Ahora, al verla atender a Marco, limpiando una mota de polvo inexistente de su chaqueta, sintió que ese recuerdo se burlaba de él.
Toda la simpatía que había sentido se evaporó, reemplazada por un profundo resentimiento.
La hipocresía era asfixiante.
Para escapar de la escena, Santiago se dirigió a los establos.
"Prepara a Tormenta," le dijo al mozo.
Necesitaba galopar. Necesitaba sentir el viento, el poder del animal bajo él, algo real y honesto en un mundo de mentiras.
Montó su semental negro, un animal magnífico y poderoso. Se suponía que Sofía, como parte de sus deberes, había revisado todo el equipo esa mañana. Era meticulosa en todo lo que hacía.
O eso creía él.
Lanzó a Tormenta a un galope tendido por los campos de la finca. El aire fresco le golpeaba la cara, pero no podía disipar la rabia en su pecho.
De repente, sintió un tirón violento.
La silla de montar se deslizó hacia un lado. La cincha se había roto.
Perdió el equilibrio, intentó aferrarse a las crines del caballo, pero era demasiado tarde.
Salió despedido y aterrizó con fuerza en el suelo. Un dolor agudo y cegador le recorrió la pierna.
Gritó.
Tormenta, asustado y sin jinete, se desbocó.
"¡Sofía!" gritó Santiago, a pesar del dolor.
Ella, que había estado completamente absorta en Marco, finalmente levantó la vista. Su rostro mostró una fracción de segundo de pánico.
Con una agilidad sorprendente, corrió, saltó la valla del prado y silbó de una manera penetrante. Tormenta, reconociendo la llamada, frenó su carrera y se giró hacia ella. Sofía se acercó con calma, le habló en susurros y tomó las riendas.
Controló la situación con una eficacia impresionante.
Pero era demasiado tarde para él.
Se despertó en una cama de hospital. Tenía la pierna izquierda enyesada. Rota.
Don Alejandro estaba a su lado, con el rostro sombrío.
"Sofía está fuera. Ha estado aquí todo el tiempo. No se ha movido."
Cuando su padre se fue, Sofía entró.
Se sentó a su lado y empezó a cuidarlo con una eficiencia silenciosa. Le ajustaba la almohada, le daba agua antes de que la pidiera, le leía informes de la empresa.
Santiago se sintió confundido.
Su cuidado era tan meticuloso, tan perfecto. ¿Quizás su frialdad era solo su forma de ser? ¿Quizás él había malinterpretado todo?
Una pequeña y estúpida semilla de esperanza comenzó a brotar.
Entonces, recordó su devoción por Marco. La esperanza se marchitó.
Esa noche, fingió estar dormido.
Lucía Vega entró en la habitación.
"¿Cómo está?" susurró Lucía.
"Se recuperará," respondió Sofía. "La fractura es limpia."
"Fuiste demasiado lejos, Sofía. Podrías haberlo matado."
Santiago contuvo el aliento.
La voz de Sofía fue tranquila, desprovista de emoción. "No calculé bien la velocidad. Pensé que solo se asustaría. Fue una pequeña lección por lo que le hizo a Marco."
Lucía suspiró. "Y ahora tienes que cuidarlo como una enfermera devota."
"Es una compensación justa por mi error de cálculo," dijo Sofía. "Además, me asegura que sigo siendo la principal candidata. Mantiene a Santiago enfocado en mí. Y a todas las demás lejos de Marco."
El mundo de Santiago se hizo añicos por segunda vez.
No fue un accidente.
Fue intencional.
El dolor en su pierna no era nada comparado con el dolor que sentía en el pecho. Era un dolor frío, pesado, que le robaba el aire.