Esa tarde, la academia se convirtió en un confesionario de ambición. Uno por uno, mis compañeros vinieron a buscarme en los vestuarios, en los pasillos, en la pequeña cafetería de la esquina.
A cada uno le di una versión ligeramente diferente de las "predicciones".
A un chico que destacaba por su zapateado, le "filtré" una prueba centrada en una escobilla compleja por bulerías. A una chica cuya fuerza eran los brazos y el movimiento de manos, le susurré que habría una prueba de siguiriyas lentas y expresivas.
Les di fragmentos, piezas de un rompecabezas que no encajaban del todo, pero que eran lo suficientemente creíbles como para que se aferraran a ellas como a un salvavidas.
Los vi marcharse con los ojos brillantes de esperanza, corriendo a sus rincones para practicar en secreto, cada uno convencido de que tenía la clave del éxito.
Mi última cita fue con Scarlett.
Nos encontramos en el patio trasero de la academia, un lugar solitario donde los únicos testigos eran las macetas de geranios descuidadas.
"Aquí tienes", le dije, entregándole una hoja de papel doblada.
Ella la abrió con manos temblorosas. Sus ojos se abrieron como platos.
No eran fragmentos. No eran predicciones.
Eran las pruebas completas.
El palo exacto para la primera ronda: Alegrías de Cádiz. La letra específica del cante para la semifinal: un martinete antiguo y poco conocido. La estructura de la coreografía para la final: una soleá por bulerías con una entrada de tres llamadas y un cierre sin música.
Todo. Con un 100% de precisión.
"¿Esto es... real?", tartamudeó, incapaz de creer su suerte.
"Mi madre lo dejó 'accidentalmente' en su escritorio", mentí sin pestañear. "Lo memoricé antes de que se diera cuenta".
Me miró con sospecha. "¿Y por qué me lo das a mí? ¿Qué quieres a cambio?"
"No quiero el primer puesto, Scarlett", le dije, adoptando un tono cansado y resignado. "Ganar me pondría en el punto de mira. La hija de la jueza llevándose el gran premio... sería un escándalo. Solo quiero un buen contrato, quedar entre los cinco primeros. Eso es suficiente para mí".
Continué: "Tú, en cambio, puedes manejar la presión. Eres la reina de la academia. Tu padre es dueño de media Andalucía. Si alguien puede ganar con una puntuación perfecta y que parezca creíble, eres tú. Imagina los titulares: 'Scarlett Castillo, la nueva leyenda del flamenco, obtiene una puntuación perfecta histórica'".
Pinté un cuadro tan vívido de su gloria futura que pude ver cómo su ambición devoraba cualquier rastro de duda.
Ella creyó cada palabra. La idea de una puntuación perfecta, algo nunca antes visto, era un cebo demasiado poderoso.
"Pero esto debe ser un secreto absoluto entre nosotras", le advertí, fingiendo nerviosismo. "Si alguien más se entera de que tenemos las pruebas exactas, estamos acabadas. Lo que les di a los demás son solo suposiciones, para mantenerlos contentos".
"Por supuesto", dijo, guardando el papel en su bolso como si fuera el tesoro más grande del mundo. "Tu secreto está a salvo conmigo".
Yo sabía que no lo estaría.
Conocía a Scarlett. Su ego no le permitiría guardar un secreto tan grande. Necesitaba demostrar su poder, su superioridad.
Y así, la corrupción comenzó a extenderse, tal como yo había planeado.