Lo encontré en la cantina más sórdida de Tequila, ahogando sus penas en el licor más barato. Su familia, los poderosos Castillo, lo habían desheredado. Su propio padre lo había traicionado, vendiendo la destilería familiar a sus rivales y dejándolo sin nada más que una pequeña hacienda en ruinas y deudas abrumadoras.
Estaba roto, paranoico y lleno de una rabia autodestructiva.
Me senté a su lado.
"¿Quieres dejar de beber y empezar a luchar?" le pregunté.
Me miró con ojos inyectados en sangre.
"¿Quién diablos eres tú?"
"Soy la mujer que va a ayudarte a recuperar todo lo que perdiste," le respondí.
Al principio, no me creyó. Pero yo tenía algo que él no tenía: la perspectiva de un extraño y una fe inquebrantable. Yo era una bailarina folclórica en mi mundo, entendía la pasión, la disciplina y el ritmo. Vi el potencial en los campos de agave azul que rodeaban su hacienda en ruinas.
Le enseñé a negociar. Usé mis conocimientos de marketing, extrañamente avanzados para este mundo, para crear una marca. Juntos, trabajamos día y noche. Restauramos la vieja destilería, perfeccionamos la receta de su abuelo. Llamamos a nuestro tequila "Alma Pura".
Yo era su luz en la oscuridad. Lo saqué de la desesperación, creí en él cuando nadie más lo hizo. Y lentamente, él empezó a creer en sí mismo.
Nuestro éxito no fue inmediato. Hubo noches en las que compartimos una sola tortilla porque no teníamos dinero para más. Hubo días en los que los acreedores golpeaban nuestra puerta. Pero lo superamos juntos.
Y en medio de esa lucha, nos enamoramos. Su amor era intenso, posesivo. Me llamaba "mi salvadora", "mi milagro".
"Nunca te dejaré, Luciana," me juró una noche, bajo un cielo lleno de estrellas sobre los campos de agave. "Eres mi todo. Sin ti, no soy nada."
Le creí. Por ese amor, rechacé la primera oferta del "Contrato" para volver a casa. Elegí quedarme. Elegí a Máximo.
Durante cinco años, fuimos inseparables. Construimos un imperio. "Alma Pura" se convirtió en la marca de tequila premium más famosa de Jalisco. Máximo Castillo pasó de ser un heredero deshonrado a un magnate respetado.
Nuestro amor era una leyenda local. La bailarina que salvó al rey caído.
Pero los imperios, como los hombres, pueden corromperse.
---