La Venganza de La Ingenua
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Capítulo 3

"¡Mateo, no cuelgues! ¡Es la verdad! ¡Te lo ruego!", grité al teléfono.

Pero solo escuché el pitido frío y monótono de la línea cortada.

Me quedé mirando el teléfono, incrédula. El mismo guion, la misma crueldad. Pero esta vez, el dolor no me paralizó. Se transformó en una furia helada. El médico me miraba con una mezcla de lástima y confusión.

"Lo siento mucho", dijo. "Buscaremos en otros hospitales, pero el tiempo es crítico".

Asentí, mi mente ya trabajando en el siguiente paso. "Gracias, doctor. Haga todo lo que pueda".

Volví a sentarme, el cuerpo pesado por la desesperación. Abrí mi teléfono y miré las notificaciones de los grupos de donación. Nada. El pánico comenzó a filtrarse a través de mi coraza de ira. ¿Y si no encontraba a nadie? ¿Y si esta vida terminaba igual que la anterior, solo que con yo como testigo impotente de la tragedia?

Justo cuando estaba a punto de perder la esperanza, una notificación apareció en la pantalla. Un mensaje privado de un administrador de uno de los grupos más grandes.

"Hola, Sofía. Vimos tu mensaje. Hay un donador verificado, Ricardo, que vive cerca del Hospital Ángeles. Ya le avisamos y está dispuesto a ir. Dice que puede estar ahí en 20 minutos".

Una ola de alivio tan intensa me recorrió que casi me ahogo. Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente brotaron.

"¡Gracias! ¡Dios te bendiga! ¡Muchísimas gracias!", escribí rápidamente, con los dedos temblorosos.

Parecía que, por primera vez, la suerte estaba de mi lado. Una pequeña luz en la oscuridad abrumadora. Me limpié las lágrimas, sintiendo una renovada oleada de energía. Veinte minutos. Solo tenía que aguantar veinte minutos.

Pero mi alivio fue efímero. Diez minutos después, mi teléfono comenzó a vibrar sin parar. Eran notificaciones del mismo grupo de WhatsApp. Abrí la conversación y mi corazón se hundió.

Alguien había enviado un mensaje de voz al grupo. Era Isabella. Su voz, llena de falsos sollozos, resonaba en el chat.

"Por favor, no le hagan caso a mi prima Sofía. No sé por qué está haciendo esto. Mi abuela está perfectamente bien, está en casa con nosotros. Sofía siempre ha sido muy celosa de mí, y hoy es mi cumpleaños... Creo que solo está tratando de arruinar mi fiesta y llamar la atención. Me duele mucho que use a nuestra abuela para sus juegos crueles. Les pido que no vayan al hospital, es una mentira".

Inmediatamente después, Mateo envió un mensaje de texto: "Confirmo lo que dice mi novia Isabella. Mi hermana tiene problemas y miente mucho. Por favor, ignoren sus peticiones. Lamento las molestias que les haya causado".

La sangre me hirvió en las venas. La maldad, la audacia de sus mentiras, era asombrosa. Rápidamente, el chat se llenó de mensajes de confusión y enojo.

"¿Qué onda con esto? ¿Es una broma?".

"Qué poca madre usar una emergencia para esto".

"Pobre chava, la tal Isabella".

"Deberían sacar a Sofía del grupo por mentirosa".

El pánico volvió a apoderarse de mí. ¡No, no, no! Estaban arruinándolo todo.

"¡Es mentira!", escribí desesperadamente en el chat. "¡Ellos son los que mienten! ¡Mi abuela está en cirugía! ¡Está grave!".

Tomé una foto del letrero de "QUIRÓFANO" con la luz roja encendida y la envié al grupo. "¡Estoy en el hospital! ¡Miren!".

Algunos miembros del grupo parecieron dudar.

"Oigan, pero esa foto sí parece real...".

"Qué raro está todo esto".

"¿Y si la que dice la verdad es ella?".

Mi corazón latía con fuerza. Tal vez, solo tal vez, podría convencerlos. Entonces, recibí un mensaje privado. Era Ricardo, el donador que estaba en camino.

"Oye, Sofía, acabo de escuchar los audios en el grupo. ¿Qué está pasando? Tu hermano me llamó directamente. Sonaba muy convencido. Me dijo que te diera la vuelta, que era una broma de mal gusto".

Mi mundo se tambaleó.

"No, Ricardo, por favor. Es una trampa de ellos. Te lo ruego, mi abuela te necesita. Ven al hospital, te mostraré los papeles del ingreso. Te pagaré lo que sea".

Hubo una larga pausa. Cada segundo se sentía como una eternidad. Podía imaginarlo en su coche, confundido, sin saber a quién creer.

Finalmente, respondió.

"Ok. Qué situación tan extraña. Pero una vida podría estar en juego. Ya estoy cerca, voy a ir de todos modos para ver qué pasa. Pero si es una broma, te juro que me vas a oír".

Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo. Un pequeño respiro. Había ganado una batalla, pero la guerra estaba lejos de terminar. Sabía que Mateo e Isabella no se detendrían ahí. Su crueldad no tenía límites. Y yo estaba sola, luchando contra sus mentiras mientras el reloj seguía corriendo para mi abuela.

                         

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