El Adiós de Sofía
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Capítulo 2

Mateo insistió en celebrar su aniversario con una cena.

"Te lo debo, mi amor. He estado muy ausente".

La llevó a un famoso tablao flamenco, un lugar ruidoso y lleno de vida.

Él pidió el mejor vino, la comida más cara.

Le cogía la mano por encima de la mesa.

"Para que nunca te pierdas", dijo, ajustando el collar de diamantes en su cuello.

Sofía sintió el frío de las piedras contra su piel.

"Gracias", murmuró.

Una pareja de turistas se acercó a su mesa.

"Perdonen, ¿son ustedes Mateo Vargas y Sofía Navarro? Somos grandes admiradores. ¿Podemos hacernos una foto?".

Mateo sonrió, encantado.

"Por supuesto".

Se levantó, rodeó a Sofía con el brazo y posó para la cámara.

Sofía forzó una sonrisa. Mantuvo la fachada.

Durante toda la cena, el teléfono de Mateo no paró de vibrar sobre la mesa.

"Trabajo, lo siento. Un proyecto urgente en Dubái".

Sofía asentía, sin decir nada.

En un momento, mientras él miraba la pantalla, ella vio la notificación.

Un pequeño corazón rojo y un nombre.

Carla Montero.

Sintió un vacío en el estómago, pero su rostro permaneció impasible.

"Voy al baño un momento".

En la soledad del lujoso aseo, sacó su propio teléfono.

Abrió Instagram.

Buscó el perfil de Carla Montero.

Era público. Una influencer de Marbella con cientos de miles de seguidores.

Su contenido era un torrente de lujo, viajes y provocación.

Y entonces, lo vio.

Una foto de Carla, en bikini, en la piscina de la villa "Luz de Sofía".

La fecha coincidía con un "viaje de negocios" de Mateo a Barcelona.

Otra foto. Carla luciendo unos pendientes de esmeraldas.

Los mismos que Mateo le había dicho que "perdió" el joyero.

Siguió deslizando el dedo, con una calma helada.

Y la encontró. La prueba definitiva.

Una foto de Carla sentada en el banco de piedra del jardín de su casa de Madrid.

Su jardín de jacarandas.

Su lugar sagrado.

El lugar donde Mateo le había pedido matrimonio.

La foto tenía un pie de foto: "Hay lugares que se sienten como un hogar".

Sofía guardó el teléfono.

Se miró al espejo. La mujer que le devolvía la mirada era una extraña.

Una mujer tranquila, serena.

Una mujer a punto de desaparecer.

            
            

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