El Accidente me Revela que No era Amor
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Capítulo 2

Los días siguientes, Mateo intentó arreglarlo a su manera. Con cosas.

Primero llegó un ramo de peonías blancas, mis favoritas, con una tarjeta sin firma. Luego, una caja de Valrhona, el chocolate más caro que usaba en el restaurante. Al tercer día, un repartidor entregó un robot de cocina de última generación.

Dejé las cajas sin abrir en la entrada del apartamento que compartíamos, un espacio minimalista y frío que siempre había sentido más suyo que mío.

Yo dormía en el sofá.

Él actuaba como si no pasara nada. Me daba los buenos días, me preguntaba qué tal el trabajo. Yo respondía con monosílabos.

El jueves por la noche, me acorraló en la cocina.

"Sofía, esto es ridículo. Tenemos que hablar".

"No hay nada de qué hablar, Mateo".

"Claro que sí. Te invito a tomar algo. En La Latina, como a ti te gusta. Para hablar tranquilos".

Una parte de mí, la parte estúpida y soñadora que se había enamorado de él, sintió una punzada de esperanza. Quizás esta vez sería diferente. Quizás por fin entendería.

Acepté.

Llegué al bar de tapas puntualmente. El local estaba lleno de gente, el ruido de las conversaciones y el olor a pimientos de padrón llenaban el aire.

Lo vi en una mesa al fondo.

Y mi corazón se hundió.

Lucía estaba sentada a su lado.

Me acerqué lentamente, sintiendo las miradas de la gente sobre mí. Mateo se levantó al verme, sonriendo como si me estuviera haciendo un favor.

"Sofía, qué bien que has venido".

Lucía levantó la vista. Tenía los ojos rojos e hinchados. Parecía una muñeca de porcelana a punto de romperse.

"Sofía...", empezó con voz temblorosa. "Quería pedirte perdón. Fue culpa mía. Tuve un ataque de pánico terrible al volante. Si Mateo no hubiera estado allí... no sé qué habría hecho".

Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.

"Él solo reaccionó para ayudarme. No te enfades con él, por favor. La culpa es mía".

Miré a Mateo. Él me miraba con una expresión que decía: "¿Lo ves? Todo tiene una explicación. Ahora puedes dejar de estar enfadada".

Me sentí atrapada. Me habían convertido en la mala de la película. La novia celosa e irracional que no entendía la situación.

Él ni siquiera había intentado disculparse. Había traído a Lucía para que lo hiciera por él. Para que su sufrimiento justificara su abandono.

Una risa amarga subió por mi garganta, pero la reprimí.

"Entiendo", dije, con una calma que no sentía.

Me di la vuelta sin decir nada más.

"¡Sofía, espera!", gritó Mateo.

No me detuve. Salí del bar y me sumergí en la noche madrileña, dejando atrás sus voces y la sensación pegajosa de su manipulación.

            
            

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