Capítulo 5 Lo único que no puede perder

Elena se despertó con una sensación extraña,

como si algo dentro de ella se hubiera reacomodado en la noche...

sin su permiso.

Silenciosamente.

Peligrosamente.

El ático estaba bañado por una luz dorada y fría.

Una tranquila engañosa.

A lo lejos, el murmullo de Nueva York comenzaba a agitarse.

Como un corazón acelerado.

Como si supiera que algo estaba por cambiar.

Permaneció en la cama.

Enredada en las sábanas.

Envuelta en los recuerdos.

La terraza.

La mirada de Liam.

El silencio que habló más que mil promesas.

Y el dolor.

Eterno.

Punzante.

La traición de Aidan seguía allí...

Viva.

Latiendo justo donde más dolía.

Bajó en silencio.

Sophia le había dejado el desayuno servido.

Como cada mañana.

Todo era parte de una rutina perfecta...

y vacía.

El café tembló entre sus dedos.

No había miedo.

Era otra cosa.

Una inquietud que crecía como sombra en el pecho.

-Te ves cansada.

La voz.

Liam.

Camisa gris. Mangas arremangadas.

Impecable.

Pero con ojos que veían más de lo que decían.

-No dormí bien.

-¿Pesadillas?

-Recuerdos.

¿Qué es peor?

Liam se sentó frente a ella.

Tomé su taza.

No hablaba con urgencia.

No presionaba.

Pero su sola presencia...

La envolvía.

La desconcertaba.

-Aidan te cuidaba cuando tenías pesadillas?

La pregunta cayó como piedra en el agua.

-Él era la pesadilla -susurró.

Luego lo miró directo a los ojos-.

No me preguntes por él si no estás preparado para lo que puedas oír.

Liam asintió.

No respondió.

No exigió.

Y eso...

Eso la desarmó más que cualquier interrogatorio.

Las horas pasaron con una calma extraña.

Liam salió.

Sophia le mostró a Elena partes del mundo que ahora la contenía.

No por obligación.

No por cortesía.

-Estás aquí, lo quieras o no -dijo Sophia, firme-.

Y más vale que aprendas a leer las reglas... si algún día decide romperlas.

Esa frase...

quedó tatuada en su mente.

Al caer la noche, Elena estaba en la biblioteca.

Ese rincón que aún sentía suyo.

La luz cálida,

los libros,

el silencio.

Pasaba páginas...

pero no leía

-Te ves tranquila.

Liam.

En el marco de la puerta.

Una sombra con voz.

-Fingir paz es uno de mis talentos secretos.

Él se acercó.

Sirvió whisky.

Le ofrecí un vaso.

Ella lo aceptó.

Estaba cansada.

No solo del dia.

Sino de pelear contra todo lo que él representaba.

Tal vez...

Ya no peleaba con él.

Pero con ella misma.

-¿Qué más sabes hacer en secreto?

-Escribir.

Cocinar.

Leer a las personas cuando mienten.

-Y a mí? ¿Me lees cuando miento?

Él miró.

Firme.

Honestamente.

-No.

Porque no me mientas.

Tú lo ocultas.

¿Qué es peor?

Liam asintió.

Aceptó la herida sin defensa.

Bebió.

Se acercó.

Unos pasos.

Solo eso.

-Sabes ¿por qué me molesta que me veas como un monstruo?

-Su voz fue baja.

Cruda.

-Porque si lo soy...

Tú estás empezando a encariñarte con uno.

Elena contuvo el aire.

La confesión era una daga.

Sin filo...

pero igual de letal.

No sé qué decir.

Pero no tuvo tiempo.

La explosión fue un rugido.

Lejano.

Y luego, inmediatamente.

Cristales.

Alarmas.

Gritos.

La biblioteca tembló.

El piso vibró.

Liam reaccionó.

La tomó por la muñeca.

Sin explicaciones.

Acción en solitario.

Presionó un panel.

Una puerta secreta.

Un pasadizo oculto.

-¿Qué está pasando?

-Silencio.

Alguien cruzó la línea.

Gritos.

Disparos.

Elena no entendía.

Pero su cuerpo temblaba.

No por miedo a morir.

Sino por lo que vio en el rostro de Liam:

Furia.

No por el ataque.

Por ella.

Llegaron a una habitación segura.

Blindada.

Pantallas.

Vigilancia.

Sophia ya estaba allí.

Armada.

- ¿Qué pasó? -rugió Liam.

-Intento de secuestro.

Querían a Elena.

Sólo a ella.

Todo se detuvo.

-¿A mí? ¿Por qué?

-Porque eres su punto débil -respondió Sophia-.

Y ellos ya lo saben.

Liam se acercó.

Su mirada...

una tormenta.

-Desde ahora, no vas a ningún lugar sin mí.

Sin vigilancia.

Sin permiso.

-No soy tu prisionera... -susurró.

El miedo aún vibraba en su piel.

Pero también...

algo más

Liam le tomó la cara.

Sin fuerza.

Con verdad.

-No, Elena.

Eres lo único que aún no estoy dispuesto a perder.

Y entonces,

mientras el mundo ardía allá afuera...

Ella sintió algo

más aterrador que cualquier amenaza:

Quería creerle.

                         

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