Capítulo 3 3

Desde que salí de su oficina, sentí que todos los ojos de la empresa estaban sobre mí. Como si llevara escrita en la frente la palabra: "mandó una foto en lencería a su jefe y sobrevivió para contarlo."

Volví a mi escritorio con dignidad fingida, el moño aún intacto, y me sumergí en mi trabajo con una intensidad casi olímpica. Pero no podía evitarlo... cada vez que escuchaba la puerta de su oficina abrirse, mi cuerpo entero se tensaba como una cuerda de violín.

El resto del día fue una tortura emocional. No, en serio. No hay otra forma de llamarlo. Sabía que Leandro había visto la foto -esa foto- y que sabía que yo sabía que él la había visto. Pero ninguno decía nada. Nada. Y esa tensión era peor que una bomba con temporizador invisible.

Intenté concentrarme en los reportes, en las órdenes, en los correos. Pero cada vez que él salía de su oficina, cada vez que caminaba por la planta, yo sentía que me faltaba el aire. Y no precisamente porque su belleza fuera impresionante, que lo era, admitámoslo, sino porque ese hombre me descolocaba. No decía mucho, pero cuando lo hacía, dejaba huella.

Lucía:

¿Sobreviviste?¿Que dijo mojoncio?

Yo:

Aún no me ha despedido. Pero dijo que lo entretengo. Literalmente.

Lucía:

¡JAJAJAJA! ¡Lo tienes loquito!

Yo:

Lucía, por favor. Miedo me da. ¿Y si cree que fue a propósito? ¿Y si piensa que estoy loca?

Lucía:

¿Y si piensa que estás buena y misteriosa? Porque lo estás.

Suspiré, cerré el chat, y decidí que lo mejor que podía hacer era acabar mi jornada y desaparecer.

Pero claro, Leandro Vólkov no conoce la palabra "normalidad".

Horas después...

Estaba por terminar un informe cuando la puerta de cristal se abrió... y él salió de nuevo. Su sombra se proyectó sobre mi escritorio como un eclipse de autoridad.

-Iskra -dijo, con ese tono neutro que me hacía sudar las manos-. Ven conmigo.

Me puse de pie como un resorte.

-¿A dónde vamos?

-A una reunión externa. Llevarás los documentos. ¿Puedes conducir?

-¿Yo? ¿Conducir su auto?

-¿Te parece que voy a dejar mi McLaren en tus manos? Vamos en el mío, pero tú conduces el tuyo. Sígueme.

Tomé mi bolso, la carpeta... y mi dignidad (a medias), y lo seguí hasta el ascensor.

El trayecto fue un caos emocional: yo repitiendo mentalmente "solo es trabajo", "esto no es una cita", "no te vas a sonrojar", mientras él conducía delante como si fuera el dueño del planeta. Lo cual, básicamente, era.

La ciudad brillaba con ese resplandor dorado del atardecer, y mis pensamientos se desordenaban más con cada minuto. ¿Por qué me había llevado a esa reunión? ¿Por qué no a Karina, su otra asistente? ¿Y por qué demonios no podía dejar de recordar cómo me miró esta mañana?

Me bajé del auto con los talones temblorosos -y no solo por los tacos. El lugar parecía sacado de una película: mármol, candelabros modernos, camareros con guantes blancos.

-¿Una reunión... aquí?

Era el restaurante mas elegante de la ciudad.

Leandro me abrió la puerta como si fuera lo más normal del mundo.

-El cliente escogió el lugar.

Pero cuando entramos, nos guiaron a una mesa... para dos.

-¿Dónde está el cliente? -pregunté.

-Canceló -dijo, sin un atisbo de molestia-. Pero ya teníamos reservación.

Lo miré con escepticismo. Él me sostuvo la mirada, tan tranquilo, tan dueño de todo.

-Vamos a almorzar. Tú y yo.

Tragué saliva. No, no podía ser real.

-¿Es esto una especie de trampa? -pregunté, mientras me sentaba lentamente.

-¿Para qué? No te hagas ilusiones, no das para mucho Motel.

¡Ya quisieras, Maldito mojoncio!

-No sé. ¿Para ver si me derrito? ¿Para evaluarme emocionalmente?

Él rió por lo bajo. Casi imperceptible.

-Solo almuerzo, Morel. A menos que estés demasiado nerviosa para comer conmigo.

-No estoy nerviosa. Estoy... confundida. Sorprendida. Cautelosa.

-Me gusta cuando dices muchas palabras seguidas. Pierdes el control por un momento.

Lo miré fijamente ¿A que jugaba ?

-Y usted es muy raro, jefe.

Él se inclinó un poco sobre la mesa.

-¿De verdad crees que soy raro?

-No. En realidad, creo que es... intensamente molesto. Pero tiene estilo.

Él volvió a sonreír. ¿Por qué sonreía tanto hoy? ¿Y por qué mi estómago se retorcía cada vez que lo hacía?

Mientras nos levantábamos, él recibió una llamada. Habló en un idioma que no reconocí, tal vez ruso, y colgó con una expresión sombría.

-Cambio de planes -dijo, volviéndose hacia mí-. Tengo un evento esta noche. Cena benéfica.

-¿Y?

-Vas a acompañarme.

-¿Perdón?

-Voy a llevar a alguien del equipo. Y prefiero llevar a alguien con carácter. Me ahorras las conversaciones superficiales.

-¿Y yo qué tengo que ver con eso?

-Tu sarcasmo me relaja.

Lo dijo como si eso fuera suficiente razón para llevarme a una gala. Una gala, Dios mío.

-No tengo vestido para ese tipo de eventos -dije rápidamente, buscando una excusa.

-Ya me encargué de eso. Te lo enviarán a casa. Te recojo a las ocho.

-¿A mi casa?

Me miró con una sonrisa en los labios.

-Claro. ¿Pensaste que no sabría dónde vives? Trabajo con datos, Iskra. Todo lo sé.

Me congelé. Lo dijo sin rastro de broma.

-Esto se está poniendo muy Black Mirror.

-Es solo una cena. Te diviertes, me ayudas, te tomas una copa y te vas a casa con la misma reputación con la que llegaste.

-¿Y si no quiero ir?

-Entonces... te lo pierdes. Pero no pareces alguien que diga no a un reto.

Dicho eso, se subió a su coche y desapareció, dejándome con una mezcla de rabia, nervios y un extraño cosquilleo en el estómago.

Llegué a casa, me quité los tacones como si acabara de escalar el Everest, tiré el bolso en el sofá, y me agaché para acariciar a Chico, que saltó emocionado.

-¡Chicooo! -llamé al entrar-. ¡Ven a rescatarme de los hombres guapos y psicóticos!

Mi perro corrió hacia mí, dando saltitos. Lo cargué, lo abracé fuerte y me dejé caer en el sofá.

-¡Hoy casi me despiden, casi me seducen y ahora me van a vestir como Barbie de gala! -dije mientras él me lamía la cara.

-No vas a creer lo que ha pasado. Le mandé una foto en ropa interior y ahora... ¡me invita a una gala! ¿Es eso castigo o recompensa?

-Necesito una ducha. Una larga. Con música triste de fondo.

Entré al baño, encendí las velas de lavanda, solté el moño y dejé caer la ropa al suelo.

El agua caliente me envolvió como un abrazo que necesitaba desde hace años. Cerré los ojos, dejé que el vapor se llevara el estrés, y por unos minutos, no fui la asistente torpe, ni la mujer sin familia, ni la que envió una foto por error. Solo fui yo.

Iskra Morel. Silencio. Calma. Piel mojada. Y música de fondo.La espuma del agua, el aroma a lavanda... por cinco minutos fui feliz.

Hasta que sonó el timbre.

Salí envuelta en la bata y abrí.

Un asistente de Vólkov me entregó una caja negra con un lazo dorado.

-¿Esto es...?

-El vestido. Complementos incluidos. De parte del señor Vólkov. Buenas noches.

Cerré la puerta con la caja entre los brazos y la coloqué sobre la mesa como si fuera dinamita.

La abrí.

Y mi boca se abrió sola.

Un vestido negro, largo, con abertura lateral hasta el muslo. Tacones de aguja. Un clutch brillante. Y un pequeño sobre.

Lo abrí con manos temblorosas.

"Haz que todos se pregunten por qué te traje."

-L.V.

Me quedé mirando esa nota como si fuera una bomba nuclear.

-Estoy tan jodida.

¡Maldito Mojoncio!

            
            

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