Venganza De La Sombra
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Capítulo 3

El punto de quiebre llegó una semana después.

Estábamos en el salón. Mateo leía el periódico, Isabella ojeaba una revista de moda y yo miraba por la ventana, sintiéndome invisible.

Isabella se levantó para servirse una copa de vino tinto. Al pasar a mi lado, tropezó "accidentalmente".

El vino tinto se derramó por completo sobre mis pies.

Sobre las únicas zapatillas de flamenco que me quedaban. Las que mi abuela, también bailaora, me había dejado antes de morir. Estaban viejas, gastadas, pero eran mi tesoro más preciado.

La tela blanca se tiñó de un rojo oscuro, como una herida abierta.

"¡Oh, Dios mío! ¡Qué torpe soy!", exclamó Isabella, con una falsa expresión de horror. "Lo siento muchísimo, Sofía".

Me levanté de un salto, olvidando mi tobillo. "¡Lo has hecho a propósito!".

"Claro que no", dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas fingidas. "Ha sido un accidente".

"¡Mentirosa! ¡Sabías lo que significaban para mí!", le grité.

Mateo tiró el periódico al suelo. Se levantó y se interpuso entre nosotras, pero para protegerla a ella.

"¡Basta ya, Sofía! ¡Ha sido un accidente! ¡Deja de atacarla!".

"¿Atacarla? ¡Ha destruido lo único que me quedaba de mi abuela!".

"¡Son solo unos zapatos viejos! ¡Te compraré cien pares nuevos si quieres!", gritó él. "Necesitas calmarte. Estás histérica".

Me agarró del brazo con fuerza. "Vas a ir a la bodega a tranquilizarte un poco".

El pánico me invadió. "No, Mateo, por favor. Sabes que no puedo. Mi claustrofobia...".

Él me ignoró. Me arrastró por el pasillo hasta la pesada puerta de madera de la bodega.

"Cuando dejes de ser tan dramática, podrás salir", dijo, empujándome dentro.

La puerta se cerró con un golpe sordo. El cerrojo sonó.

Me quedé en completa oscuridad.

El aire era frío y olía a humedad y a vino viejo. Mi corazón latía desbocado en mi pecho. Las paredes parecían cerrarse sobre mí.

Grité su nombre, golpeé la puerta con los puños hasta que me dolieron.

Nadie respondió.

Entonces, a través de la gruesa madera, oí algo.

Música. Una melodía suave de guitarra.

Y luego, risas. La risa de Isabella, clara y musical. Y la de Mateo, profunda y cómplice.

Estaban celebrando.

Apoyé la espalda en la puerta fría y me deslicé hasta el suelo.

La oscuridad me envolvió, pero ya no sentía miedo. Solo un frío inmenso, un vacío absoluto.

En esa bodega, escuchando sus risas, el amor que sentía por Mateo se murió para siempre.

Y en su lugar, nació algo nuevo. Algo oscuro y duro como el diamante.

El odio.

            
            

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