La gente los miraba, susurraba. La humillación era pública y deliberada.
Sofía parecía disfrutarlo, moviéndose entre los invitados con Iván a un lado y Mateo, su silencioso y sombrío marido, al otro.
La subasta benéficia comenzó. Se subastaban obras de arte, viajes exóticos, joyas. Mateo, por pura inercia, mostró un leve interés en un lote: una colección de grabados antiguos de Goya.
Iván, sentado a la mesa de Sofía, levantó su paleta inmediatamente.
El subastador anunció la puja de Iván. Mateo, por un instante de rebeldía, pujó también.
Iván volvió a pujar, superando la oferta de Mateo por un solo euro.
Mateo volvió a pujar.
Iván volvió a superarlo por un euro.
Esto continuó con cada lote que atrajo la atención de Mateo. Un reloj vintage. Una primera edición de Lorca. Cada vez, Iván esperaba a que Mateo mostrara interés y luego lo superaba por la cantidad más pequeña y humillante posible. La sala entera observaba el cruel espectáculo.
Mateo se rindió. Se reclinó en su silla, sintiendo el peso de cientos de miradas compasivas y burlonas.
Entonces, Sofía subió al escenario.
"Damas y caballeros," dijo con su sonrisa más brillante. "Tenemos un lote sorpresa esta noche. Algo verdaderamente único."
Hizo una seña. Un técnico de sonido colocó un micrófono cerca de un altavoz.
"Lo que van a escuchar es una pieza musical inédita. Una bulería compuesta e interpretada por mi talentoso marido, Mateo."
El corazón de Mateo se heló.
"La compuso para mí en nuestro primer aniversario. Es una pieza increíblemente personal, llena de pasión. Nunca ha sido escuchada por nadie más."
El silencio en la sala era absoluto.
"Esta noche, uno de ustedes tendrá la oportunidad de poseer esta grabación. Una copia única, de alta calidad. La oportunidad de poseer una parte del alma de un artista."
Presionó un botón en su teléfono.
Y el sonido de su propia guitarra, la Conde Hermanos ahora destruida, llenó la sala del Prado.
Era la bulería. La pieza más íntima que jamás había compuesto. La había tocado para ella en la privacidad de su dormitorio, una noche en la que todavía creía en su amor. Era un desnudo musical, una confesión de sus sentimientos más profundos.
Y ahora, se estaba vendiendo al mejor postor.
La gente empezó a pujar. Las paletas se alzaban. El precio subía.
Cien mil euros. Doscientos mil.
Mateo se quedó sentado, paralizado, mientras su alma era desmembrada y vendida pieza por pieza frente a la élite de España. Vio a Iván pujar, sonriendo. Vio a extraños pujar por su dolor.
La puja final alcanzó los quinientos mil euros. Un banquero de Zúrich se llevó el premio.
Sofía aplaudió desde el escenario, radiante.
"Felicidades. Acaba de comprar una obra de arte única."
Miró directamente a Mateo, una mirada de triunfo absoluto en sus ojos.
Él se levantó. No dijo nada. Simplemente se dio la vuelta y caminó hacia la salida. Cada paso era una agonía. Podía sentir las miradas en su espalda. Podía oír los susurros.
Salió al aire frío de la noche de Madrid. El sonido de la ciudad no podía ahogar el sonido de su propia humillación.
Se apoyó contra la pared de piedra del museo y finalmente se permitió temblar.
Había destrozado su guitarra. Su herencia.
Ahora había vendido su alma.
No quedaba nada. Estaba vacío, expuesto y completamente devastado.