Al día siguiente, cuando le dieron el alta, Santiago ignoró a Sofía por completo.
Ella estaba a su lado, lista para ayudarlo a subir a la silla de ruedas.
"Lucía," dijo él en voz alta. "Ayúdame, por favor."
Lucía, sorprendida, se adelantó. Sofía se quedó paralizada, con la mano extendida en el aire. La expresión de su rostro fue, por un instante, de puro desconcierto.
Santiago disfrutó de ese instante.
"¿A dónde quieres ir, Santiago?" preguntó Lucía mientras lo empujaba por el pasillo. "Te ves terrible. Necesitas animarte."
"Llévame a algún sitio caro," dijo él con cinismo.
"Perfecto. Te invito. Gasta lo que quieras. Mi tarjeta no tiene límite."
Santiago la miró. "¿Con el dinero de mi padre?"
Lucía sonrió, una sonrisa genuina que rara vez mostraba. "No. Con mi dinero. He estado invirtiendo en bolsa desde los quince años. Don Alejandro me enseñó lo básico, yo hice el resto. Soy millonaria por derecho propio, Santiago."
Él se sorprendió. Por primera vez en mucho tiempo, sintió una pizca de algo que no era rabia ni dolor. Curiosidad.
"Está bien, Lucía. Llévame a la subasta de caridad del Prado esta noche."
"Como ordenes, jefe."
Esa noche, en el majestuoso salón del Museo del Prado, Santiago se sintió un poco mejor. Lucía era una compañía sorprendentemente agradable. Era inteligente, directa y no intentaba adularlo.
El subastador presentó el lote estrella de la noche.
Un reloj Patek Philippe de edición única, de platino, con una esfera azul profundo. Se llamaba "El Corazón del Océano".
Santiago lo quiso al instante. Sería un regalo perfecto para su compromiso con Isabella.
Levantó su paleta. "Un millón de euros."
La sala guardó silencio.
Entonces, una voz clara y fría cortó el aire. "Un millón quinientos mil."
Santiago se giró.
Sofía y Marco acababan de llegar. Ella lo sostenía del brazo, y su rostro era una máscara de arrogancia. Marco sonreía, disfrutando del momento.
La tensión llenó la sala.
Santiago levantó la paleta de nuevo. "Dos millones."
Marco se inclinó y le susurró algo a Sofía. Ella asintió.
"Marco quiere el reloj," dijo Sofía, su voz resonando en el salón. "Pero su presupuesto es limitado. Así que pujaré por él. Diez millones de euros."
La multitud jadeó.
Era una suma absurda. No se trataba del reloj. Se trataba de humillarlo.
Los murmullos se extendieron como un incendio.
"¿Esa no es una de las protegidas de los Montero?"
"Lo está humillando en público."
"Pobre Santiago. Criar cuervos para que te saquen los ojos."
Santiago sintió la sangre subirle a la cara. La humillación era un veneno caliente en sus venas. Miró a Sofía. Ella le sostuvo la mirada, sus ojos desafiantes.
No. No iba a dejar que ella ganara.
No esta vez.
Se puso de pie, apoyándose en su bastón. Su voz fue un trueno.
"Cincuenta millones de euros."
La sala se quedó en un silencio sepulcral.
Era una oferta que nadie podía igualar. Era una declaración de poder. Un gesto conocido en su mundo como "quemar la sala".
El subastador, atónito, golpeó el martillo. "¡Vendido al señor Montero por cincuenta millones!"
Santiago miró a Sofía. Por un segundo, creyó ver una grieta en su máscara de hielo.