Las palabras de Valentina resonaron en la cabeza de Mateo.
"Así ya no tendrán que pelear. Y podremos estar siempre con Ricardo".
Cada sílaba, un golpe.
Se sentía vacío.
La magnitud del rechazo de su propia hija era abrumadora.
Valentina, sin darse cuenta del daño, tomó los papeles que Mateo aún sostenía.
"¿Esto es para el divorcio, papá? Dámelos, se los llevaré a mamá para que los firme".
Ironía trágica.
Su hija, facilitando su propia partida.
Mateo la observó, pasivo.
Ya no tenía fuerzas para luchar.
Ricardo apareció en ese momento, sonriendo.
"¿Todo en orden, campeón?", le dijo a Mateo, con una familiaridad insultante.
Luego, alborotó el cabello de Valentina.
Ella rio, encantada.
Se veían como una familia feliz.
Y Mateo, el intruso. El obstáculo.
Más tarde, cuando se quedó solo, Mateo sacó un viejo recorte de periódico.
La convocatoria para "El Alma de México".
Lo releyó, una y otra vez.
Su sueño. Su tabla de salvación.
Comenzó a hacer una lista.
Ingredientes. Utensilios.
Todo lo que necesitaría para el concurso.
Y para su nueva vida.
Cuando Sofía y Valentina regresaron, lo encontraron revisando sus cuchillos de cocina.
"¿Qué haces, papá?", preguntó Valentina, con curiosidad.
"Me preparo", respondió Mateo.
Sofía lo miró con desdén.
"¿Prepararte para qué, Mateo? ¿Para cocinar más tlayudas?".
Valentina rio.
"Sí, papá. ¿Acaso vas a ganar un premio por eso?".
No sabían nada.
No sabían que él ya había sido seleccionado para el concurso.
Que su viaje a Oaxaca era inminente.
Mejor así.
Su desprecio era el combustible que necesitaba.