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La copa de vino aún estaba fresca en la memoria de Sofía cuando cruzó la puerta giratoria del edificio la mañana siguiente. Esa imagen de Victoria descalza, relajada, bebiendo en la penumbra de su oficina, contrastaba con la figura de poder que todos describían, la mujer inaccesible que gobernaba uno de los imperios tecnológicos más influyentes del país.
Y sin embargo, ahí estaba ella, humana... casi frágil.
Pero en las oficinas de D'Alessio Technologies, la fragilidad no era una posibilidad aceptable. Desde el vestíbulo hasta el piso 44, todo estaba diseñado para proyectar fuerza, estructura, perfección. Y Sofía, aún con la resaca emocional de la noche anterior, sabía que ese día era distinto. Lo sentía bajo la piel, como un presagio.
A las 8:03 a.m., Victoria D'Alessio llegó.
Los pasos, otra vez. Pero esta vez no pasó directo a su despacho. Se detuvo frente al escritorio de Sofía. Un silencio súbito se extendió por la oficina, como si los demás asistentes supieran que algo inusual estaba ocurriendo.
Sofía levantó la vista y se encontró con sus ojos.
-Conmigo -dijo Victoria sin rodeos.
Sofía se puso de pie al instante, siguiendo el movimiento elegante y autoritario de la mujer a través del pasillo hasta una sala de juntas de vidrio esmerilado, donde las luces se activaron automáticamente al entrar.
Victoria cerró la puerta y se volvió hacia ella, los brazos cruzados, los labios pintados de un tono oscuro que acentuaba su expresión impenetrable.
-Supongo que te estás preguntando por qué estás aquí.
Sofía asintió, sin atreverse a decir más.
-No suelo compartir vino con asistentes. Ni con ejecutivos, si soy honesta. Pero lo hice contigo.
Una pausa.
-Y no fue un error.
Sofía sintió que el aire se volvía más espeso. La cercanía de Victoria era tan magnética como intimidante. Había algo en su presencia que descolocaba, como si no existiera una versión de ella que no impusiera respeto.
-Desde que llegaste, te has comportado de forma impecable -prosiguió Victoria-. Has cometido errores menores, sí, pero también has demostrado algo que no se puede enseñar: intuición.
-Gracias, señora D'Alessio.
-Victoria -corrigió con suavidad, aunque su mirada seguía firme.
Ese gesto, ese permiso implícito para romper la formalidad, hizo que Sofía se tensara aún más. Había algo en esa invitación que sonaba a peligro disfrazado de cercanía.
-Quiero que trabajes directamente conmigo -dijo de pronto-. No como una simple asistente. Necesito a alguien en quien confiar para las operaciones internas más sensibles. Y no tengo tiempo para enseñar desde cero. ¿Estás dispuesta a aprender... rápido?
Sofía parpadeó, atónita.
-Sí. Lo estoy.
-Bien.
Victoria se acercó al centro de la sala y tomó una carpeta negra sobre la mesa. Se la tendió.
-Esto no existe. No está en el sistema. Si hablas de esto con alguien, incluso con buena intención, perderás tu trabajo y enfrentarás consecuencias legales.
Sofía tomó la carpeta con ambas manos. Estaba caliente, como si la hubiera sostenido alguien hace solo segundos. Al abrirla, encontró un proyecto titulado HÉLIX. Archivos cifrados, gráficas de control remoto de redes neuronales, simulaciones de comportamiento humano ante entornos digitales alterados.
-¿Esto qué es? -preguntó en voz baja.
-Una predicción. Un modelo. Una herramienta de control... si sabes cómo usarla.
Victoria se le acercó con paso lento.
-Y si no sabes... es una bomba.
Sofía levantó la mirada. Por primera vez, notó que en los ojos de Victoria había algo más allá del control. Había un cansancio profundo, antiguo. Una especie de melancolía que solo las personas muy solas sabían esconder.
-¿Por qué yo? -se atrevió a preguntar.
Victoria sonrió apenas.
-Porque los que no saben lo que valen... son los más peligrosos. Y tú no sabes lo que vales, ¿verdad?
Sofía no respondió. No podía.
-Perfecto -murmuró Victoria, dando un paso atrás-. Mañana a las 5:30 a.m., reunión privada en el piso 50. Te daré acceso completo. Si sobrevives una semana, hablaremos de tu verdadero contrato.
Volvieron juntas al piso 44. Victoria regresó a su despacho sin una palabra más. Sofía, en cambio, sintió las miradas de todos clavarse en su espalda mientras se sentaba de nuevo. Nadie preguntó. Nadie se atrevió. Pero algo había cambiado, y todos lo sabían.
Pasó el resto del día con la carpeta frente a ella, oculta bajo una pila de documentos normales. Fingía trabajar en tareas comunes, pero su mente estaba atrapada entre aquellas páginas negras, donde las predicciones y los algoritmos parecían hablarle directamente.
A las 3:00 p.m., recibió un correo sin remitente. Solo una frase:
"Verás más cuando dejes de mirar."
Lo borró de inmediato, pero el escalofrío ya se había instalado en su columna.
Esa noche, cuando se quitó los zapatos en la habitación del hostal, Sofía miró su reflejo en el pequeño espejo del baño. Ya no se reconocía del todo. En solo tres días, su mundo había dado un vuelco. Ya no era solo la chica nueva. Ya no era invisible.
Y sin embargo, esa nueva visibilidad era otra forma de encierro. Alguien la había visto. Alguien había elegido que formara parte de algo... que aún no comprendía.
La puerta entre su mundo y el de Victoria D'Alessio se había abierto. Y ahora, nada la garantizaba que pudiera cerrarse otra vez.