La Hermanita Cambia El Destino
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Capítulo 4

"¿Qué pasa, hija? ¿Por qué esa cara?", preguntó mi madre en voz baja una vez que estuvimos en la cocina.

Luché por encontrar las palabras adecuadas. No podía decirle la verdad, pero tenía que hacer algo.

"Mamá, es que... Valentina y yo tuvimos una pequeña discusión en la escuela", improvisé, odiando tener que mentirle a mi madre. "No es nada serio, pero me siento un poco incómoda con que se quede aquí esta noche. Es... complicado."

Mi madre frunció el ceño, su rostro lleno de preocupación.

"Ay, mi niña. Pero no podemos echarla a la calle ahora. Mira qué tarde es. Sea lo que sea que haya pasado entre ustedes, se puede arreglar mañana. Por esta noche, seamos amables. Es lo correcto."

Su bondad era un arma que Valentina usaba en nuestra contra.

Sabía que no podía ganar esta discusión.

En ese momento, mi padre y Mateo entraron por la puerta trasera, riendo por alguna broma.

"Huele delicioso, cariño", dijo mi papá, dándole un beso a mi mamá.

Mateo me sonrió, su cara iluminada de emoción. La audición era todo en lo que podía pensar.

"Sofi, ¿lista para ver mi rutina una última vez después de cenar?"

Su felicidad inocente fue como un golpe en el estómago. Tenía que protegerlo.

Cuando volvimos a la sala, Valentina ya se había puesto de pie para saludar a mi padre y a mi hermano.

Puso en marcha todo su encanto, sonriendo dulcemente, presentándose como mi "mejor amiga".

Observé con creciente asco cómo los envolvía con sus mentiras.

"Mateo, ¿verdad? Sofía me ha hablado tanto de ti. Dice que eres un bailarín increíble. ¡Qué emoción lo de tu audición de mañana! Estoy segura de que te irá de maravilla."

"Gracias", dijo Mateo, un poco sonrojado por el halago. "Espero que sí."

Mi padre, como siempre un caballero, le sonrió cálido.

"Valentina, bienvenida a nuestra casa. Siéntete como en la tuya."

La cena fue una tortura.

Tuve que sentarme allí, forzando la comida a bajar por mi garganta, mientras Valentina entretenía a mi familia con historias divertidas y conmovedoras sobre su supuesta vida difícil.

Mis padres la miraban con simpatía. Mateo, concentrado en su audición, apenas le prestaba atención, pero era cortés y amable.

Yo era la única que veía la oscuridad detrás de sus ojos brillantes.

Después de la cena, mi madre dijo las palabras que había estado temiendo.

"Bueno, Valentina, te prepararé el cuarto de huéspedes para que descanses. Está justo al lado del de Mateo. Espero que no te moleste si él se levanta temprano para ensayar."

"¡Para nada! Al contrario, me encantaría darle ánimos", dijo ella con una sonrisa radiante.

El pánico se apoderó de mí. Tenía que actuar, y rápido.

Una idea desesperada se formó en mi mente. Era arriesgado, pero era lo único que se me ocurría.

Mientras mi madre buscaba sábanas limpias, fui a la cocina.

Abrí el botiquín y saqué la pequeña botella de pastillas para dormir que mi madre usaba ocasionalmente.

Con manos temblorosas, machaqué media pastilla hasta convertirla en un polvo fino.

Luego, le serví a Valentina un gran vaso de agua de jamaica, la bebida favorita en nuestra casa.

"Valentina, debes tener sed después de todo el estrés de hoy", dije, acercándome a ella con la sonrisa más falsa que pude manejar. "Te traje un poco de agua fresca."

Ella me miró con sorpresa, pero aceptó el vaso.

"Gracias, Sofía. Eres muy amable."

"No hay de qué", respondí, mi corazón latiendo con fuerza.

Observé mientras se lo bebía todo, con la guardia baja por mi repentino cambio de actitud.

El plan B estaba en marcha.

No podía evitar que durmiera en nuestra casa, pero podía asegurarme de que durmiera profundamente.

Tan profundamente que no pudiera levantarse a mitad de la noche para arruinar la vida de mi hermano.

Cuando mi madre la llevó al cuarto de huéspedes, yo seguí a Mateo a su habitación.

"Oye", le dije en voz baja, cerrando la puerta detrás de mí. "Tengo un mal presentimiento sobre Valentina."

Mateo frunció el ceño. "¿Por qué? Parece agradable."

"Solo... no confío en ella. ¿Te importaría si esta noche cambiamos de habitación? Solo para mi tranquilidad. Duerme tú en mi cuarto y yo me quedo aquí."

Él me miró como si estuviera loca, pero vio la súplica en mis ojos. Mateo y yo siempre habíamos estado muy unidos. Confiaba en mi instinto.

"Está bien, rarita", dijo, revolviéndome el pelo. "Si eso te hace sentir mejor. Pero me debes una."

Sentí una ola de alivio. "Te debo mil."

Lo abracé con fuerza, más de lo normal.

"Vas a estar increíble mañana, Mat. Te quiero."

"Yo también te quiero, Sofi."

Esa noche, me acosté en la cama de Mateo, con la puerta cerrada con llave, y esperé.

Cada crujido de la casa me ponía los pelos de punta.

Escuché los pasos de mis padres yendo a la cama, las luces apagándose.

El silencio se apoderó de la casa.

Sabía que la pastilla para dormir no era una solución permanente.

Era solo un parche, una forma de ganar tiempo.

Pero por esta noche, era suficiente.

Por esta noche, Mateo estaba a salvo.

Y eso era todo lo que importaba.

                         

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