Un Castigo Llamado Amor
img img Un Castigo Llamado Amor img Capítulo 3
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
Capítulo 17 img
Capítulo 18 img
Capítulo 19 img
Capítulo 20 img
Capítulo 21 img
Capítulo 22 img
Capítulo 23 img
Capítulo 24 img
Capítulo 25 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

Alejandro no se fue muy lejos. Esperó en su auto al final de la calle. Cuando terminé de recoger hasta el último billete, uno de sus hombres se acercó.

"El General quiere verla," dijo el hombre, con una voz inexpresiva.

Mi corazón dio un vuelco. Una parte estúpida de mí sintió una chispa de esperanza. Tal vez quería disculparse. Tal vez había visto algo en mis ojos.

Me llevaron al auto. Alejandro estaba en el asiento trasero, la ventana baja, un cigarrillo entre sus dedos. Isabel ya no estaba.

"Sube," ordenó.

Obedecí. El silencio en el auto era pesado, asfixiante. Me llevó a su penthouse, el lugar que una vez habíamos soñado con compartir. Ahora se sentía como la guarida de un monstruo.

Apenas entramos, me empujó contra la pared. Su mano se cerró alrededor de mi cuello, apretando, no lo suficiente para matarme, pero sí para recordarme quién tenía el control.

"¿Te gustó el espectáculo de hoy?" siseó, su aliento a tabaco en mi cara. "¿Disfrutaste arrastrarte por mi dinero?"

Intenté hablar, pero el aire no llegaba a mis pulmones. El pánico empezó a subir por mi garganta.

"Responde," apretó más fuerte.

"Sí," logré jadear. Mi actuación tenía que ser perfecta. Tenía que ser la mujer despreciable que él necesitaba que yo fuera.

Su rostro se contorsionó de ira. "Mentirosa."

Sus dedos rozaron mi cuello y se detuvieron en una pequeña cicatriz descolorida, justo debajo de mi oreja. Un recuerdo de mi "rehabilitación" .

"¿Qué es esto?" preguntó, su voz de repente más baja, más peligrosa. "¿Otro recuerdo de tus conquistas?"

La verdad era que esa cicatriz me la había hecho un guardia en el centro, con un cigarrillo, por negarme a... negarme a obedecer. Pero no podía decirle eso.

"Un amante celoso," mentí, forzando una sonrisa coqueta. "Ya sabes cómo son los hombres."

Fue el detonante. La última gota. Un rugido animal salió de su garganta y me arrojó a la cama. Se cernió sobre mí, sus ojos oscuros y llenos de un dolor que se había transformado en crueldad.

"Te enseñaré lo que es un amante celoso," gruñó.

Me arrancó la ropa. Luché al principio, por puro instinto, pero luego me detuve. Mi cuerpo estaba débil por la enfermedad, mi espíritu agotado por años de abuso. Y en el fondo, una parte retorcida de mí sentía que me lo merecía. Era mi penitencia por el secreto que guardaba.

Fue brutal, rápido y sin una pizca de ternura. Era un acto de posesión, de castigo. Mientras se movía dentro de mí, susurró palabras venenosas en mi oído.

"Isabel está embarazada," dijo, su voz fría y cortante. "Nos vamos a casar. Ella me va a dar la familia que tú me quitaste."

Cada palabra fue un cuchillo en mi corazón ya destrozado. Embarazada. La palabra resonó en el vacío de mi ser. Él tendría una familia. Una vida. Mientras yo me desvanecía, llevándome nuestros secretos a la tumba.

Cuando terminó, se apartó de mí como si quemara. Se vistió en silencio. Me quedé en la cama, desnuda y temblando, sintiendo el frío no solo en mi piel, sino en mi alma.

"Límpiate," ordenó, arrojándome una toalla. "Mañana tienes que ir a la joyería a recoger el anillo de compromiso de Isabel. Te enviaré la dirección."

Me quedé mirándolo, incapaz de procesar la crueldad de su petición. No solo me había violado y humillado, ahora quería que fuera la encargada de los preparativos de su nueva vida. Una vida construida sobre las ruinas de la nuestra.

Se fue sin decir una palabra más. Me arrastré hasta el baño, el dolor en mi cuerpo era un eco sordo del dolor en mi corazón. Me metí en la ducha, dejando que el agua caliente cayera sobre mí, deseando que pudiera lavar no solo su olor, sino también el odio y la desesperación.

Fue entonces cuando lo vi en el espejo empañado. En mi cadera, apenas visible, las letras grabadas con una aguja improvisada durante mi encierro. Una palabra que me había mantenido cuerda en la oscuridad. El recordatorio de por qué soportaba todo.

Alejandro.

Me había marcado la piel con su nombre, una y otra vez, para no olvidar al chico que me había prometido protegerme, para recordar que mi sufrimiento tenía un propósito: su salvación. Ahora, al ver ese nombre, sentí una oleada de náuseas. El agua de la ducha no podía borrarlo. Estaba grabado en mí, tan profundo como mi amor y mi secreto.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022