La Hermanita Cambia El Destino
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Capítulo 1

Las llamas me quemaban la piel, pero el odio que sentía por dentro era mucho más caliente, un fuego que consumía mi alma antes de que mi cuerpo se convirtiera en cenizas.

Arrastré a Valentina a este infierno conmigo, su cara desfigurada por el terror mientras el humo nos ahogaba a las dos.

Incluso en mis últimos momentos, con el olor a gasolina y carne quemada llenando mis pulmones, no podía entenderlo.

No entendía el odio tan profundo que Valentina sentía por mi familia.

La había llevado a mi casa por pura lástima, una compañera de cuarto que parecía perdida y sola.

Pero esa noche, la noche antes de la audición de mi hermano Mateo para la beca de baile más importante de su vida, todo se vino abajo.

Valentina se metió a escondidas en la habitación de Mateo.

Al día siguiente, armó un escándalo monumental, gritando y llorando, acusándolo de haberla agredido.

Fue una mentira, una mentira tan venenosa que destruyó todo lo que amaba.

Mateo perdió la audición.

Su reputación quedó hecha pedazos.

La escuela de danza, nuestro sueño compartido, lo expulsó sin siquiera investigar a fondo.

Ninguna otra escuela lo aceptó después de eso.

El escándalo era demasiado grande.

Para evitar que el lodo me salpicara a mí también, para "proteger" mi futuro, mis padres tomaron la decisión más terrible de sus vidas, permitieron que Valentina se quedara en nuestra casa.

Fue como invitar a un demonio a cenar.

Valentina vivió como una reina a nuestra costa, una reina cruel y déspota.

Exigía que mis padres le lavaran los pies cada noche, humillándolos, disfrutando de su poder.

Mateo, mi talentoso hermano, tuvo que abandonar el baile para siempre.

Consiguió un trabajo en una fábrica clandestina, un lugar peligroso y sin alma, solo para poder pagar los caprichos interminables de Valentina, para mantenerla callada y evitar que destruyera lo poco que nos quedaba.

Pero la tragedia no había terminado.

Un día, una máquina en la fábrica falló.

Mateo murió aplastado.

El dolor mató a mis padres. No de un solo golpe, sino lentamente, consumiéndolos desde adentro hasta que sus corazones simplemente no pudieron más.

Enfermaron gravemente y se fueron poco después, dejando solo un vacío inmenso y a mí, llena de un odio que me envenenaba.

Así que la traje aquí, a nuestra vieja casa, y le prendí fuego.

Si mi familia estaba destruida, ella no merecía seguir viviendo.

Mientras las llamas nos envolvían, su cara se retorcía de miedo, pero en la mía solo había una pregunta sin respuesta, "¿Por qué?".

Cerré los ojos, esperando la nada.

Pero en lugar de la oscuridad eterna, sentí una extraña ligereza.

Abrí los ojos de golpe.

Estaba en mi habitación del dormitorio de la escuela.

Las paredes estaban cubiertas con los mismos pósteres de bailarines famosos que había quitado hacía años.

Mi cuerpo se sentía ligero, joven, sin el peso del odio y el dolor.

Miré mis manos, eran las manos de una chica de dieciocho años, suaves y sin cicatrices.

Mi corazón empezó a latir con una fuerza brutal.

Busqué mi celular con manos temblorosas y miré la fecha.

Era el día.

El día en que todo comenzó.

El día antes de la audición de Mateo.

El día en que Valentina me pidió ir a casa conmigo.

Un sudor frío recorrió mi espalda. Era real. De alguna manera, había vuelto.

En ese preciso instante, alguien tocó suavemente la puerta de mi habitación.

La voz que escuché a través de la madera me heló la sangre, era la voz dulce y empalagosa que había aprendido a odiar más que a nada en el mundo.

"¿Sofía? ¿Estás ahí?"

Era Valentina.

"¿Puedo hablar contigo un segundo? Es algo importante."

Me quedé paralizada, mi respiración atrapada en mi pecho.

El monstruo estaba en mi puerta, repitiendo las mismas líneas del guion que nos había llevado a la ruina.

Frente a mí estaba ella, con sus grandes ojos cafés llenos de lágrimas falsas y una expresión de desamparo perfectamente ensayada.

En mi vida pasada, esa cara me había conmovido.

Había visto a una chica asustada y sola, y mi compasión nos había costado todo.

Ahora, solo veía a la serpiente que había destruido a mi familia.

Recordé su sonrisa triunfante cuando mis padres le servían, la forma en que miraba a Mateo con una mezcla de desprecio y envidia, la crueldad casual en sus ojos cuando nadie más miraba.

Recordé la ingenuidad de mis padres, su bondad, su incapacidad para ver la maldad que se escondía detrás de una cara bonita.

Esta vez, no habría compasión.

Esta vez, no habría ingenuidad.

Esta vez, protegería a mi familia, costara lo que costara.

Me levanté, mi cuerpo temblando no de miedo, sino de una nueva y fría determinación.

El guion había comenzado de nuevo, pero esta vez, yo conocía el final, y estaba dispuesta a reescribirlo.

            
            

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