Capítulo 3

"¡Él solo venía a disculparse! ¡A pagarle!" le grité, con la voz rota por la incredulidad y la rabia. "¡Cogió un pastelito! ¡Uno! ¡Y aquí tiene el dinero para pagarlo con creces!"

Levanté el billete de cincuenta euros, que se había caído al suelo junto a Máximo. Mis manos temblaban tanto que el papel parecía vibrar.

"¿Un pastelito?" se burló el Sr. Castillo, con una risa amarga y cruel. "¿Crees que esto es por un maldito pastelito de tres euros?"

Señaló a mi hijo, que sollozaba en mis brazos, temblando de dolor y miedo.

"Ese demonio lleva meses robándonos. Semanas enteras de género desaparecido del almacén. Pasteles, galletas, de todo. ¡Más de ochocientos euros en pérdidas! ¿Y vienes aquí a hablarme de un pastelito?"

Miré a Máximo, confundida. Era imposible. Mi hijo no era capaz de algo así.

"Eso no es verdad," susurré. "Él no haría eso."

Mi defensa sonó débil, patética, incluso para mis propios oídos. La lógica del Sr. Castillo era un muro contra el que mis palabras se estrellaban sin efecto. Habíamos venido a buscar el perdón, a enmendar un pequeño error, y nos habíamos encontrado con una acusación monstruosa y una violencia que no podía comprender.