Ricardo, furioso pero atado de manos por la burocracia y la corrupción, tuvo que entregarle la noticia. Pero el tío no se conformó con eso. Quería humillar a Elvira por completo. A través de su abogado, exigió una disculpa pública de Elvira hacia Isabella por la "agresión" en la sala de interrogatorios. Y para asegurarse de que Elvira cumpliera, añadió una amenaza cruel: si no se disculpaba, usaría sus contactos para que Lucía, su única amiga, fuera despedida de su trabajo en el hospital y acusada de robar medicamentos.
El miedo se apoderó de Elvira. Podía soportar su propio sufrimiento, pero no podía permitir que arrastraran a Lucía al lodo por su culpa. Se sentía atrapada, su rabia impotente contra el poder despiadado de su enemigo. Con el corazón lleno de amargura, aceptó.
El encuentro se organizó en la oficina del abogado. Isabella estaba allí, con una expresión de suficiencia en el rostro. Elvira, con la mandíbula apretada y la cabeza en alto, pronunció las palabras que le exigían. "Lamento haberte abofeteado". Su voz era fría, desprovista de cualquier emoción. Isabella sonrió, una sonrisa triunfante que hizo que Elvira quisiera gritar. Pero se contuvo, pensando en Lucía. Cumplió con la farsa y se marchó de allí sintiéndose más sucia y humillada que nunca.
Esa noche, Elvira no pudo dormir. La injusticia la consumía. Sabía que no podía rendirse. Decidió que en la próxima audiencia judicial, el juicio principal contra su tío por liderar el cartel, haría un último intento desesperado. Revelaría todo lo que sabía, sin importar las consecuencias. Era una apuesta arriesgada, pero era la única carta que le quedaba.
El día del juicio llegó. La sala del tribunal estaba llena. El tío de Elvira estaba sentado en el banquillo de los acusados, con un aire de confianza arrogante. Elvira notó algo extraño. El principal testigo de la fiscalía, un antiguo miembro del cartel que había aceptado testificar a cambio de protección, no estaba. En su lugar, vio a un hombre desconocido, con una mirada nerviosa. Un mal presentimiento la invadió.
De repente, se desató el caos. Unos hombres armados irrumpieron en el tribunal, disparando al aire. El pánico se apoderó de la sala mientras la gente corría para cubrirse. En la confusión, los hombres se dirigieron directamente hacia el tío de Elvira y lo liberaron. Era una fuga planeada. Elvira, tirada en el suelo, vio cómo su tío y sus hombres se dirigían a la salida. Pero entonces, uno de ellos la vio. La reconoció. Con una sonrisa maliciosa, el hombre agarró a Isabella, que estaba gritando de terror cerca de allí, y la arrastró con ellos.
Todo sucedió en segundos. Ricardo y sus oficiales intentaron responder, pero los atacantes fueron demasiado rápidos y brutales. Cuando el humo se disipó, el tío y sus hombres habían desaparecido, llevándose a Isabella con ellos. Elvira se quedó paralizada, el sonido de los disparos todavía resonando en sus oídos. Su plan de testificar se había hecho añicos, y ahora su hermana, a pesar de su traición, era una rehén.
En la confusión que siguió, Ricardo se acercó a Elvira. Estaba furioso, pero su prioridad era ella.
"¿Estás bien?" preguntó, ayudándola a levantarse.
Elvira asintió, aturdida. Miró a su alrededor, la sala del tribunal destrozada, y una sensación de completa desesperanza la invadió. Había intentado luchar contra el monstruo, y el monstruo no solo había ganado, sino que se había llevado el último pedazo de su familia. En ese momento, no sabía si Isabella había sido secuestrada como víctima o si todo había sido parte de un plan retorcido en el que ella también participaba. La línea entre la traición y la victimización se había vuelto insoportablemente borrosa.
En la ambulancia, mientras los paramédicos revisaban sus rasguños, Elvira se perdió en sus pensamientos. Tuvo una extraña visión, un sueño despierta en el que nunca se había sacrificado por Isabella, en el que había seguido su propio camino, lejos de la sombra de su tío. Cuando volvió en sí, notó que su mejilla estaba húmeda. Se había quedado dormida por un instante y había llorado.
Más tarde, en la seguridad temporal de la oficina de Ricardo, Elvira tomó una decisión. Miró al jefe de policía, el único aliado que le quedaba.
"Ricardo, he perdido todo. Mi dinero, mi casa, los recuerdos de mi padre... y ahora mi hermana. No sé si es una traidora o una víctima, pero ya no me importa. Solo quiero que esto termine. Quiero volver a mi pueblo natal, lejos de esta ciudad, lejos de todo esto".
Ricardo la miró con compasión. Comprendía su agotamiento, su deseo de huir. Asintió lentamente.
"Te ayudaré, Elvira. Te sacaré de aquí. Te mereces empezar de nuevo, encontrar la paz".
Mientras Ricardo hacía los arreglos, Elvira reflexionó sobre todo lo que había pasado. Se dio cuenta de que su tío no era simplemente un hombre malvado. Era un manipulador maestro, un hombre cuyo afecto por Isabella, por retorcido que fuera, era real. Le había dado a Isabella todo lo que Elvira no podía: lujo, poder, una sensación de pertenencia. Y a cambio, Isabella le había dado su lealtad ciega. Elvira había sido solo un obstáculo en su camino, un daño colateral en su extraña y destructiva relación. Era una verdad amarga, pero liberadora. Ya no se sentía culpable, solo vacía. Como si hubiera estado persiguiendo un reflejo en el agua, un reflejo que finalmente se había desvanecido, dejándola sola con la fría y tranquila superficie.