/0/17481/coverbig.jpg?v=73abd5afbd38dbf2a3c423cd0a841569)
La lluvia tamborileaba contra los ventanales del ático,
como si quisiera entrar.
Como si supiera que dentro...
También hubo tormenta.
Elena revolvía su café.
Una vez.
Dos.
Cuatro.
No lo bebe.
Solo lo observaba, como si en esa espiral pudiera encontrar respuestas.
A su alrededor, el silencio pesaba.
Sophia le había dejado informes.
Páginas llenas de cifras, movimientos, nombres.
Pero las palabras bailaban.
No podía competir con el recuerdo que la devoraba por dentro.
Cerró los documentos.
Se recostó en el sillón.
Y entonces, volvió...
-Confía en mí, Elena.
La voz de Aidan,
su suavidad traicionera.
Sus brazos envolviéndola.
El corazón creyendo.
-Siempre confiaré en ti.
-Un día lo tendremos todo... la empresa, una casa frente al mar, un futuro sin preocupaciones.
Y ella lo creyó.
Como una niña.
Como una tonta.
Pero el recuerdo se transformó.
Como una hoja que se quema y se vuelve ceniza.
-No lo entiendes, Elena. No tenía opción.
-¡¡Me vendiste, Aidan!? ¿¡Como si fuera un mueble!?
-¡Era la única forma! Liam... él... me hubiera destruido si no te ofrecía algo valioso.
-¿Y pensaste que era yo? ¿Tu sacrificio?
El dolor seguía ahí.
Latente.
Crudo.
La puerta del estudio de Liam estaba entornada.
Elena pasó frente a ella... y se detuvo.
Voces.
-...los italianos se están moviendo más rápido de lo previsto -decía un hombre-. Creen que, con la chica bajo tu techo, estás más vulnerable.
-¿Creen que me debilita tenerla aquí? -la voz de Liam era hielo.
-Dicen que fue un movimiento emocional. Que estás bajando la guardia.
Silencio.
Y luego...
-Que intento acercarse. Será su último error.
Elena se quedó helada.
¿Estaba en peligro?
¿Ella era vista como una debilidad?
Se alejó.
Sin hacer ruido.
Pero con el corazón latiendo con fuerza.
La ciudad dormía.
Elena, no.
Las palabras la perseguían.
La envolvían como la manta que ahora la cubría.
Salió a la terraza.
El viento le revolvió el cabello.
Luces. Rascacielos. Soledad.
-No puedes dormir.
Se giró.
Liam.
Descalzo.
Camiseta negra.
Pantalón cómodo.
Sin director ejecutivo.
Sin sombra.
Hombre.
-No estoy acostumbrada a ser un trofeo en exhibición -dijo, amarga.
Liam no respondió seguidamente.
Se acercó.
Se apoyó junto a ella en la baranda.
-No lo eres. Aunque el mundo piense lo contrario.
-Te escuché hoy. Dijiste que algunos creen que tenerme aquí te debilita.
Liam giró hacia ella.
Sorprendido.
Pero no lo negó.
-No puedo permitirme debilidades. En este mundo... una fisura puede costar la vida.
-¿Y yo soy una fisura?
Él la miró.
Lento.
Sincero.
-Eres... impredecible. Y eso puede ser igual de peligroso.
–¿Para quién? ¿Para ti... o para mí?
Un rayo iluminó el cielo.
La noche se tensó.
-No elegí esto, Liam.
-Perder.
-¿Y tú? ¿Elegiste este mundo?
Liam desvió la mirada.
Por un segundo... se quebró.
-Mi padre lo hizo por mí. Yo solo sigo el camino que dejó.
Y trato... de no convertirlo en una condena para los que caminan a mi lado.
Elena lo miró.
Más allá del traje.
Más allá del poder.
Vio al hijo.
Vio al hombre.
Vio al que aprendió a amar con muros...
y con control.
-Y si alguien no quiere caminar contigo?
-No se obliga a nadie -respondió en voz baja-. Pero si te quedas...
te prometo que nadie volverá a usar tu nombre como moneda.
Elena bajó la vista.
El viento sopló.
Su alma se encogió.
-No sé si pueda perdonarte.
-No te lo pido.
Solo... que miras más allá de lo que crees saber de mí.
Ella levantó la mirada.
Por primera vez...
Sin tanto odio.
Y Liam no la tocó.
No la presionó.
Sólo se quedó.
Silencioso.
Presente.
Y eso...
fue más peligroso
que cualquiera caricia.