El Fin de un Cobarde
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Capítulo 2

La amenaza de la policía funcionó como un balde de agua fría. El club, desesperado por evitar un escándalo que mancharía su reputación de exclusividad, despidió al gerente corrupto de inmediato y nos ofreció un acuerdo. No llamarían a las autoridades si la familia Castillo pagaba una suma reducida, pero todavía considerable, para cubrir el costo de los bienes robados. Mis padres, a través de sus abogados, se aseguraron de que mi nombre y el de ellos quedaran completamente fuera de cualquier responsabilidad. La deuda era de Yolanda.

Pensé que ese sería el final del asunto. Fui ingenua.

Tres días después, volví a nuestro apartamento de lujo, el regalo de bodas de mis padres, después de un largo día en el estudio de arquitectura. Al abrir la puerta, un olor agrio a sudor, comida barata y tabaco me golpeó.

El salón, antes un espacio minimalista y elegante, parecía un campamento de refugiados. Yolanda estaba sentada en mi sofá de diseño italiano como si fuera un trono, fumando un cigarrillo y dejando caer la ceniza sobre la alfombra persa. Todo el clan Castillo estaba allí: tíos, primos, sobrinos, esparcidos por todas partes, con sus maletas y bultos apilados en las esquinas. Habían convertido mi hogar en su pocilga.

"¿Qué significa esto?", pregunté, mi voz apenas un susurro.

Yolanda me sonrió con suficiencia. "Vinimos a cobrar, querida nuera".

Antes de que pudiera responder, Máximo se arrodilló frente a mí, con lágrimas en los ojos. Su actuación era digna de un Oscar. Me mostró un fajo de papeles. Eran pagarés, firmados por él, por el monto exacto que Yolanda debía pagar al club.

"Lina, mi amor", sollozó. "Tuve que hacerlo. Era para salvar el honor de nuestra familia después del... incidente del bautizo. Es una deuda matrimonial. Tenemos que pagarla juntos".

La traición me golpeó con la fuerza de un puñetazo. Miré los pagarés y luego a mi esposo, arrodillado y llorando falsas lágrimas. Él era cómplice. Siempre lo había sido.

Yolanda se levantó y se acercó, su voz goteando veneno. "Así es. O pagas la deuda de mi hijo, o nos cedes la propiedad de este apartamento. Es lo menos que puedes hacer como compensación por los años y el dinero que gasté criando al hombre que ahora calienta tu cama. Es tu deber como esposa".

El resto del clan asintió, mirándome con codicia. Estaba atrapada en mi propia casa, rodeada por una manada de buitres. Mi esposo, el hombre que había jurado amarme y protegerme, me había vendido por un puñado de plata para apaciguar a su monstruosa madre.

            
            

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