El Precio es La Vida de Mi Hijo
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Capítulo 4

"Él lo sabía," dije, mi voz era un susurro hueco que resonó en el silencio de la funeraria. Miré a mis suegros, sus rostros pálidos bajo la luz fluorescente. "Ricardo sabía perfectamente el peligro."

Una sonrisa amarga y torcida se dibujó en mis labios.

"Cuando Pedrito nació y descubrimos su alergia, Ricardo era el más paranoico de todos. Arrancó cada flor del jardín, selló cada grieta de la casa. No dejaba que Pedrito saliera sin que yo llevara tres autoinyectores de epinefrina en la bolsa."

Recordar esa época, ese breve instante en que fuimos una familia, dolía más que cualquier herida física.

"Pero entonces apareció Sofía," continué, "y todo cambió. De repente, las precauciones eran 'exageraciones' . El jardín se llenó de rosales y lavanda, las flores favoritas de ella. Las abejas volvieron."

El año pasado, Pedrito tuvo dos reacciones alérgicas leves. Dos veces tuvimos que correr al hospital. Las dos veces, Ricardo apenas levantó la vista de su teléfono.

"Ponle una reja más alta alrededor de su área de juegos," me dijo con indiferencia la última vez, como si eso fuera a detener a un insecto volador. "No es para tanto."

Ahora, el recuerdo de la muerte de mi hijo volvía a mí en oleadas, cada detalle grabado a fuego en mi memoria. El sonido de su respiración haciéndose más y más débil, sus pequeños dedos arañando su cuello, la mirada de pánico y confusión en sus ojos mientras su propio cuerpo lo traicionaba. Y yo, al otro lado de una puerta de madera, gritando su nombre, golpeando hasta que mis nudillos sangraron, impotente.

El encargado de la funeraria se acercó con delicadeza.

"Señora Vega... ya hemos preparado al niño. ¿Desea verlo?"

Asentí, incapaz de hablar.

Le pedí que me dejara a solas con él. Caminé hacia la pequeña camilla cubierta con una sábana. Debajo, sabía que la piel de mi hijo todavía mostraba las marcas de su lucha, las ronchas rojas, la hinchazón.

"Por favor," le rogué al encargado, mi voz temblorosa. "¿Puede... puede usar maquillaje para cubrir las marcas? No quiero que se vea como si hubiera sufrido. Quiero que parezca que está durmiendo, que está soñando algo bonito."

Era una petición desesperada, una ilusión tonta, pero necesitaba aferrarme a ella. Necesitaba creer que podía borrar su dolor, aunque fuera solo en la superficie. El hombre asintió con compasión.

Mientras estaba allí, de pie junto a mi hijo, mi teléfono volvió a sonar. Era Ricardo. Apreté el botón de contestar, poniendo el altavoz para que sus padres escucharan.

"¿Ya terminaste con tu berrinche, Luna?" su voz era un gruñido impaciente. "Estoy harto de tus juegos. Sea lo que sea que estés haciendo con Pedrito, ya es suficiente. Tráelo a casa ahora. Sofía está muy afectada por tu culpa."

La señora Vega ahogó un sollozo. El señor Vega apretó con tanta fuerza su bastón que sus nudillos se pusieron blancos.

"No hay ningún juego, Ricardo," dije, mi calma era una capa de hielo sobre un volcán de furia.

Él soltó una carcajada burlona.

"¡Por supuesto que lo hay! Siempre lo hay contigo. Eres igual de dramático y problemático que tu hijo. ¡Tal para cual! De tal palo, tal astilla. Siempre buscando atención, siempre causando problemas."

La crueldad de sus palabras, dichas mientras el cuerpo de nuestro hijo yacía a pocos metros de mí, fue tan extrema, tan inhumana, que rompió algo dentro de mí para siempre.

"¿Tienes idea de cuánto costaba ese perfume? ¿Tienes idea del susto que le diste a Sofía? Ella es delicada, está embarazada. Podrías haberle causado un aborto por tu estupidez y la de tu hijo."

El señor Vega no pudo más.

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