La Vida Mentirosa: No perdonaré Nunca
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Capítulo 3

Dejé el cuerpo de Leo en el suelo con una delicadeza que no sentía por dentro. Me levanté, el agua del vestido empapando el mármol caro.

Caminé directamente hacia Máximo.

Él me miró con desdén, todavía con el brazo alrededor de Sofía.

"¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado?"

Mi voz salió fría, irreconocible.

"Leo está muerto."

Máximo se rio. Una risa corta y cruel.

"Deja de hacer teatro, Lina. O debería decir, Sofía. Llévalo adentro y asegúrate de que se disculpe con Sofía cuando se despierte. Ya he tenido suficiente de tus dramas por hoy."

Sofía sonrió, una sonrisa venenosa. "Máximo, cariño, no seas tan duro con ella. Solo está un poco alterada."

"¿Alterada?", repetí, mirándola fijamente. "Tú. Tú lo provocaste."

Máximo se interpuso entre nosotras. "No te atrevas a hablarle así. ¿Has olvidado quién eres? Eres una copia. Una sustituta. No eres nada."

Para "refrescarme la memoria", sacó su teléfono y me mostró un video.

Era yo, hace siete años. Atada a una cama, drogada, mientras él me insultaba.

"¿Recuerdas esto, puta? Esto es lo que eres. Una mujerzuela que mi madre recogió de la calle. Te di una cara nueva, una vida nueva, y así es como me lo pagas, ¿creando problemas?"

Me arrojó un fajo de billetes a la cara.

"Toma. Vete a hacer más cirugías. Tu cara se está empezando a caer. No te pareces a mi Sofía."

Recogí el dinero del suelo, mi mano temblaba de rabia.

"Quiero las cenizas de Leo", dije, mi voz firme.

La mención de Leo pareció enfurecerlo aún más.

"¡Sigues con esa mentira! ¡No está muerto!"

Corrió hacia la urna temporal que uno de los sirvientes había traído discretamente y la agarró.

"¿Quieres sus cenizas? ¡Aquí las tienes!"

La arrojó al suelo. La cerámica se hizo añicos y las cenizas de mi hijo se esparcieron por el suelo sucio, mezclándose con el vino derramado y la tierra de los zapatos de los invitados.

Me arrodillé, intentando desesperadamente recoger los restos de mi hijo con mis manos temblorosas.

En ese momento, el teléfono de Máximo sonó. Era un mensaje.

Lo leyó y su rostro se contorsionó en una máscara de furia pura.

"No solo me mientes sobre su muerte", siseó, mostrándome la pantalla. Era un informe de ADN. "¡Sino que ni siquiera era mi hijo! ¡Me has hecho criar al bastardo de otro hombre durante siete años!"

Se abalanzó sobre mí.

Me golpeó. Una, dos, tres veces. El sabor de la sangre llenó mi boca. Caí al suelo, protegiendo las cenizas con mi cuerpo.

"¡Rata de alcantarilla! ¡Me das asco!"

Continuó pateándome mientras yo me aferraba a los restos de mi hijo.

                         

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