-Un gusto Juliana -respondió él.

Ella se sentó al lado de mi papá como si nada, yo regresé a la cocina. Mamá me comentó que no le había gustado para nada que Juliana llegara así, le dije que era por curiosidad.

-Tú dices que son tonterías mías, pero Ana, no me gusta la manera en que ella mira a ese chico.

-Mamá, solo son ideas tuyas, además ella es una niña -sonreí.

-Digamos que sí, pero, ¿por qué se quedó allá? Dile que venga aquí, es como feo estar en conversaciones de hombres.

Mamá la llamó con la disculpa de que pusiera la mesa. Mientras lo hacía susurró solo para las dos.

-Mauro está guapísimo, te quedaste corta.

-Te lo dije -levanté la mirada buscando la suya.

-Sí, es muy maduro para tener solo 16, mi tío está platicando muy a gusto con él.

Sonreí orgullosa y feliz.

»Me alegro tanto por ti. Eres muy afortunada de encontrar un hombre así.

Mamá nos interrumpió, me pidió que les avisara que la comida estaba servida. Juliana quiso llamarlos, pero mi madre se interpuso en su camino.

-Juliana no creo que sea correcto. Es el invitado de Ana, ella debe llamarlo.

-¡Ay sí tía, tienes razón!

Me acerqué hasta ellos, Mauro y yo cruzamos miradas, sonreímos al tiempo, papá observaba cada gesto. Mi padre se adelantó, Mauro acarició mi mano casi imperceptible. Mauro me confesó que estaba nervioso, pero feliz, porque al parecer le había caído bien a mi papá. Juliana salió al comedor para avisarnos que la comida se estaba enfriando, nos sentamos todos a disfrutar. Todo quedó delicioso, como siempre cuando mamá cocinaba.

Después de la comida, pasamos a la sala y comenzamos a platicar de todo un poco. Todo iba bien hasta que papá, sin filtro alguno, soltó la pregunta que cambió el ambiente.

-Bien, Mauro, ¿cuáles son tus verdaderas intenciones con Ana?

Un silencio incómodo se instaló en la sala. Cruzamos miradas, de inmediato sentí un sudor frío recorrer mi espalda. Mamá, captando el momento, se levantó de inmediato.

-Juliana, acompáñame un momento a la cocina.

-¿Por qué? Yo quiero quedarme aquí... -protestó, pero mamá la miró fijamente, y eso fue suficiente para que la discusión terminara. Ambas salieron, dejándonos a papá, Mauro y a mí en un momento incómodo.

Mauro aspiró despacio, organizando sus pensamientos y respondió:

-Don Iván, lo primero que quiero es tratar a Ana, conocernos como amigos y ya el tiempo dirá cómo avanzan las cosas.

Papá asintió lentamente, como analizando cada palabra.

-Me parece muy bien. Ustedes aún son jóvenes. A esta edad, uno a veces confunde los sentimientos.

-Claro que sí, don Iván -continuó Mauro, con una voz firme, pero respetuosa-. Pero algo tengo muy claro: mis intenciones con Ana son serias. Me gusta mucho su forma de ser. Es una gran mujer y más adelante, si las cosas se dan, me gustaría intentar algo más serio con ella. Estoy muy seguro de lo que ella me hace sentir, por esa razón estoy dispuesto a esperar el tiempo que sea necesario.

Papá inclinó un poco la cabeza, como evaluando sus palabras. Esbozó una sonrisa.

-Pareces un muchacho de bien y honesto. Ana es una chica muy dulce. Como todo padre, no quiero que mi hija salga lastimada. Pero también tengo claro que no podemos proteger a los hijos de todo. Hay que dejarlos volar y experimentar las cosas de la vida. Así que, si como dices, tus intenciones son buenas... bienvenido a casa. Puedes visitarla las veces que quieras.

Mauro respiró con alivio y respondió con una sonrisa sincera:

-Muchas gracias, don Iván. Le aseguro que mi única intención es compartir con Ana, para conocernos mejor. Ella me parece una niña muy linda y especial. Solo quiero ganarme su corazón. Gracias por abrirme las puertas de su casa y por su confianza.

Papá lo observó detenidamente antes de asentir.

-Me gusta tu forma de pensar, Mauro. Supongo que Ana ya te contó sobre las reglas de esta casa.

-Sí, señor, algo me comentó.

-Quiero que sepas que mi hija no es como las demás muchachas, que andan de novio en novio, o pasan horas en la calle, de fiesta en fiesta. Nosotros la hemos educado con valores y ciertos requisitos.

-Eso es lo que más me gusta de Ana, don Iván. Su forma de ser es lo que la hace especial y diferente a las demás. Estoy dispuesto a seguir las reglas que usted nos ponga.

Papá esbozó una leve sonrisa, como satisfecho con la respuesta. Por dentro, sentí alivio y orgullo. Mauro estaba demostrando ser un caballero y alguien dispuesto a respetar las normas de mi familia.

Yo estaba sentada entre ellos, tratando de mantener la calma aunque mi corazón latía con fuerza. Permanecía en silencio, pero no podía evitar sentirme algo nerviosa. Sin embargo, escuchar la manera en que Mauro se expresaba frente a mi papá me llenaba de felicidad. Cada palabra que decía me hacía sentir que sus intenciones eran sinceras. Sí, estaba dispuesto a todo por mí, entonces era verdad lo que me había dicho: estaba enamorado.

Papá, tras un momento de reflexión, habló con un tono más relajado.

-Tampoco quiero ser un ogro con mi hija. Ana es una gran chica y por eso se ha ganado nuestra confianza. Sabemos que ella entiende qué es lo correcto. Si quieres salir con Ana, podrás hacerlo. Puedes venir a visitarla las veces que quieras. Confío en que ella sabrá comportarse. A pesar de su edad, Ana es muy madura y entiende la diferencia entre lo bueno y lo malo.

Las palabras de papá me llenaron de orgullo. Mauro también pareció aliviado, pues una sonrisa suave iluminó su rostro. Papá se puso de pie y extendió su mano hacia él.

-Quedas en tu casa, muchacho. Un placer conocerte.

Mauro se levantó de inmediato, estrechó la mano de mi padre con fuerza.

-Gracias, don Iván. Le prometo que no voy a defraudar su confianza.

Nuestros ojos se encontraron, una sonrisa compartida se dibujó en nuestros rostros. La tensión que habíamos sentido hasta ese momento desapareció como por arte de magia. Mauro tomó mis manos entre las suyas, dejó un beso tierno en ellas. Mi corazón dio un vuelco, estaba feliz.

En ese momento, mamá y Juliana salieron de la cocina. Mamá se acercó y con una sonrisa se despidió para ir a dormir. Antes de irse, le indicó a Mauro dónde estaba la habitación de invitados.

-Que descanses, Mauro. Espero que te sientas como en casa -dijo mamá, dándole una última mirada de aprobación.

Mauro asintió agradecido.

-Muchas gracias, señora. Ha sido un placer compartir con ustedes esta noche.

Mamá le devolvió una sonrisa y se retiró con Juliana, dejándonos nuevamente en la sala.

...

Mientras tanto en mi habitación.

-Juliana, la cama ya está lista. Descansa.

-Tía es muy temprano -hizo un puchero -. Déjame ir con Ana y su amigo. No tengo sueño.

-No Juliana. Ana tiene visita y no es bien visto que estés en medio de ellos.

-Yo puedo cuidarla...

Mamá la interrumpió.

-Ana sabe cuidarse sola.

-Pero él es solo su amigo -alegó-. No le veo nada de malo...

-Un amigo que quiere conocerla porque su intención es más adelante tener una relación. Ya llegará el día en que lleguen los chicos a tu casa, no te gustará que haya alguien haciendo de mal tercio.

-¿Ustedes los dejaran solos? Es tarde -se cruzó de brazos.

-Confío en Ana, ella sabe comportarse. Si no tienes sueño prende la televisión.

Juliana se tumbó sobre la cama haciendo pucheros.

...

Decidimos salir al jardín, hacía frío, pero la noche estaba hermosa. El cielo estaba lleno de estrellas y la luna brillaba más que nunca. Nos sentamos en una hamaca. Aún no me lo podía creer, no me imaginé que papá tomara las cosas tan bien. Lo que más me sorprendió fue la confianza que depositó en mí, al punto de irse a dormir y dejarnos solos. Mauro tomó mi mano con una risita nerviosa, me dijo que había valido la pena el susto.

-¿Fue tan horrible? -inquirí con curiosidad.

-Es broma bebé, todo salió mejor de lo que imaginé. Tu papá me cayó muy bien.

-Me alegro tanto, al parecer también le caíste muy bien a papá.

-La verdad es que yo moría por decirle que su hija me trae loco y que quiero ser su novio.

Solté una risita, intentando disimular el rubor que subía a mis mejillas. Sentí como Mauro pasaba su brazo tras mi espalda, acercándome con suavidad a su costado. Su calor me envolvió y por un instante me sentí protegida, como si nada malo pudiera alcanzarme.

Levantó la mirada al cielo, donde la luna brillaba con intensidad, iluminando la noche con su resplandor plateado.

-Qué luna más hermosa -dijo con un toque de ternura-. Aunque no tanto como tú.

Mi corazón dio un salto y antes de que pudiera reaccionar, él continuó. Sus palabras me envolvían como un hechizo:

-Esa luna es testigo de que estoy enamorado de la niña más bonita. Muero por un beso de esos labios rojos y aunque eso fuera un delito, pagaría mi condena más que feliz.

La sinceridad en su voz me dejó sin aliento. Lo miré a los ojos, perdiéndome en la intensidad de su mirada, me derretí ante la dulzura que reflejaba.

-Eres tan lindo... -susurré, incapaz de contener la sonrisa que se dibujaba en mis labios-. También me encantas.

Por un momento el mundo pareció detenerse. La brisa suave de la noche acarició nuestros rostros y bajo la mirada cómplice de la luna, sentí que todo era perfecto, como si el universo hubiera conspirado para crear ese instante solo para nosotros. Mauro inclinó su rostro lentamente hacia mí, su mirada se fijó en mis labios, no pude evitar cerrar los ojos esperando sentir el roce de los suyos. Fue un beso breve, tímido, pero lleno de emoción. Su calor me hizo estremecer y en ese instante confirmé una vez más que mi corazón ya le pertenecía.

Sin embargo, antes de que pudiéramos decir o hacer algo más, escuchamos una voz familiar detrás de nosotros.

-¡Pillines!- dijo Juliana, con una risita juguetona.

Me giré de inmediato, sentí mis mejillas arder, mientras Mauro simplemente soltó una carcajada.

-No es lo que parece, Juliana... -intenté explicar, aunque mi tono delataba mi nerviosismo.

-Claro, claro... -respondió ella, divertida-. Lo bueno es que eres un angelito que no rompe un plato.

-No estábamos haciendo nada malo -refuté.

Mauro me miró.

-Solo estaba contemplando esta belleza y no hablo de la luna.

Juliana puso los ojos en blanco, como si todo le pareciera demasiado cursi para su gusto. Se dejó caer junto a mí y sin previo aviso, me abrazó diciendo que tenía frío. Yo la miré de reojo, deseando que regresara a la habitación y nos dejara solos, pero no parecía tener esa intención. En cambio, empezó a charlar animadamente con Mauro, buscando temas de conversación que lo mantuvieran interesado. Al principio, no le di demasiada importancia, pensé que quizá solo intentaba ser amable. No quise prestarle más atención, después de todo era mi hermana. ¿Por qué debería desconfiar?

Luego de unos minutos, decidimos que era hora de irnos a dormir. Juliana, fiel a su costumbre de no quedarse callada, comenzó a molestarme.

-¡Dale el beso de las buenas noches! No te preocupes, yo los cubro -dijo con una sonrisa pícara y un brillo travieso en los ojos.

Mauro se acercó a mí con una sonrisa serena y dejó un beso suave en mi mejilla.

-¿Ves? -dijo Juliana, cruzando los brazos y fingiendo indignación-. ¡Ay no, qué miedoso eres, Mauro!

Él soltó una pequeña risa, encogiéndose de hombros.

-No es miedo -respondió mientras me miraba con dulzura-. Es respeto hacia esta muñeca.

Antes de que pudiera decir algo más, Juliana se inclinó hacia él y le dio un beso en la mejilla, un gesto que lo tomó completamente por sorpresa. Lo decía la expresión de su rostro, con las cejas levemente alzadas y los ojos parpadeando como si no supiera qué responder.

...

Una vez en la habitación, Juliana no dejaba de hablar tonterías.

-Lo tienes tan cerca, ¿por qué no te pasas a su habitación? Se dan unos besos bien ricos bajo las sábanas, de esos que te erizan la piel -dijo con una sonrisa traviesa.

La miré con los ojos bien abiertos, incrédula.

-¡Estás loca! ¿Cómo crees que voy a tirar a la basura la confianza de mis padres?

Juliana rodó los ojos, como si lo que acababa de decir no tuviera la menor importancia.

-Eres una tonta, desperdicias ese bombón. Mira, yo te hago cuarto, demuéstrale que él te interesa, dale una pruebita de amor.

-Tú no cambias, Juliana. Yo no soy así y lo sabes.

-Eres una monja, mojigata. Sigue así de mensa y se aburrirá. A los hombres les gustan las mujeres atrevidas, sin miedo.

Respiré profundo, tratando de mantener la calma.

-Ni modo, así soy yo. Si de verdad me quiere, que espere.

Juliana se cruzó de brazos, claramente frustrada conmigo.

-¿A poco no te imaginas cómo será su cuerpo?

-¿Qué cosas dices? -dije, escandalizada-. ¿Es que tú ya viste a un hombre desnudo?

Ella se rió y negó con la cabeza.

-Obvio no, pero sí me lo imagino -respondió con una sonrisa maliciosa.

-Eres un demonio.

Juliana alzó las cejas con picardía.

-No te hagas. ¿No te gustaría ver a tu Mauro sin camisa? A ver qué tal está.

No pude evitarlo; al pensar en él una leve sonrisa se formó en mis labios.

-Debe ser hermoso, pero todo llega a su debido tiempo.

Juliana bufó, exasperada.

-¿En serio, Ana? ¿Tú le harás caso a tu mamá y a la mía, en eso de que una tiene que ser virgen hasta el matrimonio?

-No sé... Creo que eso pasará cuando llegue el indicado.

Ella soltó una carcajada incrédula.

-Tienes la oportunidad de tu vida, tu amor está a dos puertas de tu cuarto y ni siquiera irás a darle unos besos. Eres muy tonta -dijo, rodando los ojos.

-Si de verdad me ama, él sabrá esperar. Además, apenas estamos conociéndonos, no me voy a ofrecer así.

Juliana negó.

-Todos los hombres buscan sexo, Ana. Si tú no le das algo que le guste, se aburrirá de ti. Buscará a otra que sí se lo de.

Al escucharla sentí un nudo en el estómago, pero me armé de valor.

-Él no es así. Lo bueno se hace esperar y Mauro sabe cómo soy yo.

Juliana se encogió de hombros, como si no valiera la pena insistir.

-Allá tú, si no me haces caso. Pero si tú le das esa "prueba de amor", lo tendrías a tus pies. Además, se sentiría afortunado de ser el dueño de tu primera vez. Lo volverías loquito.

-¡Hablas como si fueras una experta y eres solo una niña! Estás loca.

-¿Niña? Al parecer sé más que tú, pero bueno, no me hagas caso entonces. Al fin y al cabo, Mauro es hombre, igual que todos. Siempre buscan sexo, recuérdalo. Las vas a aburrir.

No pude evitarlo. Le lancé una almohada que aterrizó directo en su rostro.

-Mejor duérmete. Estás hablando muchas tonterías -dije, tratando de cerrar la conversación.

Ella puso los ojos en blanco, soltó una risita y se acomodó en la cama. Yo apagué las luces, pero no pude evitar que sus palabras se quedaran rondando en mi cabeza.

Tal vez Juliana tenía razón sobre algunos hombres, pero yo sabía que Mauro era diferente. Claro que me gustaría que él fuera el dueño de mi primera vez, pero todo tenía que llegar a su debido tiempo. No iba a meterme en su cama, ni mucho menos traicionar la confianza de mis padres. Las cosas tenían que hacerse bien, sin prisas.

Me podrían llamar monja o mojigata, pero yo quería algo más que una simple aventura. Quería una relación seria, un amor bonito que no fuera solo físico. Quería que me amaran por mis sentimientos, no por mi cuerpo. Si Mauro realmente me amaba, sabría esperar.

Mientras cerraba los ojos, me quedé pensando: ¿Será que Juliana habla por experiencia propia o simplemente disfruta jugar con las palabras? Una pequeña duda cruzó por mi mente, pero la aparté, confiando en lo que sentía por Mauro y él por mí.

Continuará...

                         

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