Todos mis pensamientos giraban en torno a esos húmedos y excitantes tocamientos, aunque las manos de él ya acariciaban mi vientre y mis pechos, recorriéndolos con cuidado y cierta presión sobre mi cuerpo ya encendido, provocándome gemidos sin cesar.
– Y ahora voy a hacerte sentir bien – dijo, besando brevemente mi trasero. Luego deslizó la mano por mi pecho hasta el vientre y siguió hasta el clítoris.
Me invadió la vergüenza y un temblor. Era la primera vez que alguien me tocaba de manera tan íntima. Mi chico ni se había planteado tocarme así. ¡Qué imbécil! Ni siquiera sabía yo que los toques de un hombre pudieran resultar tan placenteros.
La sensación se intensificó cuando Ílya empezó a penetrar con un dedo mi sexo, al mismo tiempo que con la otra mano acariciaba mi clítoris. Quise hundirme bajo la tierra. Era tan inusual y casi salvaje.
La ternura ya no bastaba, y las líneas rojas que me marcaban la espalda me entregaban un cosquilleo delicioso. Ílya comenzó a morderme los muslos. Aquello me volvía loca. La lubricación fluía por mis piernas; ¡había tanta!
De los mordiscos intensos brotó un gemido ardiente de placer. De los fuertes dedos que amasaban mis nalgas, arqueé la espalda, inconscientemente levantando aún más mi trasero.
El mundo a mi alrededor se disolvió. Del culito y el sexo brotaban impulsos agradables e indescifrables que luego se desvanecían, pero al mismo tiempo, bien adentro, cerca del útero, se encendía un fuego voraz.
Aquel fuego me impulsaba a mover la pelvis con más fuerza y a relamer el trasero, y eso hice. Entonces lo sentí. La penetración. Se me cortó la respiración y por fin supe dónde ardía ese fuego. Me quedé paralizada. Todas las sensaciones se concentraron ahí abajo, entre las nalgas, donde Ílya Víktorovich, con cada embestida, profundizaba sus dos dedos cada vez más.
Dos dedos eran otra cosa. Al principio dolía, pero luego... me derretí.
- Quizá hacía falta que probara desde hace tiempo el sexo con un hombre mayor. ¡Estos idiotas de la universidad no valen para nada! Solo saben moverse cinco minutos en un baño... - pensé con un dejo de despecho. ¡Cuánto tiempo perdido! ¡Podría haber encontrado a alguien así antes y disfrutar de este placer!
- Mmmm... - intenté relajar las paredes ateridas de mi ano, permitiendo que esos largos dedos entraran hasta el fondo.
Al arquear el trasero, los dedos penetraron mucho más hondo de un solo empujón. Las sensaciones eran maravillosas. Me mordía el labio, sintiendo que estaba a punto de correrse.
Un poco más y me derrumbaría en un clímax vertiginoso, y aunque era muy excitante, no lo deseaba aún. Quería que esos toques continuaran. En mi mente latía la certeza de que lo que venía sería mejor y más intenso.
- Vas a amar el sexo anal - dijo el hombre con voz satisfecha.
Apretando mi clítoris con fuerza, Ílya comenzó a mover los dedos dentro de mi agujerito. Me sentí literalmente bloqueada.
Gemí con fuerza. Las sensaciones me desgarraban. La imposibilidad de eyacular me volvía loca, al igual que esos movimientos activos en mi culito.
Gemía quedamente, y mi cuerpo temblaba mientras movía inconscientemente las nalgas.
- ¿Te gusta? - preguntó, complacido.
- Sí...
- ¿Quieres más, pequeña zorrita? - susurró de nuevo.
- Sí... - contesté.
La cosa empeoró cuando los dedos rozaron el fondo del útero.
Nunca imaginé que el placer pudiera ser tan abrumadoramente intenso. Pero aquella oleada de gozo duró un suspiro.
Resoplé con fastidio cuando los dedos desaparecieron de golpe. Mi interior ardía deseando algo más sustancial ahí dentro, y ese pensamiento me llenó de vergüenza. No me reconocía, pero sabía que deseaba con todas mis fuerzas.
- Ílya... - comencé a morderme el labio, rogándole en silencio que continuara con algo, lo que fuera. Mi clítoris palpitaba, aunque el ansia de correrse había menguado un poco. Pero mi interior ardía, como si me picara, y sabía que él podía ayudarme.
- Te lo suplico... - gemí, sintiendo cómo mi agujerito, imitando a un corazón, se contraía y relajaba, y ya no podía controlarlo.
En un momento sentí algo caliente, firme y húmedo presionando mi entrada anal.
- ¡Oh! - exclamé sin querer.
- Tranquila, tendrás que aguantar un poco, luego estarás bien - susurró.
Confiando en él, comencé a mover la pelvis despacio, ayudando a que entrara. No fue fácil. Notaba presión en mi ano; el orificio parecía demasiado pequeño para siquiera la cabeza. Aquella dificultad irritaba y me hacía impulsarlo con más fuerza.
- ¡Oooh!... - cuando por fin la cabeza pasó, mi mundo comenzó a desmoronarse. Todo se salió de su eje cuando Ílya Víktorovich empezó a moverse dentro de mí. La primera vez fue lentísimo, mientras recordaba respirar.
La segunda vez, cuando casi sacó la polla y de repente la embistió de un empujón, grité extasiada.
En los minutos siguientes, fue mi única reacción. El placer de la penetración parecía rebotar contra mi cráneo, inundándome desde el fondo del vientre hasta las puntas de los dedos de manos y pies.
Con cada embestida, más frecuentes, movía la pelvis con avidez para encontrarme con esos vaivenes dentro de mi interior. Y a ratos lo lograba.
El efecto era tal, que dejé de saber quién era, dónde estaba y qué hacía. Solo importaba una cosa: el movimiento en mi culito.
Casi no lo sé cómo, pero sus manos me levantaban de las nalgas una y otra vez, para luego ensartarme de golpe en esa polla erecta como un mástil. ¡Y era alucinante!
- Mmmmm... ummm... ummm... sííí... - no sabía cuánto tiempo llevábamos así, disfrutando ese placer, sintiendo mi voz rasgarse por los gemidos incesantes.
Las olas previas al orgasmo me meciendo una tras otra, y aunque flotaba en ellas, no me permitía llegar.
- Ílya Víktorovich... yo... quiiiiero... aaah... correrrrr... - sentía un placer tan intenso que temía no resistir.
- Ahora, preciosa, muy pronto - prometió él, embistiéndome sin cesar en mi culito, haciéndome jadear, sintiendo cómo su polla caliente y dura agrandaba mis paredes anales, luego desgarraba mi útero, obligándome a gemir sin freno, olvidándolo todo.
Para mí solo había una verdad: estaba teniendo el puto mejor sexo de mi vida con mi jefe.
Varias veces, al ensartarme con fuerza, Ílya Víktorovich exhalaba ronco al oído:
- Corréte, Anechka, corréte... - y en mi mente desaparecía el último dique que me retenía. Y con él desaparecía yo. El orgasmo me arrasó con una ola despiadada; ni fuerzas quedaban para gritar.
Solo me arquearon más la espalda. Las paredes de mi ano se apretaron solas, y al mismo tiempo sentí dentro de mí el caloroso chorro de semen de Ílya Víktorovich llenándome.
Por el apretón de mi ano sentí con claridad cómo su polla latía en mi culito, seguía eyaculando dentro de mi intestino.