Matrimonio Fingido A Verdadero
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Capítulo 1

El teléfono sonó con una urgencia que me heló la sangre, era el hospital.

La voz del doctor sonaba cansada y directa, sin rodeos, cada palabra caía como una piedra sobre mi pecho.

"Señorita Sofía, la condición de su madre se ha complicado, el tumor está presionando una arteria principal y necesitamos operar de inmediato."

Me aferré al teléfono, mis nudillos se pusieron blancos.

"¿Qué tan inmediato?" , pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

"Necesitamos programarla para mañana por la mañana, el costo de la cirugía es elevado y necesitamos un depósito para asegurar el quirófano y los materiales."

El doctor mencionó una cifra que me dejó sin aire, una cantidad imposible, un universo de distancia de mis ahorros. Colgué el teléfono sintiendo cómo el pánico me subía por la garganta, mi madre, mi fuerte y talentosa madre, la mujer que tejía rebozos con la magia de sus manos, estaba en peligro y yo no tenía cómo ayudarla.

Solo había una persona que podía ayudarme, Ricardo. Mi novio desde hace diez años, el exitoso empresario dueño de "Tequila Imperial", el hombre con el que había construido una vida, o al menos, eso creía yo.

Conduje hasta su oficina en el corazón de la ciudad, un imponente edificio de cristal y acero que gritaba poder y dinero. Cada semáforo en rojo aumentaba mi ansiedad, cada minuto perdido era un minuto menos para mi madre.

Entré al vestíbulo de mármol y fui recibida por una recepcionista con una sonrisa practicada.

"Vengo a ver al señor Ricardo Cervantes" , dije, tratando de que mi voz no temblara.

"¿Tiene una cita?"

"Soy su novia, Sofía."

La recepcionista me miró con una mezcla de lástima y desdén antes de llamar a su oficina. Después de una breve conversación, colgó.

"El señor Cervantes está en una reunión muy importante, su asistente, la señorita Elena, la atenderá."

Antes de que pudiera protestar, Elena salió de una puerta lateral, alta, impecable en su traje sastre, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

"Sofía, qué sorpresa" , dijo con una frialdad cortante. "Ricardo está extremadamente ocupado hoy, no puede ser interrumpido."

"Elena, es una emergencia, necesito hablar con él, es sobre mi madre, está muy enferma."

Mi voz se quebró al final, la desesperación se apoderó de mí.

"Entiendo, pero no es un buen momento" , insistió Elena, su tono era el de alguien que espanta a un animal molesto. "¿Por qué no esperas en la recepción? Quizás tenga un minuto más tarde."

Me guio suavemente pero con firmeza hacia los sofás de piel de la zona de espera, dejándome allí, sola y expuesta.

Las horas pasaron, vi a ejecutivos entrar y salir, escuché el murmullo de negocios cerrados y llamadas importantes. El sol de la tarde se convirtió en la luz artificial de la oficina, mi teléfono permanecía en silencio, mi esperanza se desvanecía con cada tic-tac del reloj de pared.

Le envié mensajes a Ricardo, uno tras otro, "Ricardo, por favor, es urgente", "Mi mamá te necesita", "Por favor, contesta". No hubo respuesta.

Me senté allí, humillada, invisible, sintiendo el peso de la indiferencia de Ricardo. Él sabía que yo nunca lo molestaría en el trabajo a menos que fuera algo de vida o muerte. Y aun así, me dejó esperando.

Finalmente, cuando la oficina comenzaba a vaciarse y la noche caía sobre la ciudad, mi teléfono sonó. No era Ricardo, era el hospital de nuevo.

Mi corazón se detuvo. Contesté con manos temblorosas.

La misma voz cansada del doctor, ahora llena de una tristeza profesional.

"Señorita Sofía... hicimos todo lo que pudimos... su madre... lo siento mucho, falleció hace unos minutos."

El teléfono se resbaló de mis dedos y cayó sobre el suelo de mármol con un ruido seco y final. El mundo se silenció, los sonidos de la oficina se desvanecieron en un zumbido sordo. Mi madre se había ido, se había ido mientras yo esperaba en vano una ayuda que nunca llegó.

En ese momento, la puerta de la oficina de Ricardo se abrió. Salió riendo con un par de socios, palmeándoles la espalda. Me vio sentada allí, con el rostro bañado en lágrimas silenciosas, y su expresión se endureció.

"¿Todavía aquí, Sofía? ¿Qué pasa? Haces una escena."

Me levanté, mis piernas temblaban, pero mi voz salió firme, vacía de toda emoción.

"Mi madre murió."

Ricardo parpadeó, confundido por un segundo, su cerebro de negocios tardó en procesar la tragedia humana.

"Oh... vaya, lo... lo siento, Sofía."

Su pésame fue torpe, superficial, una formalidad. No había dolor en sus ojos, solo molestia por la inconveniencia.

Lo miré, al hombre al que le había dado diez años de mi vida, al hombre por el que había sacrificado tanto, y no sentí nada más que un vacío helado. La ilusión se hizo añicos.

"Terminamos, Ricardo" , dije con una calma que me sorprendió a mí misma. "Se acabó."

Me di la vuelta y caminé hacia la salida, sin mirar atrás, dejando atrás diez años de mentiras y un futuro que ya no existía.

            
            

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