Capítulo 2 Jaulas de Lujo

Elena despertó con la garganta seca y el pecho ardiendo. No había dormido realmente... solo había cerrado los ojos entre pensamientos que dolían más que cualquier pesadilla.

La suite donde la habían instalado era más grande que su antiguo apartamento. Tenía una vista panorámica de Nueva York, una cama lujosa y perfecta. Pero para ella, todo era falso. Una jaula... brillante, pero jaula al fin.

Se levantó el colchón con lentitud. Lo primero que pensó fue en escapar.

Buscó su móvil.

Nada.

Revisé su bolso.

También había desaparecido.

-Maldito Liam Blackthorne -murmuró.

Se acercó a la ventana. La ciudad bullía allá abajo, ajena a su tragedia. Carros, luces, pasos, vida. ¿Dónde estaba su libertad ahora?

Un golpe en la puerta la sobresaltó.

-¿Si?

Una mujer elegante, de traje negro y rostro impasible, se asoma.

-Buenos días, señorita Rossetti. Soy Sophia, asistente del señor Blackthorne. Me pidió recordarle que el desayuno se servirá en quince minutos. Él desea hablar con usted.

- ¿Desea? -repitió Elena con ironía.

-Siempre deja una ventana de opción -respondió Sophia-. Pero no te recomiendo hacerlo esperar.

El comedor era tan frío como el resto del lugar. Mármol, cristal, acero. Todo impecable... y vacío.

La mesa estaba servida: frutas, pan, café, jugo. Perfecto. Sospechoso.

Y allí estaba él.

Liam Blackthorne, camisa blanca arremangada, una taza de café entre los dedos. Tranquilo. Imperturbable. Como si no la hubiera arrancado de su vida la noche anterior.

-Buenos días, Elena -dijo sin mirarla.

-No me hables como si fuéramos una pareja desayunando después de una noche romántica.

-No lo somos -respondió-. Pero prefiero la cordialidad al drama innecesario.

Ella lo fulminó con la mirada.

-No sabes nada de drama, Blackthorne.

Liam bajó el periódico y la revisó.

-Has estado aquí menos de doce horas y ya asume mucho sobre lo que sé... o no sé.

Elena se sentó al otro extremo de la mesa, con los brazos cruzados.

-Vas a explicarme qué clase de trato haces con hombres tan desesperados como Aidan?

-Tu ex prometido ya había perdido su empresa -dijo Liam con calma-. Yo solo intervine antes de que cayera en peores manos.

-¿Y me usé como moneda de cambio?

-Te ofrecí. Yo acepté. Él escribió.

-Eres despreciable.

-Tal vez -admitió sin titubear-. Pero fui honesto. Una diferencia de él.

Sus palabras dolían porque eran ciertas.

- ¿Qué esperas de mí? ¿Que me convertiré en tu adorno de lujo?

-No. Serás mi sombra. Me acompañarás a reuniones, cenas, eventos. Te presentarás como mi pareja. Necesito estabilidad... o al menos su apariencia.

-¿Y yo qué gano?

Liam entrecerró los ojos. La estudié.

-¿Qué quieres?

La pregunta la desarmó.

Desaparecer. Venganza. Libertad.

-Quiero mi teléfono. Mis documentos. Mi vida.

-Eso se gana -dijo él-. Con lealtad.

-¿Te lo has leído?

-A mi mundo.

-¿Y si te traicionara?

Liam la miró sin expresión. Pero sus ojos hablaban.

-Entonces ni yo podré protegerte.

Elena no respondió.

El silencio se hizo especial.

Pasó la mañana recorriendo el ático. Había una biblioteca, un gimnasio, una terraza con vistas de ensueño. Todo era cómodo... pero sin alma. Como si Liam viviera rodeado de belleza sin tocarla.

Se detuvo frente a un retrato en blanco y negro. Un hombre mayor. Mismo puerta. Misma mirada.

-Mi padre -dijo Liam, apareciendo detrás de ella.

Elena se quedó sorprendida.

-Él construyó el imperio. Yo lo mantengo... a mi manera.

-También ¿vendía mujeres?

Liam tuvo un destello de ira.

-No. Él las destruía. Yo intento no hacerlo.

-Qué noble.

-No busco que me entiendas -dijo él, acercándose-. Solo que sobrevivas sin autodestruirte.

Elena lo observó en silencio. Había algo roto en él. Algo oscuro. Algo que dolía más de lo que admitía.

-No me quebraré -susurró.

Liam se acercó aún más. El aire entre ambos se volvió eléctrico.

-No quiero que te rompas -murmuró-. Quiero ver hasta dónde puedes resistir... antes de rendirte voluntariamente.

El corazón de Elena Martilló.

Lo odiaba.

Y sin embargo, no podía dejar de mirarlo.

Ese era el verdadero peligro de los enemigos:Algunos sabían colarse bajo la piel... sin pedir permiso.

            
            

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