Con una fuerza que no sabía que tenía, me liberé de los guardias y me lancé a la piscina.
El agua fría me envolvió, pero mi único pensamiento era Leo.
Lo encontré en el fondo, inmóvil.
Lo saqué del agua, su pequeño cuerpo inerte en mis brazos. Le practiqué la reanimación cardiopulmonar, gritando su nombre una y otra vez, pero no respondía.
Sus labios estaban azules. Su piel, fría.
La gente alrededor solo miraba, en silencio. Máximo estaba junto a Sofía, secándola con una toalla, su rostro indiferente a mi desesperación.
"Llamen a una ambulancia", sollocé.
Nadie se movió.
En ese instante, la enorme pantalla de televisión instalada para la fiesta se encendió con las noticias de la noche. Un presentador sonriente anunciaba los resultados de una subasta benéfica.
"Y en una muestra de increíble generosidad, el empresario Máximo Castillo acaba de comprar una bodega entera por una suma récord para celebrar su séptimo aniversario con su prometida, la señorita Sofía Salazar, quien ha regresado milagrosamente."
La voz del presentador se desvaneció.
Sostuve el cuerpo sin vida de mi hijo mientras el hombre que lo acababa de matar celebraba públicamente su reencuentro con otra mujer.
El dolor fue tan inmenso, tan absoluto, que algo dentro de mi cabeza se rompió.
Y entonces, los recuerdos volvieron.
No un goteo, sino una inundación.
Mi nombre no era Sofía. Era Lina Garcia. Era una bailaora de flamenco.
Recordé el accidente de coche. Recordé despertarme en un hospital, con el rostro vendado.
Recordé a la madre de Máximo, la Señora Castillo, a mi lado.
"Sofía ha muerto", me dijo. "Máximo está destrozado. Pero tú te pareces a ella. Te daremos su rostro, su vida. Serás la prometida de mi hijo y nos darás un heredero."
Recordé a la verdadera Sofía, aceptando una maleta llena de dinero de la Señora Castillo para desaparecer.
Y recordé a Máximo. La noche antes de mi primera cirugía, entró en mi habitación. Estaba borracho, lleno de odio. Creía que yo era una usurpadora, la culpable de la "muerte" de Sofía. Me drogó y me humilló de una forma que mi mente había bloqueado por completo.
La farsa. La manipulación. El dolor. Todo regresó.
El niño en mis brazos no era solo un heredero. Era mi hijo. El hijo que tuve después de esa noche horrible. El hijo que me hicieron creer que era un regalo, cuando en realidad era el resultado de una violencia atroz.
Levanté la vista. Mis ojos se encontraron con los de Máximo.
La mujer sumisa y asustada que él conocía había muerto.
Junto con mi hijo.