La Vida Mentirosa: No perdonaré Nunca
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Capítulo 1

Durante siete años, viví una mentira.

Creía que era la amada prometida de Máximo Castillo, el heredero del imperio vinícola más grande de La Rioja. Creía que nuestro hijo, Leo, era el fruto de nuestro amor.

Pero todo era falso.

Mi rostro no era mío, era el resultado de casi cien cirugías plásticas para parecerme a una mujer muerta. Mis recuerdos eran una construcción vacía, implantada después de un accidente de coche que me dejó sin nada.

Máximo nunca me amó. Para él, yo solo era una sustituta, una copia imperfecta de su verdadero amor, Sofía.

Y nuestro hijo, Leo, era solo un daño colateral, un heredero necesario que él apenas toleraba.

Hoy, la mentira se hizo añicos.

La verdadera Sofía Salazar, la mujer a la que yo imitaba, regresó.

Estábamos en medio de una gran fiesta en la finca familiar, celebrando nada. Máximo organizaba estas fiestas a menudo, no por alegría, sino para mantener las apariencias.

Yo sostenía la mano de Leo, mi hijo de siete años, mientras observábamos a los invitados reír y beber vino caro. Leo era un niño sensible, y la frialdad de su padre siempre lo entristecía.

"Mamá, ¿por qué papá nunca me abraza?"

Su pregunta me dolió, como siempre. No tenía una respuesta para él.

De repente, una mujer con un vestido rojo brillante se abrió paso entre la multitud. Caminó directamente hacia Máximo, con una sonrisa triunfante.

Era Sofía.

El mundo pareció detenerse. Máximo se quedó paralizado, su copa de vino temblando en su mano.

Leo tiró de mi vestido, sus ojos muy abiertos.

"Mamá, esa mujer no eres tú."

Su voz infantil, clara y honesta, cortó el aire.

Sofía se sobresaltó. Dio un paso atrás, perdió el equilibrio y cayó a la piscina con un gran chapoteo.

El pánico se apoderó de la fiesta. Máximo no corrió a ayudarla, su rostro era una máscara de shock y furia dirigida a nuestro hijo.

"¡Leo!"

Su grito fue como un trueno.

Agarró a Leo del brazo. Mi hijo, que tenía un pánico terrible al agua desde pequeño, empezó a llorar.

"¡Pide perdón! ¡Discúlpate con ella ahora mismo!"

"¡No! ¡No lo hice a propósito! ¡Máximo, por favor, suéltalo, le tienes miedo al agua!" supliqué, intentando interponerme.

Pero él me apartó con una fuerza brutal.

Arrastró a Leo hasta el borde de la piscina, donde el agua era más profunda.

"Te enseñaré a respetar", gruñó.

Y sin dudarlo, lo arrojó al agua.

El pequeño cuerpo de Leo desapareció bajo la superficie.

Grité. Un grito que me desgarró la garganta. Intenté saltar, pero los guardias de seguridad de Máximo me sujetaron.

Mientras luchaba, vi a Máximo sacar a Sofía del agua, abrazándola con una ternura que nunca me había mostrado a mí, ni a su propio hijo.

En ese momento, el reloj inteligente de Leo en mi muñeca empezó a vibrar como loco. Era la alerta de emergencia. Su corazón se estaba deteniendo.

            
            

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