El olor a humo me despertó.
No era un sueño, era un recuerdo grabado a fuego en mi alma, el calor abrasador en mi piel, el crujido de la madera de la mansión consumiéndose. El grito de mi madre. El silencio de mi padre.
Y la cara de Sofía, mi hermana adoptiva, con los ojos llenos de un odio que nunca entendí.
En mi vida pasada, ella me apuñaló mientras el fuego nos rodeaba, susurrando el nombre de otro hombre.
Javier.
Abrí los ojos de golpe, el sudor frío empapaba las sábanas de seda. Estaba en mi habitación, en nuestra mansión de Madrid. El aire estaba limpio, sin humo, solo el perfume de las flores del jardín.
Miré el calendario digital en la mesilla. Era la noche de la fiesta. La noche en que todo empezó.
Un ruido me sacó de mi parálisis. Sofía. Estaba tropezando en el pasillo, su voz era un murmullo confuso.
Corrí hacia ella, mi corazón latiendo con el pánico de un recuerdo que aún no había sucedido. La encontré apoyada en la pared, con la mirada perdida.
"Sofía, ¿estás bien?"
En mi vida pasada, la abracé, la llevé a su habitación, la cuidé toda la noche. Ella lloró en mis brazos, culpándome por su "desgracia".
Pero esta vez fue diferente.
Levantó la cabeza y me miró, sus ojos se enfocaron con una frialdad que me heló la sangre. No había confusión en su mirada, solo un reconocimiento gélido.
"Ve a buscar a Javier."
No fue una petición, fue una orden.
"Él es el único que puede ayudarme ahora. Es mi antídoto."
En ese instante, lo supe. Ella también había renacido. Recordaba todo. Y en lugar de ver la verdad, estaba decidida a repetir su tragedia, a "corregirla" a su manera.
"¿Dónde está?", insistió, su voz dura.
Mi antiguo yo habría discutido, le habría suplicado que entrara en razón. Pero el amor que sentía por ella se había convertido en cenizas en aquel incendio. Ahora solo quería proteger a mis padres.
Asentí sin decir una palabra.
Bajé las escaleras, cogí las llaves del coche y salí al jardín. Javier, el becario ambicioso, estaba allí, hablando con uno de los camareros, su mirada recorriendo la opulencia de la casa con una codicia mal disimulada.
Recordé una escena de mi vida pasada, una que no entendí hasta ahora. Javier hablando con mi madre, Carmen, su voz melosa, sus halagos excesivos. "Carmen, cada día estás más radiante". Mi madre, una mujer buena y algo ingenua, sonreía, sin ver el cálculo en sus ojos. Él no solo quería a Sofía, quería el imperio Valbuena. Y no le importaba a quién usar para conseguirlo.
Me acerqué a él, mi expresión vacía.
"Sofía te necesita. Está en su habitación."
Javier sonrió, una sonrisa triunfante que no se molestó en ocultar. Pasó a mi lado sin darme las gracias y entró en la casa como si ya fuera el dueño.
Yo me quedé fuera, bajo las estrellas, respirando el aire fresco de la noche. Esta vez, no iba a interferir. Les daría lo que querían.
Y luego, me aseguraría de que nunca pudieran hacerle daño a mi familia.