El Fin de un Cobarde
img img El Fin de un Cobarde img Capítulo 3
4
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

La ocupación de mi apartamento fue solo el comienzo. La familia de Máximo, dirigida por la mente retorcida de Yolanda, desató una campaña de acoso sistemático contra mis padres. Querían quebrarme atacando a las personas que más amaba.

Un grupo de sus primos más maleducados fue a la universidad donde mi madre daba clases. Irrumpieron en medio de una de sus cátedras, gritando y llamándola "suegra morosa" y "estafadora" frente a sus estudiantes y colegas. El escándalo fue tan grande que la seguridad tuvo que sacarlos a la fuerza, pero el daño a la reputación de mi madre ya estaba hecho.

Otro grupo, aún más agresivo, se presentó en la oficina de mi padre. Él estaba en medio de una reunión crucial con socios comerciales de Japón, a punto de cerrar un contrato de importación millonario. Los parientes de Máximo entraron gritando insultos, empujaron a los empresarios japoneses y volcaron una mesa, arruinando la negociación y costándole a mi padre una fortuna.

Mientras tanto, mi vida en el apartamento era un infierno. Me robaban mis cosas, usaban mi ropa, comían mi comida y me insultaban constantemente. Máximo no hacía nada, solo miraba hacia otro lado, completamente sometido por su madre.

La noche en que todo explotó, recibí una llamada de mi padre. Su voz, normalmente tan calmada y fuerte, sonaba tensa. "Lina, esto ha ido demasiado lejos. Ya no se trata de dinero. Es una cuestión de seguridad. Sal de ahí ahora".

Sabía que tenía razón. Mientras Yolanda y sus secuaces veían la televisión a todo volumen, me deslicé hacia mi habitación para coger mi bolso y salir. Pero Yolanda me vio.

"¿A dónde crees que vas, zorra?", gritó, bloqueándome el paso.

"Fuera de mi camino", dije, intentando pasar.

Fue entonces cuando me atacó. Me agarró del pelo y me tiró al suelo. "¡No te irás a ninguna parte hasta que pagues!".

Máximo gritó "¡Mamá, para!", pero no se movió para ayudarme. Los otros parientes se levantaron, rodeándome como una jauría de lobos. Vi la lujuria de la violencia en sus ojos. Querían humillarme, romperme.

Pero no contaban con que yo no era una víctima indefensa. Antes de que me agarrara, logré enviar un mensaje de texto con una señal de socorro a mi mejor amiga, que sabía del plan de contingencia que habíamos preparado con mi padre.

Mientras me defendía con uñas y dientes, pateando, mordiendo, luchando por mi vida, escuché el sonido más hermoso del mundo: sirenas de policía acercándose. Segundos después, la puerta de mi apartamento se abrió de golpe.

La policía irrumpió en la escena, encontrando a una docena de personas atacando a una sola mujer en el suelo de su propia casa. La imagen era inequívoca: allanamiento de morada y asalto colectivo.

"¡Todos al suelo, ahora!", gritó un oficial.

El caos se apoderó de ellos. Por primera vez, vi miedo en los ojos de Yolanda. Su pequeño imperio de matones se derrumbaba. Uno por uno, fueron esposados y sacados de mi apartamento. El último en ser arrestado fue Máximo, que me miraba con una mezcla de terror y súplica.

Lo ignoré. Mi matrimonio, mi hogar y mi paciencia estaban destrozados. Pero mientras veía cómo se los llevaban, una nueva sensación nació en mí: una fría y calculadora determinación. Esto no había terminado. La venganza apenas estaba comenzando.

                         

COPYRIGHT(©) 2022