La respuesta de la casa de subastas fue inmediata.
Le enviaron un tasador esa misma mañana.
Mientras el hombre de guantes blancos examinaba las joyas sobre el terciopelo, el teléfono de Sofía sonó.
Era Mateo.
"Cariño, ¿dónde estás? He visto que el collar no está en el tocador".
"Lo he llevado a limpiar", mintió Sofía con voz neutra. "Estaba en la casa de subastas para tasar otras piezas y he aprovechado".
Hubo un silencio al otro lado.
"¿En la casa de subastas? ¿Por qué?".
"Necesitaba saber su valor. Curiosidad".
Sofía podía imaginar la expresión de Mateo. Confusión, una ligera irritación.
"Pero, Sofía, esas joyas son tuyas. Son mis regalos para ti".
"Y por eso quiero saber cuánto vale tu amor, Mateo".
La frase quedó flotando en el aire.
Él se rio, nervioso.
"Qué cosas dices. Bueno, no importa. He vuelto a comprar el collar. Estaba en la subasta, ¿te lo puedes creer? Algún error. Ya lo tengo yo. Te lo pondré esta noche".
Sofía sintió una risa amarga subir por su garganta.
"Claro, Mateo. Qué detalle".
El teléfono de Mateo sonó mientras hablaba con ella. Una llamada en espera.
Pudo oír la voz amortiguada de uno de sus amigos.
"¡Mateo, tío! ¿Vienes a la fiesta esta noche o te quedas en casa haciendo de marido perfecto?".
Mateo se apresuró a cortar la llamada.
"Era del trabajo", mintió de nuevo.
"No te preocupes", dijo Sofía, con una dulzura venenosa. "Deberías salir con tus amigos. Has trabajado mucho".
"No, no, quiero estar contigo".
"Insisto. Además, ¿por qué no vamos todos? Llama a tus amigos. Que vengan a buscarnos y salimos juntos".
Mateo dudó.
Era una oportunidad perfecta para mantener su imagen de esposo devoto delante de todos.
"Está bien, si insistes".
Media hora después, el círculo de amigos de Mateo estaba en su salón.
Empresarios exitosos, arrogantes, con sonrisas falsas.
Trataban a Sofía con una deferencia exagerada.
"Sofía, cada día estás más guapa".
"Mateo es un hombre con suerte".
En el club privado, la farsa continuó.
Mateo no se separó de su lado. Rechazó las copas que le ofrecían las azafatas. Le susurraba al oído cuánto la quería.
Era una actuación impecable.
Sus amigos le seguían el juego, aplaudiendo su devoción.
Sofía observaba el teatro en silencio, como si viera una película.