Mateo salió del Registro Civil con los papeles en la mano.
La solicitud de divorcio.
Un trámite frío, burocrático.
Pero para él, significaba el primer paso hacia su liberación.
Se sentía extrañamente ligero.
Llegó a casa.
El olor a perfume caro, el de Ricardo, flotaba en el aire.
Sofía y Valentina estaban en la sala.
Ricardo les había traído el desayuno de ese lugar elegante.
Cajas de cartón con logos brillantes sobre la mesa de centro.
Los platos que Mateo había preparado con esmero para ellas esa mañana seguían intactos en la cocina.
Nadie los había tocado.
Valentina comía con avidez, alabando la comida.
"Esto está delicioso, Ricardo. Mucho mejor que... bueno, ya sabes".
Una mirada de reojo hacia la cocina.
Hacia la comida de su padre.
Mateo sintió otra punzada, pero la ignoró.
Ya no importaba.
Sofía lo vio entrar.
"Mateo, qué bueno que llegas. Tenemos que hablar".
Su tono era serio, pero no parecía alterada por la mención del divorcio.
"Ricardo ha recibido una oferta increíble. Un puesto como asesor principal de un candidato a gobernador en otro estado".
Mateo la miró, sin entender adónde quería llegar.
"Es una gran oportunidad para él. Y para mí, para seguir creciendo políticamente".
Hizo una pausa.
"Hemos decidido que nos iremos con él. Valentina y yo".
Mateo sintió como si el suelo desapareciera bajo sus pies.
Así de fácil.
Lo dejaban atrás.
"Pero no te preocupes", continuó Sofía, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. "Una vez que nos establezcamos, y cuando las cosas se calmen, veremos cómo te unes a nosotros. Si es que todavía quieres, claro".
Una promesa vacía.
Lo sabía.
Mateo asintió lentamente.
"Entiendo".
Su voz era apenas un susurro.
Se dio cuenta entonces.
El divorcio no era una amenaza para ella.
Era una solución.
Le facilitaba las cosas.
Valentina, ajena a la tensión, intervino.
"¡Qué bien! ¡Así ya no tendrán que pelear! Y podremos estar siempre con Ricardo".
Sus palabras, inocentes y crueles.
Confirmaron todo.