Iván levantó la vista, su sonrisa era una provocación.
"Hombre, Máximo. Vaya, qué cara traes. ¿Esto? Me lo ha dejado Lu. Dijo que no te importaría. Es para un proyecto de instalación, necesito unas mediciones."
"No, no te lo ha dejado. Eso es mío. Dámelo."
Mi voz era baja, pero firme. Él se levantó, sosteniendo el teodolito con una mano, desafiante.
"Tranquilo, fiera. Solo es un cacharro."
Extendí la mano para cogerlo. En ese momento, él movió el brazo bruscamente, como si yo le hubiera empujado. El teodolito se le resbaló de los dedos y cayó al suelo con un golpe seco y un crujido de plástico y cristal.
"¡Ay! ¡Mi mano! ¡Me has agredido!" gritó, haciéndose la víctima.
Justo en ese instante, la puerta del estudio se abrió. Era Luciana. Entró corriendo al oír el grito de Iván. Vio el teodolito roto en el suelo y a Iván agarrándose la muñeca.
"¡Máximo! ¿Pero qué has hecho? ¿Te has vuelto loco?"
Se arrodilló junto a Iván, ignorándome por completo.
"¿Estás bien, Iván? ¿Te ha hecho daño?"
Miré el desastre en el suelo. El trabajo de meses de ahorro, destrozado.
"Él lo ha tirado. A propósito."
Luciana se levantó y me encaró, sus ojos echaban chispas.
"¡Claro! ¡Ahora es culpa suya! ¡Siempre eres así de agresivo cuando las cosas no salen como quieres! ¡Es solo un aparato, por Dios! Se compra otro y ya está."
"¿Que se compra otro y ya está?" repetí, incrédulo. El desprecio en sus palabras me dejó sin aliento.
En ese momento, la puerta se abrió de nuevo. El señor Robles, mi mentor, entró en la sala.
"Máximo, ¿listo? Tengo tus billetes y los primeros documentos del proyecto de la Toscana."
Luciana se quedó helada. Su furia se transformó en puro shock. Se giró para mirarme, sus ojos abiertos de par en par.
"¿La Toscana? ¿Te vas... te vas del país?"
Asentí lentamente, sin apartar la vista de ella.
"Sí. Me voy."
Su cara se descompuso.
"No. No, no puedes. Máximo, espera, tenemos que hablar. Arreglémoslo."
Intentó acercarse, pero levanté una mano para detenerla. Miré a Iván, que seguía con su teatro.
"Ese equipo cuesta tres mil euros. Quiero el dinero. Si no lo tengo antes de coger mi vuelo, presentaré una denuncia por daños y robo. Tengo testigos."
Señalé a un par de compañeros que habían observado la escena en silencio desde sus mesas. La cara de Iván palideció.
Luciana me miraba, desesperada.
"Máximo, por favor..."
Ignoré su súplica. Cogí mi caja, me acerqué al señor Robles y tomé los documentos que me ofrecía.
"Nos vemos en el aeropuerto," le dije.
Y sin volver a mirar a Luciana ni a Iván, salí del estudio, dejando atrás los escombros de mi vida anterior.