Ruinas de un Amor de Siete Años
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Capítulo 1

El aire en mi apartamento de Sevilla vibraba, cargado con el aroma de las tapas y el vino, una mezcla de anticipación y nerviosismo. Mis amigos, los de toda la vida, llenaban el salón, sus risas y conversaciones creando un murmullo cálido. En mi bolsillo, la pequeña caja de terciopelo se sentía pesada, un ancla que me unía a un futuro que había planeado durante siete años. Siete años con Luciana.

Pero Luciana no estaba.

La hora pactada había pasado hacía mucho. La comida se enfriaba. Las sonrisas de mis amigos se volvían interrogantes. Saqué el móvil, mi pulgar temblando ligeramente mientras buscaba su nombre.

"¿Luci? ¿Dónde estás? Todos te estamos esperando."

Un silencio, luego una voz que no era la suya. Una voz masculina, arrastrando las palabras con una arrogancia perezosa.

"Máximo, ¿qué tal? Soy Iván. Luciana está un poco ocupada ahora."

Mi ceño se frunció. ¿Iván? ¿Su protegido?

"¿Ocupada? ¿Qué pasa? ¿Está bien?"

"Sí, sí, perfectamente. Me está ayudando a montar mi nuevo estudio. Ya sabes, cosas de artistas, la inspiración no espera."

Sentí una fría punzada en el estómago.

"Ponla al teléfono, por favor."

Escuché un murmullo, la voz de Iván diciendo "Es tu novio, parece un poco tenso", seguido de la risa despreocupada de Luciana. El teléfono cambió de manos.

"Máximo, cariño, lo siento muchísimo. Se me ha complicado todo en la galería, tengo demasiado trabajo."

Su voz sonaba distante, forzada.

"¿Trabajo? Iván acaba de decirme que estás en su estudio."

Hubo una pausa.

"Bueno, sí, es parte del trabajo. Ayudar a mis artistas es mi responsabilidad. No te enfades, ¿vale? Llego en cuanto pueda."

Colgó antes de que pudiera responder. Me quedé mirando el teléfono, el ruido de la fiesta a mi alrededor de repente parecía lejano y molesto. Uno de mis amigos, Pablo, se acercó y me dio una palmada en la espalda.

"Tranquilo, tío. Ya conoces a las mujeres y el trabajo."

Intenté sonreír, pero el gesto no me llegó a los ojos. Abrí Instagram por pura inercia, un mal hábito. Y allí estaba. En el perfil de Iván. Un vídeo subido hacía apenas diez minutos.

Era Luciana, riendo mientras colgaba uno de sus cuadros en una pared de ladrillo visto. La luz la favorecía, parecía feliz, radiante. El texto debajo del vídeo me golpeó con la fuerza de un martillo.

"¡La musa perfecta! ¡Enamorado! ❤️"

El aire se me escapó de los pulmones. El murmullo del salón se convirtió en un zumbido insoportable. Miré a mis amigos, sus caras expectantes, y sentí una oleada de humillación.

Salí al balcón, necesitaba aire. El calor de la noche sevillana no hizo nada para calmar el hielo que se extendía por mis venas. Saqué el móvil de nuevo, pero no llamé a Luciana. Busqué otro número. El de mi mentor, el director del estudio de arquitectura.

"Señor Robles, soy Máximo. Disculpe la hora."

"Máximo, no te preocupes. ¿Qué ocurre?"

"El proyecto en la Toscana... el del castillo. ¿Sigue en pie la oferta?"

Hubo una pausa en la otra línea.

"Sí, claro que sigue. Pero creía que te casabas, que no querías irte."

Tragué saliva, el sabor amargo de la traición en mi boca.

"Hubo un cambio de planes. Lo acepto. Acepto el trabajo."

"Máximo, es una gran decisión. ¿Estás seguro?"

"Completamente."

Colgué y volví a entrar. La música se detuvo cuando me vieron la cara.

"Chicos, lo siento. La fiesta se cancela."

Nadie hizo preguntas. Simplemente asintieron, recogieron sus cosas en silencio y me dieron abrazos de apoyo antes de irse. Cuando el último de ellos cerró la puerta, el silencio en el apartamento fue absoluto.

Saqué la caja de terciopelo de mi bolsillo. La abrí. El anillo brillaba bajo la luz, una promesa rota. Cerré la caja con un chasquido seco y la guardé en el fondo de un cajón.

            
            

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