Ricky se pavoneó frente a Santiago, saboreando su momento de poder.
"¿Ves, Vargas? Este es mi mundo. Mis reglas. Y tú, con tu trabajito de mierda en el gobierno, no eres nadie aquí."
Javier intentó intervenir de nuevo.
"Ricky, por favor, esto es una locura. Solo déjalo ir."
"¿Qué tienes que hacer que sea tan importante, eh, Vargas?", se burló Ricky, ignorando a Javier por completo. "¿Tienes que ir a sellar unos papeles? ¿O a servirle café a tu jefe?"
Santiago lo miró fijamente.
"Tengo asuntos importantes que atender. Asuntos que no entenderías."
La advertencia estaba ahí, velada pero presente. Pero Ricky era incapaz de verla.
Javier se acercó a Santiago y le susurró al oído, su voz temblorosa.
"Santi, solo discúlpate. Por favor. No sabes con quién te estás metiendo. La familia de Ricky... son dueños de media ciudad. Pueden arruinarte la vida. Te costará tu trabajo."
Santiago apreció la preocupación de su amigo, pero la amenaza era vacía para él.
En su mente, comparó el "poder" del Señor Garza, un corrupto magnate de la construcción, con la verdadera autoridad que él manejaba. Era como comparar un petardo con una bomba nuclear.
Sonrió para sus adentros.
"No te preocupes por mi trabajo, Javi. Estará bien."
Se volvió hacia Ricky, decidiendo intentar una última vez apelar a la lógica, por remota que fuera la posibilidad.
"Ricky, sé que esto tiene que ver con Valeria", dijo con calma. "Pero eso fue hace mucho tiempo. Ella está contigo. A mí no me interesa. De verdad. No hay necesidad de todo este drama."
Fue un error. La inseguridad de Ricky era un pozo sin fondo.
"¿Qué dijiste?", espetó, sus ojos encendiéndose. "¿Que no te interesa? ¿Estás diciendo que mi prometida no es lo suficientemente buena para ti? ¿La estás insultando?"
Antes de que Santiago pudiera responder, Ricky hizo una seña a sus guardaespaldas.
"Sosténganlo."
Los dos hombres lo agarraron por los brazos, sujetándolo con fuerza.
Ricky se acercó, su rostro a centímetros del de Santiago. El olor a alcohol y colonia cara era abrumador.
"Crees que eres muy listo, ¿verdad, Vargas?"
¡CRAC!
El puño de Ricky impactó en la mejilla de Santiago. No fue un golpe fuerte, más bien un manotazo humillante, diseñado para provocar.
La cabeza de Santiago giró por el impacto. Probó el sabor metálico de la sangre en su boca.
"Vamos", lo retó Ricky. "Llama a alguien. Llama a tu jefe. A ver quién viene a salvar al pobre burócrata. ¡Nadie! Porque no eres nadie."
Santiago se limpió la sangre del labio con el pulgar. Su mirada era fría como el hielo.
"Ricky", dijo, su voz peligrosamente tranquila. "La última vez que me golpeaste fue en la preparatoria. Nos castigaron a los dos."
Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran.
"Ya no somos niños. Ahora, las acciones tienen consecuencias reales. Consecuencias muy serias. Te sugiero que me sueltes."
Ricky soltó una carcajada.
"¿Consecuencias? ¿Tú me hablas a mí de consecuencias? ¡Mi padre es el Señor Garza! Yo soy la consecuencia. Yo decido lo que pasa en esta ciudad."
Santiago negó lentamente con la cabeza.
"Hay un dicho, Ricky. 'En cada pueblo hay gente que no puedes ofender'. Tú no tienes idea de quién soy yo."
Ricky se burló.
"¡Aquí, en mi club, la única persona que no puedes ofender soy yo! Ahora, arrodíllate."
Javier, al borde del pánico, tiró del brazo de Santiago.
"Santi, por el amor de Dios, ¡solo hazlo! ¡Pide perdón!"