Me senté en una de las sillas de plástico duro, pero la quietud me quemaba. En mi vida anterior, me quedé aquí, llorando y llamando a Mateo una y otra vez, esperando que la decencia o el amor familiar finalmente lo hicieran reaccionar. Esperé en vano.
Esta vez no.
El tiempo era mi enemigo. Sabía que la abuela había perdido mucha sangre. Y conocía su tipo de sangre: O negativo, el donante universal, pero también uno de los más raros y con mayor demanda. Y lo más importante, sabía que Mateo e Isabella compartían ese mismo tipo de sangre. Era una ironía cruel del destino.
Saqué mi teléfono, ignorando la tentación de mirar las fotos de mi familia. Abrí mis redes sociales y grupos de WhatsApp. No iba a poner todos mis huevos en la misma canasta podrida. Empecé a buscar grupos de donación de sangre de la Ciudad de México. "Donadores de Sangre CDMX", "Ayuda Urgente O Negativo", "Red de Altruistas". Me uní a todos los que pude encontrar y publiqué un mensaje claro y conciso: "Urgente. Se necesita donador O Negativo para mujer de 70 años en Hospital Ángeles. Sufrió un accidente grave. Por favor, cualquier ayuda es vital. Ofrezco compensación".
Sabía que pedir compensación no era lo ideal, pero la desesperación me obligaba a usar todas las herramientas a mi alcance. Después de enviar la solicitud a una docena de grupos, respiré hondo. Era hora de enfrentar a los demonios. Era necesario, no por esperanza, sino para tener un registro de su negativa. Para tener pruebas.
Busqué el número de Mateo. Mi pulgar se detuvo sobre el botón de llamar. Un torrente de recuerdos amargos me invadió: todas las veces que él la había defendido a ella sobre mí, todas las veces que mis sentimientos fueron invalidados por los caprichos de Isabella. Tragué el nudo en mi garganta y presioné el botón.
El teléfono sonó una, dos, tres veces. Finalmente, respondió. No con un "¿Hola?", sino con un suspiro de fastidio.
"Sofía, ¿qué quieres? Estoy súper ocupado, estamos a punto de salir para la cena de cumpleaños de Isa".
Su voz era despreocupada, ajena al mundo de terror en el que yo estaba atrapada. La rabia me subió por la garganta, pero la contuve. Necesitaba mantener la calma.
"Mateo, tienes que escucharme. La abuela y yo tuvimos un accidente. Muy grave. Estamos en el Hospital Ángeles".
Hubo una pausa. Pude escuchar la música de fondo y la risa de Isabella.
"¿Qué? ¿Estás bromeando? ¿Qué clase de truco es este para arruinarle el cumpleaños a Isa? Neta, Sofía, ya estás grande para estas cosas".
"No es un truco, Mateo", dije, mi voz temblando a pesar de mis esfuerzos. "¡Te juro que no lo es! El coche quedó destrozado. La abuela está en cirugía ahora mismo. Perdió mucha sangre".
"Ay, por favor. La abuela es fuerte como un roble. Seguro es un rasguño y estás exagerando como siempre. No vamos a caer".
En ese momento, un médico salió del quirófano. Era joven, con cara de cansancio. Me miró.
"¿Familia de Elena Rivera?", preguntó.
Me puse de pie de un salto. "Soy su nieta".
"Su abuela está en una situación crítica", dijo el médico, con una seriedad que no dejaba lugar a dudas. "Perdió demasiada sangre y sus niveles son peligrosamente bajos. Necesitamos una transfusión de O negativo de inmediato o no podremos estabilizarla. El banco del hospital tiene muy pocas reservas".
Miré el teléfono, todavía en mi mano, y activé el altavoz.
"Doctor, ¿podría repetir eso, por favor? Mi hermano está en la línea y no me cree".
El médico, aunque confundido, repitió la información con claridad y urgencia. "Señor, su abuela necesita sangre O negativo urgentemente. Su vida depende de ello".
La respuesta de Mateo fue una risa seca y cruel.
"Buen intento, Sofía. Hasta conseguiste un cómplice. ¿Cuánto le pagaste? Mira, dile a tu amigo el 'doctor' que deje el drama. No vamos a ir. Isabella ha estado esperando esta noche por semanas y no vas a arruinarla".
Antes de que pudiera responder, escuché la voz melosa y falsa de Isabella en el fondo.
"Mi amor, ¿quién es? ¿Es Sofía? Dile que deje de molestar. Ya sabes cómo se pone de dramática cuando no es el centro de atención. Seguro solo quiere que dejemos todo por ella. ¡Qué egoísta!".
La voz de Isabella era como veneno dulce. Cada palabra era una manipulación calculada, diseñada para pintar a Sofía como la villana y a ella como la víctima.
Mateo, completamente bajo su hechizo, respondió con una devoción ciega. "No te preocupes, mi vida. No dejaré que nadie arruine tu noche especial. Ya me encargo yo". Se dirigió de nuevo al teléfono, su tono ahora lleno de una ira injustificada. "Escúchame bien, Sofía. Deja de inventar estupideces. Si vuelves a llamar, te bloqueo. Madura de una vez. Y dile a la abuela que su truco no funcionó".