Pobre chica, su menstruación la estaba matando... ¿debía soportar eso todos los meses?
Cuando no pudo más con la preocupación, se acercó al baño. Lía no había cerrado la puerta cuando entró. La vio sentada en el sanitario, estaba casi hecha bolita, lloraba del dolor y había vomitado en el piso.
-¿Estás bien? -le preguntó.
Lía tenía el vestido manchado de sangre.
-¿Podrías pasarme los tampones que están en el clóset? Se acabaron los del baño -le dijo ella.
Oliver nada más obedeció, actuando por inercia.
Se había roto todo atisbo de vergüenza en ellos. ¿Podría haber algo mucho peor que esa situación?
Tuvo que entrar al baño y entregarle la caja de tampones. Y casi se resbala con el vómito en el piso, tuvo que sostenerse con la pared.
Lía lloraba. Y sabía que una parte era por vergüenza y otra por el dolor.
No sabía si quedarse en la habitación era buena idea o si salir iba a empeorar todo. Al final volvió a quedarse sentado en el bordillo de la piecera, por si a Lía se le ofrecía otra cosa.
Y sí pasó, le pidió que le llevara uno de sus camisones y una toalla limpia. Seguramente se iba enterar después qué pasó con la toalla que había en el baño.
Finalmente, Lía salió del baño, sosteniéndose de la pared.
Oliver se acercó para ayudarla, le daba la impresión de que en cualquier momento se iba a desvanecer.
Lía se acostó hecha bolita en la cama, llorando en silencio. Parecía estar en un trance al que ella misma se sometió para poder soportar el dolor.
Volvió a ofrecerle la almohada térmica y otra pastilla para el dolor. De hecho, Lía tenía muchas píldoras especiales para los cólicos, como si necesitara una reserva indispensable para ese tipo de casos que debían ser muy comunes para ella. Pobrecilla.
Por alguna razón Oliver terminó sentado en la cama, sobándole la cabeza y por momentos la barriga.
Levantarse por las noches a solucionar emergencias puede producir que aparezcan comportamientos que ni uno mismo sabía que tenía. Oliver jamás habría creído que terminaría atrapado en una situación así con una chica que era mitad desconocida y mitad su cuidadora.
Cuando Lía se quedó dormida, Oliver se acercó al baño y encontró el gran desastre. Estaba el vómito, mucho papel higiénico sucio de sangre, el vestido y la toalla en el piso.
Se llevó las manos a la cabeza y revolvió su cabello. Una parte de él le dijo que lo dejara así, que Lía al despertarse lo limpiaría, seguro y ese era su plan, pues claramente en su condición no podía hacerlo. Pero otra parte de él le decía que no podía dejar un baño tan desastroso, que era inconcebible y que apestaría en la mañana.
Cuando se iba a regresar para dormir en la sala y así escapar de aquel desastre, miró por un momento a Lía dormir en la cama. Entonces entendió que aquella chica se moriría de la vergüenza al día siguiente.
Lía se había comportado muy bien con él como para no ayudarla cuando más lo estaba necesitando.
Así que al final limpió todo. Mientras lo hacía, meditaba en todo lo que debía soportar aquella chica viviendo sola. ¿Le había pasado eso antes? ¿Cómo hizo cuando no tuvo su ayuda en medio de la noche? ¿Quién le ayudó al no poder caminar por el dolor? ¿Y quién le pasó ropa limpia para que se cambiara?
Terminó volviendo a dormir en la cama porque temió que Lía volviera a recaer y que no estuviera allí para ayudarla.
Lía cuando lo sintió acostarse se rodó para volver a abrazarlo.
-Lo siento por ser un desastre -susurró ella, adormilada.
-¿Qué dices? No eres un desastre -le respondió y la atrajo a él para abrazarla-. ¿Cómo te sientes? -Le acarició la espalda.
-Mejor -contestó Lía y volvió a dormirse.
❦❦❦
Todo el rostro de Lía estaba rojo cuando vio en el pequeño patio las sábanas y su vestido secándose al sol. Oliver se había encargado de todo su desastre de la noche. Y encima, le preparaba su desayuno favorito: arepas asadas con huevos revueltos y salchichas fritas.
Al volver a la cocina y verlo cocinando para ella, se llevó las manos al rostro y lo apretó con fuerza.
-No deberías hacer esto -soltó después, preocupada.
-¿A qué te refieres? -Volteó a verla.
-A todo esto, qué vergüenza -Lía volvió a llevarse las manos a su rostro, apretando con fuerza sus ojos.
Oliver dejó de revolver los huevos y volteó a verle.
-No seas boba, estabas enferma, es normal que te ayudara.
Lía caminó con timidez y se recostó al mesón de la cocina. Hacía esos pucheros que a Oliver empezaban a encantarle.
No pudo resistir y acercarse a ella para jalarle los cachetes.
-¿Cómo te sientes hoy? ¿Estás mejor?
Ella sacudió la cabeza. Ahora tenía las mejillas rojas, pero no por vergüenza, sino porque Oliver no dejaba de tocarle la cara.
Terminó dándole un abrazo y le dio un beso en la frente.
-Me alegra saber que te sientes mejor -le dijo, mostrándole una sonrisa y volvió a revolver los huevos-. Muy bien, ya está el desayuno.
Ese día, con una clara confianza ya marcada, Oliver se sintió tan a gusto que le hablaba a Lía mientras estaban en la oficina. Aunque ella descansaba, parecía que seguía trabajando.
Oliver alargaba su pierna derecha hasta colocar el pie sobre la silla de Lía y la arrastraba hasta él. Lía ponía los ojos en blanco, pero permitía que la molestara.
-¿Acaso no ibas a descansar? -le preguntaba.
-Nada más estoy haciendo lluvia de ideas.
-Estás en tu periodo, deberías descansar.
-¿Qué puedes saber tú del periodo?
-Más de lo que puedes imaginar. -La tomó de las mejillas con las manos-. Tómate tu descanso, es tu día... -Le aplastó las mejillas hasta que la boca de la chica hizo un puchero.
Oliver sonrió con toda la cara. Le encantaba Lía. Quería abrazarla, estrujarla, darle un montón de besos en la cara.
La joven le hartó y se quitó sus manos de la cara. Volvió a poner los ojos en blanco.
-¿Qué quieres hacer? -preguntó con tono aburrido.
Terminaron en el balcón, apreciando el parque mientras comían unas hamburguesas que Oliver había preparado.
La mirada de Oliver se iba mucho para la banca donde básicamente Lía lo rescató. Curiosamente aquel día estaba nublado y parecía que iba a llover pronto.
Poder observar el parque desde el balcón le reconfortaba. Y poder ver a Lía comer también le aliviaba. No solo había encontrado un lugar donde pudiera refugiarse, sino que ahora la tenía a ella. Algo muy en el fondo le informaba que se encontraba en el lugar correcto.
-¿Qué te vas a poner para visitar a tus abuelos? -le preguntó.
Lía subió los hombros mientras mascaba.
Oliver respingó las cejas.
-A lo mejor deberías cuidarte un poco más -le comentó.
-A lo mejor no tengo mucho tiempo para eso -soltó Lía.
Ahora era el turno de Oliver para torcer los ojos. Lía soltó una carcajada al ver que la remedaba.
-¿Tienes complejo de chica fea o algo parecido? -la cuestionó.
-No es eso...
-Pues deberías arreglarte, no todo se trata de trabajar.
-Cuando debes pagar cuentas y ahorrar para tus estudios, pues sí lo es... -Lía bajó la mirada a su hamburguesa.
Ahí estaba otra vez esa chica adulta, la que le informaba que ella sabía más de la vida que él. ¿Qué podía Oliver saber sobre intentar llegar a fin de mes? Si Lía no lo recoge de la calle no habría tenido ni la más remota idea de qué hacer, porque el problema de nacer con todos los recursos a la mano es que, cuando te los quitan, no sabes cómo comportarte o qué hacer, porque no te educaron para ello.
En cambio, Lía nació sin nada y ella misma se encargó de tenerlo todo. O al menos, eso estaba haciendo. Y Oliver no tenía el derecho de criticarla, pues le hablaba desde los privilegios con los que él nació y que, casualmente, ya no tenía, pero su mente no lo entendía.
-Pues deberías también verte como una prioridad, Li.
Li. Por Dios, ya le había puesto sobrenombre. Se estaba encariñando demasiado rápido con Lía. Pero no lo podía soportar.
Lía le encantaba... Y eso era peligroso.
Era una bomba de tiempo. Lía lo había ayudado cuando nadie lo hizo y, además, se comportaba sumamente amable con él. Era inevitable no enamorarse de una chica como Lía en su situación.
Él estaba completamente vulnerable. Debía recordárselo. Nada más se trataba de la situación complicada por la que estaba pasando, ¿o no?
Y era momentáneo, nada más sería por un tiempo, mientras arreglaba el desastre en su vida. Así que debía calmarse.
Notó que la veía fijamente y Lía parecía algo incómoda. Le apartó la mirada. Siempre hacía eso cuando le incomodaba cuando la veía fijamente, era como su forma de decirle que parara.
Bajó la mirada a la rodilla de Lía, la que estaba cicatrizándose, ya se veía más recuperada.
Había pasado una semana desde que se mudó con Lía. Lo sentía como si acabara de pasar todo un mes. Vivir con Lía era como si el tiempo transcurriera como años de perro.
Terminaron de comer y Lía se fue a dormir una siesta antes de marcharse a casa de sus abuelos y él decidió dejar de molestarla.
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Cuando llegó el sábado, Lía quiso invitarlo a su cena familiar en casa de sus abuelos, pero decidió no hacerlo, pues él parecía que quería quedarse en casa. Estaba trabajando en algo que parecía importante.
La joven tomó su tiempo para arreglarse, rebuscó entre su ropa algún vestido decente, pero al final se decidió por el mismo negro que llevaba a ocasiones especiales. Y esas ocasiones especiales eran las cenas familiares en casa de su abuela.
Quiso pasar al cuarto de estudio con la intención de que Oliver la observase, muy en el fondo sentía ganas de tener su aprobación en cuanto a su apariencia. Pero se arrepintió cuando él la barrió de pies a cabeza; pero no tenía esa expresión tipo oh te ves linda, sino era más un ¿te vas a ir así?
Lía alisó la tela del vestido con una mano, aunque no había ninguna arruga.
Oliver la veía como si decidiera qué estaba mal en ella.
-¿Por qué no usas los tacones rojos que compraste? -le sugirió-. Y podrías soltarte el cabello. Se te ve hermoso cuando te lo sueltas
La joven pasó una mano por su cabello recogido en una coleta.
-Los tacones rojos harán juego con tu labial -agregó Oliver con una sonrisa de esas amables que le soltaba cuando conversaban.
Y con ello, la autoestima de Lía se elevó. Así que fue a arreglarse, otra vez.
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Lo primero que preguntó su padre cuando la vio fue qué le había pasado en la rodilla, porque el vestido dejaba verlas. Ahí fue cuando su mamá también llegó y le quedó viendo las piernas.
Explicó que se había tropezado en el parque, pero su papá la miró con cara de no creerle mucho.
-Tienes que cuidarte más, mira lo flaca que estás, ¿al menos estás comiendo? -empezó su padre su típica retahíla.
En cambio, su mamá le preguntó por los tacones y si acababa de llegar de alguna cita.
-¿Ya tienes novio?
Su padre volteó a ver a su esposa con mirada regañina.
-¿Te preocupa más que tenga novio a que se alimente bien? -la cuestionó.
-Está sola, encerrada en esa cueva, si consigue al menos un novio, podrá salir a comer -explicó la señora.
Su esposo puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza a modo de desaprobación.
-No es capaz de cuidarse sola, ahora mucho menos va a tener un novio -soltó el hombre.
Afortunadamente su hermana llegó en ese momento.
-Lía... qué buen semblante tienes, ¿dónde estabas? ¿Qué te hiciste? -le preguntó con asombro.
Al menos un buen halago esa noche...
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Los ojos de Amanda no dejaban de repararla, era incómodo. Lía tomó un trago de jugo de mango mientras volteaba a ver hacia el otro extremo de la sala de estar, donde estaba la ventana y podían verse los chorros de agua. Ver agua le preocupaba, era como si su mente le alertara de un problema y después se calmara al recordar que Oliver ya estaba bien, que se encontraba en el apartamento, a salvo.
Antonio, el esposo de Amanda, carcajeaba fuerte mientras hablaba con el padre de Lía; echaba la cabeza hacia atrás, una manía rara que tenía cuando reía. Hablaba fuerte, acaparando toda la atención.
-¿Y qué pasó con aquel vagabundo? -preguntó Amanda de la nada.
Ella era así, hacía preguntas sueltas cuando estaba con Lía. Era una costumbre de hermana mayor, como si recordara que debía preocuparse de que estuviera bien.
-¿Sigue en esa banca? -indagó Amanda con tono burlesco.
Lía negó ligeramente con la cabeza.
-No, ha estado lloviendo, ¿cómo podría quedarse allí?
Amanda bajó la mirada a su vaso con jugo y después le dio un sorbo.
-Al menos la lluvia sirve para algo -comentó-, sería un problema que el parque se llenara de vagabundos. ¿Te imaginas? No podrías salir en las noches.
-Oliver no es un vagabundo -espetó Lía, cansada de la actitud de su hermana.
Y ese fue su problema.
-Espera, ¿cómo sabes su nombre? -indagó Amanda con todo el rostro serio.
Lía tragó saliva.
-Dios, por favor, no me digas que tú... -espetó la mujer entre dientes.
-Tenía que hacerlo. ¿Cómo le iba a permitir que se quedara en la calle con este clima?
-¿Qué? -jadeó Amanda-. ¿De qué rayos estás hablando? -Su tono pasó a uno lleno de preocupación y su rostro palideció.