De anal a orgía
img img De anal a orgía img Capítulo 4 El profesor me cogió por el ano
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Capítulo 6 Se corrieron en mi culo img
Capítulo 7 Reunión íntima con el jefe img
Capítulo 8 Es todo una maldita fiesta corporativa img
Capítulo 9 Qué rosa anal img
Capítulo 10 El calor de sus bolas img
Capítulo 11 Quieren follarme a los seis a la vez img
Capítulo 12 El culo fue puesto sobre la polla img
Capítulo 13 Les gusta cuando se corren en mi boca img
Capítulo 14 Este es el sabor de mi coño img
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Capítulo 4 El profesor me cogió por el ano

El tiempo se detuvo. Sentía un palpitar en las sienes. Cada segundo se desvanecía lentamente, pero no sucedía nada. Entonces una oleada de contracciones recorrió mi clítoris, y mi entrepierna exhaló un poco de aire; luego de nuevo un líquido empezó a deslizarse por mis muslos. ¡Joder, qué vergüenza!

Un latido más. Otro... ¡Dios! De pronto noté unos labios sobre mi cuello. Al principio eran firmes y fríos, pero en cuanto rozaron mi piel, se ablandaron, se caldearon, se hicieron tersos y suaves. Ese roce de labios fue suficiente para que volviera a gemir.

Los cuatro me rodearon y empezaron a tocar mi cuerpo. Me moría de vergüenza. Sentía mi rostro enrojecer.

Sentí de nuevo aquellos labios en mi cuello, y después otros labios en mi trasero: cálidos, suaves, tiernos. Pronto los cuatro me besaban la nuca y la piel del cuello. Esos labios volvían una y otra vez.

Por vergonzoso que resultara, me embargaba un éxtasis indescriptible. ¡Cuán maravillosos eran esos tocamientos! ¡Qué hermosos aquellos besos! Ay, si tan solo no estuviera en esta situación...

Unos segundos más tarde, a los labios se unieron unas manos. Al principio también estaban frías y rígidas, pero enseguida se enternecieron y resultaron deliciosamente placenteras.

Unas manos rozaron mis hombros, mi espalda, mis nalgas. Y unos labios seguían besando mi cuello...

Si existe en la vida un instante de felicidad absoluta, ese fue mi instante. ¡Qué... mmmmmm... dicha! Indecorosa, salpicada de vergüenza, pero, aun así, dicha.

Y entonces, de repente, todo terminó. El profesor se apoyó contra mí. Supe que era él. Sus manos se endurecieron y apretaron mis hombros con fuerza. Al mismo tiempo, sentí junto a mi costado otro cuerpo que se pegaba al mío. Y percibí... ¡Madre mía! ¡Qué erecciones! Dos vergas se clavaban en mí; incluso dolía.

- ¿Quién es esta maravillosa alumna? ¿De dónde ha salido? - preguntó el profesor a los chicos. - ¿Es de vuestra clase?

- Es mi novia, Anya - contestó Pasha, avergonzado.

- Qué niña tan dulce, con un culito tierno. ¡La follaré con gusto! - el hombre no tenía prisa por penetrarme; seguía disfrutando de mi cuerpo.

Sus dientes buscaban los omóplatos y los mordisqueaban. Sus manos apretaban mis hombros con tal fuerza que me costaba respirar. En mi posición, cualquier cosa podía asfixiarme, y aquellas manos me oprimían tanto que cada vez me faltaba más el aire.

Y aun así sentía la excitación del profesor. No solo estaba empalmado; estaba listo para abrirme un agujero. Pensé que era genial follar con un hombre adulto: no se lanzan sin más, primero calientan y excitan bien.

Yo estaba al borde de la excitación. Listísima para rogarle que por fin entrara en mi culito.

Por fin aflojaron mis hombros. Sus manos deslizaron por mi espalda, acariciándola desde el sacro hasta la nuca. Después siguieron los labios. ¿O los dientes? Me besaba y mordía a la vez; a veces no sabía qué hacía exactamente en aquel momento.

Los chicos estaban detrás, corríéndose con sus manos; no los veía porque seguía cubierta por las toallas, pero oía los húmedos golpes de sus palmas. Miraban cómo me lamía el profesor.

Y entonces sucedió: sus manos se deslizaron sobre mi trasero.

Suaves, tiernas. Se posaron en mis nalgas, apretándolas ligeramente. Noté aquel roce, sentí su electricidad recorriendo mi cuerpo. Era, a la vez, vergonzoso e increíblemente vigorizante.

Luego el profesor se arrodilló tras de mí. Al instante sus labios besaron mi nalga.

¡Hostia, joder! ¿Ahora todos los hombres van a hacerme esto? ¡Se coge la costumbre rápido! Aunque todavía me resultaba tan extraño...

Otra vez la vergüenza, otra explosión de indignación y... sí, me estaba gustando.

En mi piel quedó una huella húmeda. Esos labios blandos se habían posado en mi ano. Eran suaves, eran tiernos. Todo dentro de mí se tensó como una cuerda...

Sus manos apretaron mis muslos justo por encima de las rodillas. Apretaron. Se quedaron quietas. Y luego los separaron aún más. Un sudor frío perló mi piel.

Una mano deslizó por el muslo hacia arriba y rozó mi entrepierna desde abajo.

Fue como un disparo láser. Esto era... esto era tan... ¡Mi cuerpo estalló de excitación al instante!

La mano subió un poco más. Sus dedos tantearon mis labios vaginales y empezaron a pellizcarlos, suavemente, sin hacerme daño. Al mismo tiempo, sentí un lengüetazo húmedo.

Mientras el profesor lamía la hendidura bajo mi nalga, aquella mano avanzó y acarició mi clítoris... ¿Qué podía hacer ante esa ola de placer que me recorría?

Así me quedé, tendida sobre la mesa, desnuda, inmóvil, con unos labios besando mis nalgas a turno, unos dientes mordisqueándome la piel, una lengua lamiendo mis muslos por dentro y una mano acariciando mi duro clítoris.

Me cubrieron oleadas de placer. Era un gozo indescriptible. Y el profesor, tras de mí, se encendía cada vez más. Su mano retiró el capuchón del clítoris; sus dedos rozaron la bolita descubierta y, de haber podido, habría explotado de placer.

Gimoteé. Era el único sonido que podía producir. Mientras tanto sus dedos seguían frotando aquel botón, y yo me sumergía en oleadas de éxtasis...

Uno de los chicos acariciaba mi espalda e intentaba deslizar la mano bajo mi pecho para rozar mis pezones.

La mano del profesor, por su parte, se coló entre las nalgas. Sus dedos tocaron el ano. Y no solo lo tocaron: lo acariciaron.

Seguí sintiendo aquellos dedos cálidos y suaves en mi clítoris, pero ahora solo pensaba en alcanzar un orgasmo cuanto antes.

Intentaba saborear cada instante de aquellas caricias, de cómo el dedo del profesor acariciaba mi agujerito, y me consumía la vergüenza, la humillación.

De pronto el hombre tras de mí desapareció. Se esfumó su mano del clítoris. Se fue su dedo del anillo anal. Desaparecieron los labios, los dientes, la lengua. Ya no había un cuerpo ardiente pegado a mí.

- ¿Hay lubricante? - preguntó el profesor.

- No - respondió uno de los chicos.

- ¿Cómo vais a follar a la chica por el culo sin preparar lubricante?

- Tiene gel de ducha...

- Bueno, servirá - aceptó el profesor. - Luego picará un poco dentro, pero mejor eso que rajarle el culito, ¿verdad, guapa?

Una mano firme separó mis nalgas, y noté algo frío.

Gel. El hombre cogió la botella y untó mi agujerito con el gel. Luego intentó penetrar con el dedo.

La primera falange atravesó fácilmente el esfínter externo. Pero el interno... El esfínter interno se apretó con más fuerza, y el dedo chocó contra él, incapaz de pasar. Ahí llegó el primer dolor. Por ahora, soportable.

            
            

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