Adiós, Amor Falso: Bienvenida al Imperio Vargas
img img Adiós, Amor Falso: Bienvenida al Imperio Vargas img Capítulo 4
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Capítulo 4

Llegué a casa y el apartamento se sentía vacío, contaminado. Cada objeto me recordaba a Javier, a nuestros ocho años de mentiras.

Empecé a hacer la maleta, pero no era una simple maleta. Era un exorcismo.

Cogí la foto de nuestra primera cita y la rompí en dos. Las cartas que me escribió, las quemé en el fregadero, viendo cómo las palabras de amor se convertían en ceniza negra. Su camiseta favorita, que yo usaba para dormir, la corté en tiras con unas tijeras de cocina.

Era un acto de destrucción catártica. Con cada objeto destruido, sentía que recuperaba un pedazo de mí misma.

Fui a su estudio, a la pequeña habitación que usaba como despacho en casa. Iba a llevarme mi ordenador portátil. Al mover unos papeles en su escritorio, una caja de madera cayó al suelo.

Se abrió. Dentro, no había documentos de arquitectura. Había fotos. Docenas de fotos.

Eran de él y Sofía.

En la playa, riendo. En un restaurante, besándose. En un viaje a la sierra, abrazados. Las fechas en las fotos se remontaban a más de un año. No eran seis meses. Era más de un año de engaño.

En una de las fotos, Sofía llevaba un collar. Un collar que yo le había regalado a Javier por su cumpleaños.

El dolor, que creía haber controlado, volvió con una fuerza brutal. No era solo una infidelidad reciente. Mi vida entera de los últimos años había sido una farsa.

Mi teléfono vibró. Un mensaje de un número desconocido.

"Señorita Isabela, soy el asistente de Don Mateo Vargas. Le confirmo que el acuerdo matrimonial ha sido enviado por mensajería urgente a su domicilio. Debería llegar mañana por la mañana. Don Mateo la espera."

El acuerdo matrimonial. La realidad de mi decisión me golpeó. Iba a casarme con un hombre al que apenas conocía, para escapar de otro que creía conocer demasiado bien.

Justo en ese momento, oí la llave en la cerradura.

Javier.

Entró, su cara era un poema de agotamiento y falsa contrición. En sus manos, traía una caja de una joyería cara.

"Isa", dijo, su voz suave y suplicante. "Sé que no hay palabras. Pero quiero que sepas que lo siento."

Abrió la caja. Dentro, había una peineta de carey. Brillante, nueva, perfecta.

"La he mandado a restaurar", dijo, con orgullo. "He movido cielo y tierra. El mejor artesano de Sevilla ha trabajado toda la noche. Está como nueva. Para que veas que me importas."

Por un instante, un instante estúpido y débil, mi corazón vaciló. El gesto, el esfuerzo aparente... ¿quizás...?

Cogí la peineta. Era hermosa. Pero algo no encajaba. El peso. Era demasiado ligera. El tacto. Era demasiado liso, demasiado perfecto.

Mi mano se cerró en mi bolsillo, donde todavía guardaba el fragmento de la original. El fragmento con el nombre de mi abuela.

Con disimulo, lo saqué. Lo coloqué junto a la nueva peineta.

El color no era el mismo. El grabado del nombre de mi abuela no estaba.

Y entonces lo vi. Una pequeña marca en la base. "Made in China".

Era una falsificación. Una réplica barata de plástico.

Me había mentido. De nuevo. Había intentado engañarme de la forma más cruel y burda posible. No había restaurado nada. Había comprado una imitación para callarme, para deshacerse del problema.

La rabia que sentí fue tan pura, tan intensa, que me dejó sin aliento. La desesperación me ahogó. Este hombre no tenía límites en su crueldad.

En ese preciso momento, sonó el timbre.

"¿Esperas a alguien?", preguntó Javier, confundido.

"Debe ser la mensajería", dije, mi voz un hilo.

Javier fue a abrir. Yo me quedé paralizada, con la peineta falsa en una mano y el fragmento real en la otra. El contraste entre la mentira y la verdad era mi vida entera en ese instante.

Javier volvió con un sobre grande y rígido.

"Es para ti. De un bufete de abogados. Vargas & Asociados", dijo, leyendo el remitente. Su curiosidad se despertó. "¿Quiénes son?"

                         

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