"Señorita, agredió a una persona, podría enfrentar cargos muy serios" , le advirtió la oficial.
Camila soltó una carcajada, un sonido hueco y escalofriante.
"¿Cargos? Alejandro me sacará de aquí, él siempre cuida de mí" .
Desde fuera de la sala, a través del cristal de dos vías, se escuchaban los murmullos de otros oficiales.
"Esa es la loca de Alejandro" .
"Dicen que mataría por él" .
"Pobre diabla, es solo un juguete para ese tipo" .
Camila escuchaba todo, pero no dejaba que le afectara, al contrario, parecía disfrutar de su reputación.
La puerta se abrió de repente y Alejandro entró, su presencia llenó la habitación al instante, opacando todo lo demás.
No miró a Camila, se dirigió directamente al jefe de la estación, que lo seguía con una expresión nerviosa.
"Mi mujer es... temperamental" , dijo Alejandro, con un tono que era mitad disculpa, mitad amenaza. "Nos haremos cargo de todos los gastos médicos del señor y le daremos una compensación generosa, este asunto no necesita ir más lejos" .
La joven policía se levantó, indignada.
"¡Señor, esto es un asalto agravado!" .
Alejandro finalmente la miró, sus ojos oscuros eran fríos y vacíos, y la oficial sintió un escalofrío recorrerle la espalda, se sentó de nuevo sin decir una palabra más.
Poco después, Camila salía de la estación de policía, caminando al lado de Alejandro como si nada hubiera pasado, se frotaba las muñecas donde las esposas le habían dejado marcas rojas.
En el silencio del lujoso auto, la atmósfera era pesada, cargada de una tensión casi palpable.
Alejandro conducía sin mirarla, con la mandíbula apretada.
"¿Por qué lo hiciste?" , preguntó finalmente, su voz era un murmullo bajo y peligroso.
Camila se encogió, adoptando una expresión de vulnerabilidad, de repente la mujer salvaje de antes había desaparecido.
"Me provocó... Dijo cosas horribles de ti..." .
Él detuvo el auto en una calle oscura, el motor seguía encendido, creando un zumbido constante.
Se giró hacia ella y le tomó la barbilla, forzándola a mirarlo, sus dedos estaban fríos contra su piel.
"¿Recuerdas cómo nos conocimos, Camila?" .
Ella asintió, con los ojos llenos de lágrimas falsas.
Claro que lo recordaba.
Tenía dieciocho años, estaba sola, asustada, vendiendo baratijas en la calle para sobrevivir.
Él apareció como una especie de salvador oscuro, la sacó de esa vida y le dio todo lo que tenía ahora.
O al menos, esa era la historia que todos conocían.
"Tenías dieciocho años" , susurró él, su pulgar acariciando su labio inferior. "Estabas temblando de frío... y de miedo" .
Ella se estremeció, pero no por el recuerdo.
Se estremeció por el odio frío que sentía crecer en su interior, un odio que había aprendido a ocultar muy, muy bien.