A la mañana siguiente, uno de sus hombres me llevó a una boutique de lujo. Me obligaron a ponerme un vestido caro y maquillaje, para parecer presentable. El destino: una fiesta de negocios en la que Alejandro e Isabel anunciarían extraoficialmente su compromiso.
Llegué y me sentí como un fantasma. Nadie me miraba, excepto para juzgar. Alejandro me ignoró por completo, sus ojos solo para Isabel, que brillaba a su lado. Me ordenó servir bebidas, como una camarera más. Lo hice, con la cabeza gacha, soportando las miradas de lástima y desprecio.
La noche se alargó, una tortura de sonrisas falsas y conversaciones vacías. Al final, cuando los invitados se iban, Alejandro me acorraló en un pasillo. Estaba borracho.
"¿Ves, Sofía?" arrastró las palabras. "Esto es lo que podrías haber tenido. Pero lo arruinaste todo."
Abrió su cartera y arrojó un montón de billetes al suelo, repitiendo la humillación de la noche anterior.
"Recógelos. Es tu paga por esta noche."
La bilis me subió por la garganta. Vomité en una maceta cercana. Su rostro se crispó de asco.
"Lárgate de mi vista. Y no olvides lo del anillo mañana."
Salí de allí corriendo. Podría haber desaparecido, huir de la ciudad. Pero el recuerdo de mi encierro era demasiado vívido. Sabía que si lo desafiaba, él me encontraría y me encerraría de nuevo. Y esta vez, no saldría con vida. Así que aguanté. Por Mateo.
Al día siguiente, cumplí su orden. Fui a la joyería más exclusiva de la ciudad. El encargado me entregó una caja de terciopelo. Dentro, un diamante tan grande y brillante que parecía falso. El anillo que yo había soñado que me daría algún día. Ahora, lo sostenía en mis manos, un símbolo de mi reemplazo.
Me entregaron una lista interminable de tareas: contactar al organizador de bodas, reservar el salón, degustar el menú. Tenía que organizar la boda de ensueño del hombre que amaba con la mujer que me había robado la vida. Cada llamada telefónica, cada correo electrónico, era una nueva puñalada.
Los días se convirtieron en un borrón de preparativos y dolor. Apenas comía, y el cáncer me consumía por dentro. La noche antes de la fiesta de compromiso oficial, estaba exhausta. Me quedé dormida en un sofá de la mansión de Alejandro, donde supervisaba los últimos detalles.
Y soñé.
Soñé que éramos jóvenes de nuevo. Estábamos en la playa, la misma donde me besó por primera vez. El sol era cálido, y su sonrisa era genuina, llena de amor. Me levantó en sus brazos y me hizo girar, nuestras risas mezclándose con el sonido de las olas.
"Te amo, Sofía Romero," me dijo en el sueño, su frente pegada a la mía. "Nunca te dejaré ir."
Sentí una lágrima rodar por mi mejilla, incluso en el sueño. Era un dolor dulce, un anhelo por algo que ya estaba muerto y enterrado.
La felicidad del sueño era tan intensa que hacía que la realidad fuera aún más insoportable. Me aferré a ese momento, a ese Alejandro, sabiendo que solo existía en mis recuerdos.
Una voz aguda me despertó bruscamente.
"¿Disfrutando de la siesta, querida?"
Abrí los ojos. Isabel estaba de pie frente a mí, con una sonrisa satisfecha en su rostro perfecto. Llevaba puesto un vestido blanco, como una novia.
"Espero que hayas descansado," continuó, su voz goteando veneno. "Tienes mucho trabajo que hacer. No querrás arruinar mi día especial, ¿verdad?"
Vi el odio en sus ojos, un odio puro y triunfante. Mis manos empezaron a temblar. El sueño se desvaneció, reemplazado por la fría y brutal realidad. La pesadilla apenas comenzaba.